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Inicio / Cuenteros Locales / rezsito / 10 minutos para las 6

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La vieja casona se encontraba sumida en las tinieblas que preceden al amanecer, en su quietud reposaban los objetos inanimados que cubrían los rincones con colores alegres y formas recargadas: alfombras de siglos pasados que rememoraban épocas gloriosas, cuadros de los seres amados que fueron pintados por el artista más reconocido de la época o daguerrotipos de finales del siglo XIX mostrando rostros de ancestros olvidados por los vacíos de la memoria o por el desconocimiento de los descendientes más modernos, jarrones con flores recién cortadas del jardín emanando olores dulces y llenando el ambiente del aroma húmedo de la hora del rocío. El viejo reloj de péndulo traído de Europa por el abuelo de la abuela seguía con su ritmo insomne y sus golpeteos de maquinaria oxidada al cambiar los minutos sin detenerse a preguntar por el paso lento del tiempo.

Isabel, la matriarca de los Gómez y heredera de las recetas de los más suculentos platos que se hubiesen preparado y se prepararán, había despertado con el trinar de los pajarillos del amanecer. Como cada mañana desde sus días del internado de mujeres, muchas primaveras atrás, se sentó en el borde de la cama, agachó la cabeza y juntando las manos dio sus oraciones al Altísimo agradeciendo el favor de haberle dado una mañana más. Se levantó cogiendo su bastón que dormía al lado de su cama, abrió el ropero de cedro y sacó una manta de lana con la cual cubrió sus hombros. La mañana fría aun no clareaba y hubo que encender alguna de las lámparas para ubicarse por unos segundos antes de dejar sumido nuevamente todo en una oscuridad fatua. “Buenos días viejo” saludó al cuadro con la fotografía que le tomaron sus nietos unos años atrás antes de que su esposo iniciara su viaje al más allá, bajó las escaleras con sumo cuidado aunque las conocía de memoria por tantos años vividos en esa casa, observó el cielo por la ventana del tragaluz, empezaba a brillar con esa aura mística de los despertares del alba, la luz se filtraba por los agujeros de puertas y ventanas y el sonido de los pájaros vespertinos se hacia cada vez más fuerte.

La primera planta seguía en su modorra, los viejos sillones descansaban del ajetreado día anterior con los nietos que vivían en el departamento habilitado en los aires de la vieja casona, los usaban de nave espacial, de buque de guerra o de lienzo en donde plasmaban sus grandes obras. Isabel Gómez observó el ambiente frío, atravesó el espacio siempre apoyada en su bastón hasta la puerta principal, la abrió de par en par y dejó entrar la mañana en su reino, la luz matinal baño las sillas y mesas, aspiró el aire húmedo y helado observando al viejo panadero que ingresaba por la rejilla metálica algo roída por la herrumbre como todos los días para dejarle la bolsa con los 15 panes que hubo repartido desde siempre. El cielo iba tornándose de un color azul cristalino, como el color del mar un mediodía de verano y las formas eran más perceptibles, no meras siluetas salidas de un sueño.

El reloj de péndulo marcaba el ritmo de los pasos de la anciana en su andar hacia la cocina, faltaban diez minutos para que sonaran las 6 campanadas que marcaban el inicio del día. Pronto despertarían su hijo y su familia y bajarían en tropel a desayunar con los apuros de la mañana por terminar de arreglar la mochila de los pequeños para ir al colegio o el planchado de ultimo minuto de la corbata para salir a la oficina y no encontrar contratiempos con el transito. La mesa del comedor de diario fue cubierta por el mantel del desayuno, algunos individuales, las servilletas dobladas en cuadrado y el pan caliente que humedecía la bolsa con sus vapores. Una tetera de agua hervía a fuego lento cuando sonaron las 6 de la mañana con su clásico retoque apesadumbrado que más que despertarte te daba ánimos para no levantarte de la cama. El cielo era de un tono celeste grisáceo y la luz que ingresaba era suficiente como para apagar las luces de la cocina, el frío arreciaba y una fina garúa comenzó a empapar los pisos de piedra del jardín interior. Isabel cerró su manta de lana sobre su pecho, miró alrededor y asintió con la cabeza, dejó todo dispuesto para cuando sus muchachos bajaran y emprendió el camino de regreso a la cama, pues ella aun no tenia ganas de tomar desayuno y quería abrigarse un poco entre sus cobijas y mantas.

Nunca le había gustado subir las escaleras, a su avanzada edad se le hacia difícil hacerlo sola, pero era su costumbre desde que inicio su vida de madre. Aspiró hondo, como para zambullirse en una piscina e inicio el ascenso, se mano izquierda se aferraba al pasamanos mientras que el bastón descansaba en la muñeca de su brazo derecho, observó el cielo a través de la ventana del tragaluz, era una mañana clara a pesar del frío y la llovizna, sonrió pensando en sus nietos vestidos con las bufandas que les había tejido unas semanas atrás cuando anunciaron en la televisión que las temperaturas bajarían a niveles nunca antes vistos, continuó subiendo las escaleras y el remezón que siguió no lo esperó. Sus manos se volvieron de hielo, su espalda temblaba salvajemente y un escalofrío recorrió su espina dorsal haciéndole cerrar los ojos, se aferró del pasamanos con ambas manos y sus piernas flaquearon haciéndola tambalearse, se dijo a si misma que ese era su fin, se despidió de su hogar y su familia y esperó que no tardaran mucho antes de encontrarla tirada en la escalera pues el frío podría dejarla dura como piedra ahí mismo pero nada sucedió, se tocó el rostro, sus piernas recobraron su fuerza y el frío en su espalda había desaparecido. Cuando abrió los ojos sus ojos no comprendieron lo que vio... O lo que no vio: La casa estaba sumida en tinieblas y el trinar de los pajarillos nuevamente se escuchaba lejano. Observó el cielo por la ventana del tragaluz y era una mancha azul profundo que se perdía en el infinito mostrando algunas estrellas noctámbulas reacias a desaparecer antes del amanecer, su asombro la congeló en el acto, abrió la boca para gritar pero el “grito” que provino de abajo la calló helando su sangre de nuevo. El reloj de péndulo traído de Europa golpeaba su campana seis veces con su clásico retoque apesadumbrado.

Texto agregado el 19-08-2007, y leído por 189 visitantes. (5 votos)


Lectores Opinan
28-12-2010 Me encanto!! muy bien escrito te felicito!! mis5* y besitos NILDA yo_nilda
21-08-2007 Sutil y valiente semblanza del miedo más profundo. Ekirne
 
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