Pero ante todo, debemos salvar primero al amor. Salvarlo de nosotros mismos, de nuestra vacuidad, de nuestra indiferencia. Salvarlo de la lenta agonía de la rutina. Hacerle un espacio a la injusticia, aceptar mansamente nuestros recelos y olvidos. Salir a buscarte y esperarte cansado. Si te repito tantas veces que te quiero, no es para que se acabe la magia, ni para ganarme con cada instante un nuevo recoveco en tu cuerpo. Es para ante todo, salvar primero al amor.
Cuando descubras mi marca en tu cuerpo, y recuerdes también mi lengua en tus orificios, yo estaré lejos, pero deseándote conmigo. No me extrañes porque te hablo bonito, porque dices que soy distinto. Extrañame renegón y callado. No por mi risa, ni por mis manos, si no todo lo contrario, necesitame contigo por todo lo malo. Porque a lo bueno cualquiera se acostumbra, cualquiera, pero no a lo malo. Entonces sabré realmente que me quieres, y que me necesitas, a mí, completo, sin adornos forzados, ni metáforas distintas que oculten una mentira.
Después de todo, tal vez después de todo, no seas un sentimiento guardado, y puedas besarme y ser libre, y puedas amarme y volar, y viajar, y vivir, y vibrar, y virar, y volver y ser libre. Quererme ya sin desengaños, ni sentimientos encontrados. Que yo te quiero toda, mala y mía.
Amarnos desde el otro lado de la avenida. Aún estando solos o muriéndonos de frío. Pero ante todo, y muy por encima de todo, debemos salvar, primero al amor. Salvarnos a nosotros mismos. |