Mi nueva vida comenzaba en Buenos Aires con un desayuno de facturas y café negro a las cuatro y media de la tarde y con Jorge Drexler como banda sonora. Aún no me sentía como en “otro” país, sí en otro lugar, pero no en ese tan anhelado país donde siempre soñé, aunque era conciente que no lo iba a sentir en unas cuantas horas. Lo pensé más de una vez para salir, porque pensaba en la hora y pensaba que pronto serían las seis de la tarde y no quería perderme. Así que decidí salir de una vez por todas. Era la primera vez que yo sentía lo que eran las estaciones, lo sentí porque cuando me di cuenta eran las 8 de la tarde y aún el cielo era azul cian. Eso me gustó mucho, pero lo que no me gustaba era sentirme pegachento y sudoroso, caminaba una cuadra y ya estaba bañado en sudor. Necesité de algunos días para acostumbrarme.
Cuando volví al hostal eran como las diez u once de la noche, creo que no había comido nada desde mi desayuno, así que un grupo de alemanes que estaban allí por esos días me invitaron de su pizza y yo sin pensar tomé una porción detrás de otra, tenía mucha hambre. Estábamos en la salita del hostal, allí donde el sillón me recibió mi primer noche. Mientras estaba comiendo fijé mi mirada en una de las chicas del hostal, era alemana, pero no estaba con el grupo de alemanes de la pizza. La miré por largo tiempo porque me llamó mucho la atención su cabello, tenía rastas o dreas (como se diga), y aparte era rubia de ojos verdes, me tenía impactado.
Yo tengo problemas normalmente cuando se trata de ir a hablarle a una chica o de sacarla a bailar, pero el ambiente, el verano, el jazz, no sé que fue, pero parece que ese problema se evaporaba por arte de magia. Fui a la cocina a dejar mi plato y a lavarlo, y efectivamente ella ya no estaba. (Pasa que cuando algo interesante va a pasar en mi vida algo siempre pasa y no lo deja, no sé porque pasan esas cosas). Bueno, parece que la vida jugaba conmigo de nuevo. Decidí ir a mi habitación, que tampoco era mía, solo es un decir, porque en la misma habitación estaba con 3 personas más; un colombiano (Antonio) que es chef, un desconocido (porque sólo lo vi cuando me levanté y no lo volví a ver) y alguien que dormía debajo de mi camarote pero que aún no sabía quien era. Fui a la habitación y me percaté que tenía balcón así que me acerqué a sentir la suave brisa veraniega. Y adivinen qué, sí, allí estaba ella y además era la de mi camarote . Estaba acostada en el piso del balcón con las piernas reflexionadas hacia arriba y con sus brazos dirigidos hacia un cuaderno.
-Hola, ¿linda noche, no?
-Hola, sí, muy linda, me hace sentir muy bien.
(Por cierto, ella hablaba español, porque yo alemán apenas sé decir los números del 1 al 10, aunque a veces teníamos que hablar en inglés)
-¿Te gusta escribir?
-Sí, siempre me ha gustado. Esta es como mi bitácora de viaje.
-Qué interesante y ¿Qué andas haciendo por Buenos Aires?…
Así fue como Lyo y yo nos conocimos. Esa noche intercambiamos algunas ideas al calor de un cigarrillo y el cielo como testigo.
Al otro día yo tenía que salir a encontrarme con un amigo que me iba a guiar un poco en Buenos Aires, cosa que hizo con mucho gusto y talento. Volví al hostal a eso de las cuatro de la tarde ya un poco más tranquilo, pero aún sudoroso. Estaba abriendo la puerta del hostal, cuando Lyo llegó. La verdad me dio mucha alegría verla. Hablamos un rato más y me dijo que si quería salir a tomarnos algo a una plaza que ella conocía. Acepté y en un abrir y cerrar de ojos estábamos en San Telmo, uno de los barrios más lindo de Buenos Aires, además porque tiene ese clima y fachada rústico - colonial que a mi me gusta. Nos tomamos una cerveza cada uno, y hablamos mucho, y comenzaban a sentirse cosas. ¿Qué cosas? No sé, solo sé que se sentían cosas. Cosas bonitas. Eso que cuando uno se queda mirando mucho tiempo a la otra persona y cuando se da cuenta ha pasado tanto tiempo y el corazón se detiene como para tomar aliento. Ella quería comprar uno de esos recipientes para preparar el mate, así que le acompañe y le ayudé a decidir. Cuando íbamos de vuelta para el hostal me dijo que si quería salir con ella esa noche, que ella había conocido a un chico que nos entraría gratis al sitio. Obviamente a esas alturas no iba a decir que no. Este fue el siguiente paso de las cosas que he aprendido de Buenos Aires. Las discotecas no se llaman discotecas, se llaman boliches, (jeje), en mi casa se preguntaba porqué yo iba tanto a jugar bolos. Cuando llegamos al boliche era más o menos la una y media de la mañana, lo cual es una hora normal para salir en Buenos Aires, pero no en Colombia. En Colombia la rumba se acaba a las tres de la mañana por tarde. Así que me pareció un tanto extraño, pero me adapté muy bien ya que soy bastante noctámbulo, como toscana, y camilo, mis gatos. Lyo me presentó a su amigo y su amigo me saludó de beso en la mejilla. Otro cambio un poco drástico a lo que estamos acostumbrados los colombianos. Si mucho uno saluda a su padre de beso, pero no a alguien que acabas de conocer. Al principio esto puede hasta cuestionar tu sexualidad, así que me parece que estuvo bien conocer este otro lado de la vida que no había vivido. Es cuestión e costumbre, después ya se vuelve algo mecánico. Estaba muy emocionado porque no había pasado una semana en Buenos Aires y ya estaba de rumba y con una alemana. Todo estaba perfecto. Entramos al boliche y lo encontré muy bonito. Tenía dos ambientes, el primer piso con música disco, house, muy 70’s y 80’s y en el subsuelo era música electrónica más pesada, drum & bass. Parece que en Alemania este es ritmo que más les gusta así que nos quedamos allí. Había mucha gente, gente de todo tipo. Me sentí muy bien y las cosas con Lyo eran cada vez mejor. Nos acercamos mucho. Pero nunca nos besamos, pero se mantenía ese coqueteo sensual. Y lo queríamos vivir así, nunca lo hablamos, pero son cosas que se dan y se sienten. Su mejilla junto a la mia y sentir su respiración algo agitada en mi oído era lo que despertaba la pasión. No hubo necesidad de licor ni de más sustancias para hacer mágica esa noche. Y así lo sentimos. Cuando las cosas empezaron a tomar un matiz más serio, ella me toma de la mano y me dice que salgamos porque me tiene que decir algo. Para ser honestos no pensé en nada, solo quería escuchar lo que me quería decir.
-Guille, son las cuatro y veinte de la mañana. Salgo en ocho horas para Alemania.
Creo que por primera vez sentía frío en verano. No había tiempo de reclamos y nada parecido y tampoco iba a dañar y gastar el poco tiempo que nos quedaba con reclamos y búsquedas de respuestas que no venían al caso. Solo me quedaba decirle que era una lástima que se tuviera que ir, pero la vida nos puso en ese tiempo y en este espacio para que nos conociéramos y este es el tiempo que destinó para que estuviéramos.
Llegamos al dormir a las siete de la mañana y a las diez me movió el hombro con su mano, me despertó y me miró a los ojos y me dijo:
-Qué lindo haberte conocido
Y con un beso en la frente te fue… |