Yo que había evocado a la muerte de mil formas distintas, yo que tantas veces había confiado en su contundente frialdad la concreción de mis ambiciones, yo que tantas veces derrame mi admiración sobre su implacable certeza, yo que había abusado de su mas siniestra virtud como practica solución a mis temores. Yo, que tanto la amaba, pude reconocer su rostro apenas cruzó la puerta, y al fin comprendí la suplica de aquellos ojos que se aferraban a la vida por ultima vez.
Texto agregado el 18-08-2007, y leído por 293
visitantes. (3 votos)