“Ella”
Aquellos primeros días, en los cuales ella no vino a visitarme, debo reconocer con austera honestidad, que no me preocupé. La paciencia era una virtud en mi forma de ser, y al pensar que ella quizás estaba un poco hastiada de mí, creí que el hecho de que decidiera tomarse algunos días de lejanía, para reconfortarse en el bálsamo reparador que suele ser a veces la soledad, era algo plenamente entendible y lógico. Por lo cual acepté en silencio su decisión, y la dejé en paz, pensando que a su vez sería algo bueno que yo también descansara de ella y dedicara algún tiempo al ocio.
Pasaron los días, y detrás de sí dejaron algunas semanas. Ella seguía sin aparecer, pero como dije antes, yo era un tipo paciente y también comprensivo, no me inmute y continué con mi postura de no alterar su decisión, además, el ocio me sentaba bastante bien.
Fue recién entonces, cuando las semanas engendraron meses y estos parieron años que comencé a preocuparme por su ausencia. Había descubierto para ese entonces la otra cara del ocio, el pesado y terrible aburrimiento. He dicho ya, estoy casi seguro, de que era yo un tipo paciente y comprensivo, pero toda paciencia tiene su límite, y la mía había traspasado el suyo. En cuanto a la comprensión, debo decir que había mutado en forma de intolerancia, ¿como podía comprenderla después de tanto tiempo a la muy ingrata?, si al fin de cuentas, yo no había hecho nada que pudiera ofenderla ni mucho menos lastimarla.
No encontraba motivos por ninguna parte que justificaran su prolongada ausencia, y juro por todos los dioses que los busqué, los busqué entre mis recuerdos, los busqué dentro de mi alma, de mis venas, los busqué en todos los cajones de la casa y hasta debajo de la almohada. No encontré tan solo uno.
Ella no iba a volver, estaba convencido, y a esa altura yo era otra persona, por dentro y por fuera, no podía siquiera reconocerme en el espejo, mi cabello se había emblanquecido, la piel marchitado y mis ojos parecían apagados, como si hubieran conservado las pupilas y perdido la mirada!
Yo sin ella no era nada, me negaba a creerlo, me irritaba pensarlo, pero no tenía más remedio que aceptarlo. Dolido, resentido y apesumbrado, decidí arrastrar mi vida hacia las fauces del destino sin su compañía. No pude hacerlo, la vida sin ella era una vida vacía, tan solo un eco fantasmal de lo que había sido alguna vez. Entonces resigne mi orgullo y comencé a buscarla.
La busqué en la lluvia, y en la tibieza de los primeros días de primavera, la busqué en las noches y en las tardes. La busqué en la mesa de un bar y en más de un amanecer, con los pies hundidos en la pálida arena del mar. La busqué en las risas y en las lágrimas. La busque en la brisa y en el viento. La busqué en mis entrañas, en mi memoria y en mi sangre. La busqué en todos los cajones de la casa y hasta debajo de la almohada. La busqué hasta perder las fuerzas y la busqué en la resignación. La busqué hasta descubrir que jamás la encontraría.
Toda mi vida no he sido más que un maldito fraude, un verdadero fracaso. Siento pena por los pobres diablos aquellos, que tanto admiraron mi persona, que envidiaron mis palabras, ¿que pensarían ahora, si supieran que jamás fueron mías? Todo lo bueno había sido ella, y ella se había marchado, para jamás regresar a mis brazos.
Ahora no me queda nada, tan solo mi alma desgraciada, prisionera de un cuerpo viejo y oxidado. Ahora ya no queda nada, todo, se lo llevó ella. La busqué hasta perder mis fuerzas y la busqué en la resignación. Nunca pude hallarla. Ahora, que a mi tiempo ya no le que queda más tiempo, solo me consuela la esperanza de poder sorprenderla escondida, detrás del oscuro velo de la muerte.
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