Cuando la zozobra me engulle los ánimos, la felicidad,
y me convierto en una exiliada de mi propio sino
vuelvo los ojos a tus veredas amplias de bosques azules
vuelvo al origen de todo, donde un niño hace visita
a la cocina de la anciana que amorosamente le cura
las dolencias con hierbas maceradas en un cuenco.

Y me pregunto cómo hacia vuestra abuela aquella magia
de sanar tus rodillas con flores a la vez que sanaba tu alma
cómo lograba apaciguarte en las noches de lluvia eterna
cómo persuadía a tu corazón de sentirse seguro y amado
acercando su denuedo a tu frágil tallo de arbusto joven
arrullando tu sueño con imágenes de santos y ángeles.

Cuando la zozobra sobreviene en forma de ave de rapiña
y la clepsidra apunta hiriente las deshoras del alejamiento
vuelvo al principio de todo, cuando sentí conocerte desde
el vientre fecundo de nuestras madres, cuando metí la mano
al cubo de los mil fuegos y te tomé en la tarde de los fatuos,
yo, renuncié a mi nombre de cristiana para llamarme río.

Desde mi cuerpo arrodillado como una vertiente de tu cuerpo
desde este extremo, desde este sentimiento de despedida
reclamo de tu abuela su presencia, en qué nube de Galicia
habitan eterna y serenamente sus ojos de lluvia y niebla
sus ángeles y santos, el mortero y el zumo de sus flores
y aquel niño nuestro, arbusto joven que fuiste entre sus brazos.