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“El corazón putrefacto de la mujer más hermosa del mundo”


Con cada hora que moría, el dolor se hacia mas agudo, cobraba vida en las entrañas y se expandía hasta el pecho, se hacia fuerte y arremetía impiadoso contra la garganta de Miguel, como una fiera rabiosa sedienta de aire. Era sofocante, y por momentos respirar resultaba ser una tarea devastadora. Miguel, acongojado por la soledad de la noche, solo ansiaba que el sonido de la llave retorciéndose en el interior de la cerradura, en búsqueda de la posición exacta acabara con el silencio abrumador que llenaba cada rincón de la casa. Entonces la puerta se abriría, y ella estaría nuevamente junto a el, para liberarlo de aquella horrible opresión que hostigaba con furia desmedida su pecho y que le impedía respirar con normalidad.



La mirada de Miguel surcaba la habitacion con agilidad, en búsqueda constante de dos objetivos bien definidos, el reloj, uno de dichos objetivos, colgado de una pared desnuda de tenue color lila, donde el tiempo caprichoso arrastraba sus pasos con monótona pesadez hacia un futuro inevitable y el otro, la puerta principal de la casa, de la cual se desprendía un desagradable y particular olor, mezcla de madera podrida y humedad.



Miguel encendía un cigarrillo detrás de otro, y los consumía con devoción, buscando con cada bocanada apaciguar la sádica ansiedad que atormentaba su temperamento.
Por momentos, para amedrentar el suplicio de la espera, intentaba engañar a su mente y distraerla, evocando recuerdos ajenos a la circunstancia que ahora retorcía su alma y apesumbraba su corazón. En ocasiones llevaba sus pensamientos a pasear por tiempos lejanos y dichosos, recordaba momentos de su niñez en el campo, pescando a orillas de un río revoltoso junto a su abuelo, al resguardo de un cielo azul inmaculado. O quizás se trasladaba súbitamente, burlando al tiempo y al espacio, hacia aquella navidad en que a los pies del colorido pinito navideño, desgarraba con rapidez y torpeza el envoltorio que ocultaba el regalo tan anhelado.




Sin embargo era inevitable, la angustia acechaba paciente y sigilosa entre las sombras de su mente y ante el mínimo descuido de su conciencia atacaba con certera crueldad, desdibujando sus pensamientos y sometiéndolo nuevamente a su perversa voluntad.
Todos lo intentos por alivianar el peso de la espera eran excusas inútiles, incoherentes argumentos que se desvanecían en el aire despojados de convicciones. El tiempo se dilataba en el seno de la ansiedad y casi lograba acariciar la eternidad. Sin embargo, él sabia con implacable certeza que la espera acabaría tarde o temprano y con ella su suplicio, él sabia que en algún momento de la noche espesa, la mujer que amaba abriría la puerta, y con el sutil resplandor de su belleza, desterraría la oscuridad que la soledad había cernido sobre su cabeza. Su sola presencia seria suficiente para que su alma consiguiera el consuelo.


Entonces sucedió, fue sublime aquel instante, la puerta se abrio súbitamente, y enmarcada por la oscuridad de la noche, la silueta angelical de una mujer hermosa, la mas hermosa del mundo, según el criterio de aquellos ojos encendidos de euforia que la contemplaban, irrumpió en la casa, desgarrando el silencio, desangrando la soledad.


Conservaba su belleza intacta, pero la mirada perdida. Su alma destilaba tristeza, su cuerpo fragilidad. Miguel se abalanzó sobre ella, intento abrazarla, pero con sutil frialdad, ella logro esquivar los brazos temblorosos. Miguel le preguntó donde había estado, aunque sabía que no quería oír la respuesta, sabía que esta podía herirlo demasiado. Ella no contesto y Miguel buscó la verdad en lo profundo de su mirada, y la encontró. El la amaba, y sabía que jamás podría no hacerlo. El la amaba y supo que ella había dejado de amarlo. La idea de una vida ajena a la de aquella mujer era inconcebible, despreciable, y la arrancó con rabia de su mente.



Miguel quiso hablarle, quiso insultarla, quiso tocarla, quiso amarla y besarla, quiso cobijarla entre sus brazos. Pero solo pudo quedarse mudo, paralizado, asediado por una tristeza infinita, observándola con ojos doloridos, mientras ella se desnudaba en silencio y se resguardaba entre las sabanas con la clara intención de entregarse al sueño. Desconcertado y con el alma desahuciada, la dejó dormir.


Miguel no podía comprender porque ella había dejado de sentir aquello que el sentía palpitar en su pecho con tanto ímpetu. Su mente engendro cientos de argumentos que justificaran tan penosa realidad, en todos ellos, él era el único culpable de que el amor ya no resplandeciera en el corazón de la mujer mas hermosa del mundo. Se sintió torpe, perverso, sintió ganas de llorar, y lloró. Había sido imprudente, había dejado con imperdonable desidia que los sentimientos de su mujer se marchitaran. Supo que jamás podría perdonarse a si mismo.




Las horas siguieron su curso, la noche agónica comenzaba a morir. Miguel acurruco su cuerpo en la cama, junto al de su mujer, y en sus oídos, con voz tenue, pidió perdón.
Sus ojos contemplaron aquel rostro sereno y femenino, despojado de imperfecciones, con la admiración de quien observa la obra de arte más maravillosa. Miguel sabia que ella lo había engañado, lo había visto en sus ojos negros y ahora podía olerlo en su piel, sentía el nauseabundo olor a otro hombre emanar de su piel de porcelana. Aun así, no podía odiarla, no podía sentir rencor, después de todo, él mismo la había empujado a los brazos de otro hombre con su miserable indiferencia.



Miguel la contemplaba extasiado, enamorado de su belleza, cautivo de su ser, cuando un pensamiento repentino develó una realidad maravillosa, un presagio salvador. Miguel comprendió entonces que escondido en algún lugar del corazón de su amada, se hallaba el amor mezquino. Aquel amor débil y confundido que apenas podía respirar. Miguel supo que debía hallarlo y devolverle la plenitud de su vida, comprendió con satisfacción que debía hallarlo y recordarle lo inmenso y fuerte que había sabido ser. Miguel sabía que si indagaba en los pasillos sombríos del corazón de la mujer más hermosa del mundo finalmente encontraría aquel despistado amor. Miguel se sintió infinitamente feliz.



Unos días después la policía halló en la cama el cadáver de la mujer más hermosa del mundo, tenia la mirada perdida y el pecho destrozado. A su lado dormía un hombre aferrado a un corazón putrefacto.








Texto agregado el 18-08-2007, y leído por 339 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
23-08-2007 ¡Muy buen relato! marielavit
21-08-2007 Gran expresividad para sentimientos profundos, pude encontrar en tus palabras. 5* Susana compromiso
18-08-2007 ...que buenoooo. buena onda.. Rafa escribes re bien.. aronda
 
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