Pasaron algunas horas de la noche entre el viento y la llovizna. La tarea de los bueyes era agotadora y cada vez a mayor escala, puesto que debían moverse entre pastos que les llegaban ahora hasta el cuello, el terreno se volvía algo irregular entre subidas y bajadas y la lluvia amenazaba con desatarse violentamente en cualquier momento.
De repente el viento se detuvo, hubo una calma insoportable unos segundos, luego un relámpago cayo desde las nubes, adelante, y se escucho un trueno ensordecedor. Losgan, Garndred y Alduris se despertaron sobresaltados y se encontraron con nuevos rayos iluminando la noche negra, los bueyes estaban algo nerviosos y comenzaron a disminuir el paso, algo vacilantes. Empezó a llover con una fuerza destructiva, las gotas parecían dardos de agua y cuando tocaban la piel la irritaban, era algo realmente doloroso. Losgan tomó su cantimplora y la dejó para que se llenase sobre un borde de la carreta. Más de seis veces el agua la tiró, pero algo logró recoger y bebió un sorbo.
-¡Está asquerosa!- gritó.
Amalrod le sacó la cantimplora de la mano y bebió un poco también, al instante escupió el agua.
-esto no se puede beber, quién sabe qué podría pasarnos- dijo tirando todo lo que se había acumulado en el recipiente.
-tiene el mismo sabor que ayer, cuando todo estaba rancio- dijo el enano.
Los otros no lograron oírlo debido al escándalo que ahora se desataba. El cielo se iluminó varias veces más por los relámpagos a los que siguieron poderosos truenos; los viajeros pudieron ver en detalle las nubes que les dejaban esa lluvia asquerosa. No parecían serlo realmente, eran más bien como grandes volutas de humo negro en el cielo, parecía el humo que sale al quemar cadáveres de bestias de la negrura de la noche y las sombras.
El aire estaba cargado, se sentía un hedor ligero que salía de los charcos del suelo. Uno de los bueyes comenzó a beber el agua que se acumulaba, seguramente el hedor que este desprendía lo asqueaba, pero era muy poco lo que había recibido en todo el día. Amalrod lo vio y saltó de la carreta a detenerlo, lo tomó por el cuello y trató de apartarlo del agua inmunda, pero el poderoso físico del buey era como el tronco de un árbol para el hombre.
Bebió más y más hasta saciarse y se detuvo satisfecho. Amalrod lo soltó y se apartó un poco, observándolo cauteloso. De pronto el buey se desplomó y no volvió a moverse, al parecer esa agua estaba viciada por algún tipo de veneno, pero ¿Cómo podría alguien envenenar las nubes? ¿Qué clase de mal podía causar semejante corrupción en el agua?
Hubo una nueva clama repentina y el aire pareció ser absorbido por una ventisca cesante.
Los cuatro miraron hacia el frente, atraídos por el vacío repentino. No veían nada, pero sabían de alguna forma que ahí estaba esa criatura temida.
Un relámpago iluminó el terreno y la notaron agazapada frente a ellos, con su forma real, pues se daban cuenta de que no habían podido verla como era en sus sueños, en que solo veían la silueta y los ojos, ahora habían notado sobre su cuerpo una especie de armadura negra sin brillo, recorrida por marcas doradas; en su rostro no había facciones, estaba cubierto por una especie de máscara que solo dejaba ver sus peligrosos ojos.
Losgan tomó su hacha, Alduris cargó una flecha en su arco y lo mantuvo tenso, Garndred se quitó los vendajes que mantenían duras sus manos y como pudo, pesar del dolor, sostuvo un bastón que halló en la carreta. Amalrod tomó un espadón reluciente con sus dos manos y lo sostuvo firme frente a él. Los cuatro se dispusieron a recibir un ataque en cualquier momento. Un nuevo relámpago mostró el terreno, la sombra seguía avanzando y estaba más cerca, sus ojos, ahora brillantes, eran como dos agujas que traspasaban directamente el pecho de quien los observaba. Alduris soltó entonces una de sus flechas, directamente a su rostro, pero en el vuelo comenzó a vibrar de forma extraña y a moverse de lado, se desvió sin dirección y se astilló a medida de que volaba. La sombra no titubeó un momento y siguió acercándose con su lento paso malicioso. El cielo volvió a oscurecerse y Alduris cargó su arco nuevamente. Un relámpago iluminó el campo una vez más y mostró a la sombra frente al buey que aún seguía vivo, el elfo soltó otra veloz saeta, que esta vez voló hasta el rostro de la temible criatura, pero al momento en que entró en contacto con esta, explotó en mil pedazos, sin dañarla.
Cuando el cielo se oscurecía nuevamente un relámpago más mantuvo la luz, la sombra miró de frente a los cuatro viajeros, que se desplomaron de rodillas y soltaron las armas, y posó un dedo sobre la frente del buey que aún vivía. El animal bramó y en un pestañeo, la extraña criatura desapareció en la noche. La desgraciada bestia de carga comenzó a temblar, víctima de una repentina locura y se soltó de la carreta destrozando las correas. Corrió enfurecida, tirando patadas y restregó la cabeza por el suelo, parecía como si un parásito infectara su interior, corrió a uno y otro lado en un frenesí impetuoso y con sus cuernos enganchó a Amalrod por el estómago. Al ver esto, el elfo cargó una última flecha y la disparó al pecho del animal, que se desplomó segundos después, dejando a su amo rodar por el suelo embarrado.
Losgan y Garndred, que no habían atinado a moverse en los segundos que todo sucediera, se levantaron del suelo y corrieron a socorrerlo al instante. Antes de que llegaran, se estaba levantando algo dolorido, mirándose la coraza hendida. Al parecer la armadura había absorbido el golpe y el hombre no había sufrido ningún daño. Cuando Amalrod se incorporó vio a su buey atravesado por una flecha y se desplomó a su lado invadido por un profundo dolor.
-no merecía morir así- susurró -pero hiciste lo correcto Alduris, yo lo cuidé desde pequeño y nunca me hubiese atacado como lo hizo, era una bestia buena y dócil… alguna voluntad ajena a él lo llevó a levantarse contra mí- Amalrod contempló al buey y notó el brillo oscuro en sus ojos que ahora eran totalmente negros. No dijo nada, recordó que debía llevar las armas a Sarlos y quiso abandonar esas tierras lo antes posible, observó al horizonte, notó una silueta esbelta que se perdía a lo lejos, no era de la sombra, pero no le dio importancia.
-no estamos demasiado lejos de la frontera- dijo- si alguien me ayuda a empujar la carreta podré llegar con las armas para el mediodía-
-yo te ayudaré Amalrod- se ofreció Losgan -
Garndred no podrá mover el peso de la carreta con las manos así, mejor será que se vaya con el elfo, antes de que llegue tarde-
El muchacho, al momento de escuchar las palabras de Losgan, recordó sus manos heridas y sintió al instante cómo volvía el punzante dolor. Debido al miedo que le causara la extraña criatura, había olvidado sus heridas. Notó en esos momentos que aún estaba sosteniendo el bastón que había tomado de la carreta, lo dejó y metió apurado las manos entre sus ropas quemadas, para resguardarlas de la lluvia nociva que ahora caía con menos fuerza.
-¿Qué camino debemos seguir, Amalrod?- preguntó Alduris.
-ahora debes mantenerte viajando hacia el sur en línea recta, si no te desvías vas a estar ahí en un par de horas. El viento sopla desde el norte, si te mantienes atento a que no gire, podrás guiarte por él- le contestó el hombre.
-¡Rápido Alduris! ¡Váyanse de una vez!- gritó el enano, aún preocupado por la sombra.
-entonces Losgan, si deseas llevar la carreta te lo encargo- le dijo el elfo -por favor lleguen a Sarlos para el mediodía, vamos a estar esperándolos ¡Vamos Garndred!- le dijo al muchacho, algo animado, dándole la espalda a los otros dos.
Garndred miraba fijamente la oscuridad, creyó ver una figura encorvada con un bastón en la mano que le recordó a aquel viajero al que siguiera antes de ser capturado por los Enurcos. Unos relámpagos iluminaron el sitio una vez más, pero no lograba ver a nadie, se decidió entonces a alcanzar a Alduris, que iba adelantado.
Así corrió con el muchacho, azotado por el viento y sin detenerse ni dejarse amedrentar. A pesar de la lluvia y del miedo a la extraña criatura, ni él ni el elfo se detuvieron y avanzaron incansables sin mirar atrás.
***
La lluvia comenzó a detenerse, caía ahora con menos fuerza y dejaba de desprender ese olor nauseabundo, Alduris y Garndred lo notaron, pero ninguno de los dos se animó a probar el agua aún. Siguieron corriendo, con más velocidad y con más facilidad incluso que antes, sus fuerzas parecían renovarse con la ausencia de ese hedor asqueroso y el camino parecía más fácil de seguir con el viento más leve. Una débil luz comenzó a asomarse entre las nubes y los viajeros dejaron de depender de los relámpagos para guiarse. Los primeros fulgores del alba ayudaron mucho a Garndred y a Alduris, porque desde un alto monte lograron ver, justo adelante, una ciudad sobre una colina lejana y una gran empalizada que la rodeaba. Ambos se miraron, contentos, sabiendo que habían arribado finalmente a Sarlos; comenzaron a correr hacia la ciudad que resguardaba la frontera.
La luz llegaba con más fuerza a medida que avanzaban hacia su meta, pasó menos de una hora y se encontraron en un ancho camino frente a la entrada norte de la ciudad. Subieron por el sendero que se elevaba serpenteando algunos cientos de metros y observaron a sus espaldas, desde ahí tenían una amplia vista que les permitía notar los campos circundantes a varios miles de metros a la redonda, ya que la propia ciudad estaba ubicada sobre una gran colina, no vieron plantaciones ni cultivos allí. Solo había sembradíos al este de la ciudad, más cercanos a los arroyos que bajan de la cordillera; hacia el norte y el oeste se veían numerosos rebaños de ovejas y cabras.
Los dos viajeros estaban ahora frente a una construcción de piedra que contenía una gran puerta de madera, tachonada, compuesta por varias láminas de cuero y metal que escapaban a la vista y le deban resistencia y dureza; tenía bisagras de hierro y en esos momentos se encontraba cerrada. A los lados de esta entrada, se elevaban unos metros de muralla de roca y eran continuadas inmediatamente por empalizada; así eran las cuatro puertas de la ciudad. A cada lado había torres de madera de unos ocho metros de altura con arqueros vigilando y estaban resguardadas en su parte más alta por escudos metálicos y estacas que sobresalían.
Los estandartes y las banderas ondeaban orgullosos al viento y enseñaban en ellos el símbolo del consejo, que representaba todo Naignárid: el pavo real de Ledo. Realizado sobre un fondo verde y con trazos dorados, la hermosa ave mostraba su imagen, ya fuese con cola abierta o cerrada, y era la única que podía verse de su tipo en todo Everad. Según se decía entre los Nagnárdos, el símbolo había sido adoptado desde el reinado de Ledo, de la casa de Minesta, y su historia era la siguiente. Elmang, el rey de Curaden de aquellos días, que estaba ya muy entrado en años y era el último de su casa, solo poseía una hija como heredera al trono. Narda se llamaba, y cientos eran sus pretendientes, llegados de toda la región, pues, además de poseer como dote el reino, era muy bella. Para evitar posibles males a la joven, el rey impuso a los pretendientes nobles una prueba: todo aquel que aspirara a su mano debería demostrar que lo hacía a ella y no solo a la corona, para eso debería esforzarse en encontrar el ave más hermosa de cuantas se vieran y en el plazo de un año desde ese día, presentarla en la corte; de los que regresaran, ella elegiría de acuerdo al esfuerzo y al logro de cada uno. Siendo Naignárid un país mayormente estepario y montañoso, las aves que se hallan allí no son de una belleza admirable, sino que son más bien simples y de tonos cotidianos, ese fue el motivo que el rey tuvo para imponer tal prueba, porque sabía que quien amara a su hija se esforzaría en volver con un ave extraordinaria, que fuera del agrado de la joven. Esta prueba no careció de competidores y fueron muchos los que al cabo de un año volvieron con su correspondiente captura. Una vez organizados, los pretendientes se presentaron y ofrecieron su ave a la princesa, y tras todo un día de juzgar entre todas, la más destacada resultó un faisán de Foil, que a pesar de ser hermoso, no era nada extraordinario. Decidido que Durma, el pretendiente que lo entregó, sería su esposo y el próximo rey, la prueba se había dado por terminada y cuando caía la noche se dio un magnífico banquete en su honor. A pesar de los esfuerzos del sincero pretendiente, la princesa no se mostraba del todo complacida por la ausencia de su verdadero amado y no podía ocultar su tristeza ante este hecho. La medianoche se acercaba con el fin definitivo del día cuando, a la mitad del discurso del rey, que ya nombraba efectivamente a su sucesor, las puertas del recinto se abrieron y el hermoso pavo real apareció caminando por la entrada, seguido de Ledo. Todos quedaron maravillados ante sus majestuosos colores y cuando el pretendiente se postró ante su amada para ofrecérselo, el ave abrió la cola y todos enmudecieron ante el asombro.
-desde Niga he traído este Nuwan (era el nombre del ave en aquel lejano continente) para demostrarte con él mi amor por ti- le dijo a la princesa -aunque mucho me temo que ahora no me parece tan hermosa- le dijo mirándola al rostro y sonriendo, no sin cierta arrogancia.
Todos alabaron la audacia de Ledo y a él se lo nombró sucesor, a pesar del despecho del anterior pretendiente, que cargó en su ira contra él y resultó muerto en singular combate. Así Ledo fue nombrado rey de Curaden y adoptó como símbolo nacional al Nuwan, al que se llamó pavo real.
Cunando los descendientes de Ledo propusieron y lograron la constitución de un consejo común a la región de Naignárid, el símbolo que se adoptó fue el mismo de la ciudad, solo que con un cambio de colores.
Si bien es cierto que circulan versiones menos románticas de la historia, que dicen que Ledo era un comerciante descarado o un pirata de los mares del este que se apareció y arrebató el trono, la historia más contada y la que se tiene como versión oficial de los hechos es la primera, por inocente que parezca.
De esos días distantes y de los hechos históricos siempre cambiantes, se conserva este símbolo, que ondea en cada uno de los estandartes de las torres y banderas del país, en representación de los que se atienen al consejo; ahora ondeaban en la propia ciudad de Sarlos junto al estandarte propio, con la imagen de un halcón, llevando en sus garras una flor de cardo.
La ciudad era magnífica, a pesa de su sencillez. Todas las construcciones eran de madera, exceptuando la torre de homenaje que se veía dentro de la ciudad, y el contorno de cada una de las puertas. Las empalizadas, de más de cinco metros de alto, tenían en su parte interna caminos que las rodeaban por lo alto, similares a murallas de piedra, y estaban rodeadas en su base por estacas afiladas y un pequeño cerco de estrechas matas espinosas, plantadas ahí por los Nagnárdos, que ahora estaban secas y duras por la época, pero que en primavera estarían rebosantes de hojas verdes y flores blancas.
Uno de los arqueros de la torre derecha hizo señas a alguien detrás de las barreras y le indicó que había gente en la entrada. Un guardia se asomó desde la empalizada, llevaba puesta una cota de malla sin ningún adorno, un yelmo bastante simple que le cubría la nariz y unos brazales de cuero grueso, en las manos tenía una lanza de punta larga, un carcaj con pocas flechas y un arco colgando de la espalda.
-¿Qué buscan en Sarlos?- gritó el guardia desde su posición.
Alduris lo observó unos instantes y confirmó que la ciudad era efectivamente aquella a la que ellos se dirigían, entonces le contestó.
-venimos a luchar junto a ustedes, por la seguridad de Naignárid-
El guardia miró a Alduris más detenidamente y notó que era un Anarassar cuando este se quitó la capucha. Recordó que una tropa estaba por llegar desde Ildon y pareció sorprendido.
-estoy esperando a una tropa de Anarassar, no a uno que venga con un joven lugareño-
-¿Entonces me dice que la tropa de elfos aún no llegó?- preguntó Alduris esperanzado de haberle ganado la carrera a su capitán.
-ya entraron siete grupos de Anarassar, estoy esperando un octavo- dijo el guardia.
-señor, yo avanzaba con uno y me atrasé, vengo a reunirme nuevamente con mis compañeros. Estoy bajo el mando del capitán Dirmalden de Edil Nidan-
El guardia pensó un momento y habló con otro que se encontraba del otro lado de la empalizada. Pasaron unos segundos y volvió a dirigirse a ellos.
-no se ha reportado ningún Dirmalden aún ¿Quién eres tú, que llegas por tu cuenta?- preguntó el guardia, desconfiando de las intenciones de los extraños compañeros.
-me separé de los míos y en el camino encontré a un viajero que me llevó por un trecho más corto en su carreta, hasta esta mañana. Tal vez lo conozcan, su nombre es Amalrod Emaldest, de la casa de Evengral, venía a traer armas y comida, va a estar aquí para la tarde-
-Amalrod Emaldest es uno de los altos comandantes del ejercito de Naignárid- aclaró el guardia, indignado por la simpleza con que se hablara de su superior -¿Dónde está en estos momentos?- preguntó el hombre, desconfiando aún.
-hace unas horas nos vimos atrasados por un extraño percance y los bueyes que halaban su carreta se perdieron, él y un enano están trayéndola ahora por sus propios medios, van a estar aquí más tarde
-eso espero, por tu bien- amenazó el guardia sin fundamentos, ya que por lo bajo de su rango esas decisiones estaban más allá de su capacidad -vamos a permitirte el paso para que verifiquen tu nombre en las listas de los Anarassar, de haber mentido recibirás el castigo correspondiente- concluyó apelando aún a cierta autoridad ficticia.
-muchas gracias señor, verá que van a poder identificarme al instante entre los soldados de la tropa de arqueros de refuerzo- dijo Alduris.
Se abrió una puerta pequeña a un lado de una de las torres y ambos entraron. Frente a ellos vieron la ciudad de Sarlos en su peor momento. No había gente en las calles que no estuviera armada, la mayoría era la milicia de reclutas campesinos con herramientas de granja y arcos de caza, ocasionalmente podía verse uno con alguna espada corta y armadura de cuero. Los soldados de la ciudad eran muy inferiores en número y la mayoría de ellos iban cubiertos con cotas de malla y yelmos, armados con arcos, lanzas y espadas de pobre manufactura. Habían soldados apartados que parecían estar armados con picas de más de cuatro metros y escudos redondos de madera, recubiertos de cuero de buey; a excepción del resto, que trabajaba, mucho estos solo estaban sentados, sin hablar ni moverse, todo indicaba que eran mercenarios contratados del sur, seguramente sería gente de la ciudad de Sattro.
El guardia llamó al elfo y este lo guió hasta el otro lado de la ciudad repleta de soldados, ahí se encontraron con un buen número de Anarassar que preparaban sus armas y discutían sobre estrategias de defensa y ataque. El guardia se apartó un poco y llamó a un Anarassar que anotaba algo en unos papeles con una pluma de ganso.
-este dice que venía con una de sus tropas- dijo señalando a Alduris -la que aún no llegó, no estoy seguro de que sea cierto, debemos saber si figura su nombre en las listas- dijo el guardia
-déjeme ver- contestó el elfo, revisando en sus papeles -¿Cómo se llama?- le preguntó a su compatriota.
-mi nombre es Alduris, vengo en la tropa de arqueros de refuerzo bajo el mando del primer capitán Dirmalden y el segundo capitán Tungold-
El elfo revisó sus papeles y encontró el listado correspondiente a los arqueros de refuerzo, revisó unos segundos y encontró el nombre.
-usted es Alduris de Galrin, hijo de... -
-de Emradis- señaló Alduris -o tal vez esté anotado como protegido de Gilrof, mi tío. Alguno de ellos dos ha de figurar, no sé cuál-
-yo conocí a su padre- aclaró el otro, confirmando que Alduris pertenecía efectivamente a los Anarassar que llegaban desde Ildon -le pedí que fabricara un arco para mí hace muchos años, aún lo estoy usando y nunca me ha fallado- y de su espalda sacó un arco de madera de tejo. Tenía más de un metro setenta de alto, estaba adornado con plata en el centro y en el final de las palas, y recubierto de alguna clase de resina que le daba brillo. Alduris lo miró y reconoció un trabajo similar al de su tío en él, pues su tío y su padre habían aprendido juntos el arte y no diferían mucho en su forma de trabajar.
-está bien, dejen que se quede, es conocido- le dijo el elfo al guardia local mientras seguía anotando cosas con la pluma sobre otro papel.
-muy bien- dijo este y dejó a Alduris tranquilo.
Con respecto a Garndred no hizo ningún problema, pues consideró que el joven lugareño sería oriundo de la ciudad.
-encuentra algo en que ayudar y espera a que regrese tu capitán, no tengo tiempo para asignarte a otro grupo- le dijo el elfo, regresando de lleno a sus listados y papeles.
Entonces, luego de que comprobaron que no se trataba de ningún tipo de enemigos, dejaron que el Anarassar y el Nagnárdo anduvieran a voluntad por la ciudad hasta que llegara la tropa de Dirmalden.
Caminaron contemplando las casas de madera, las calles de tierra, la gran torre de piedra en el centro, y la empalizada que rodeaba todo, algunas mujeres y algunos niños se asomaban por las ventanas de las casas de dos plantas y veían el ajetreo, no se les permitía salir más que unas horas a la mañana y unas horas a la tarde. Todas las actividades de ciudad estaban paralizadas, lo único que importaba era acomodar a las tropas y organizar las defensas, tal vez lo más activo que podía verse, más allá de las actividades relativas a la guerra, era la deserción de ciertas familias que dejaban la ciudad y buscaban establecerse junto a amigos o parientes de otras ciudades cercanas.
Garndred sentía que el dolor en sus manos volvía, pues aun no estaban del todo curadas y se lo comunicó a Alduris. Aprovechando que se encontraban en la ciudad fueron a buscar alguna sala de curación o algún herborista para solucionarlo. Anduvieron unos minutos y le preguntaron a un hombre en qué lugar podían encontrar algo de medicina, este les indicó un lugar al final de la calle y ahí se dirigieron. Era un puesto pequeño a un lado del camino, lleno de plantas secas, frascos y paquetes por todos lados. Alduris revisó el lugar y los alrededores sin ver a nadie ahí.
-¿Hay alguien cuidando de este puesto?- preguntó en voz alta sin hallar respuesta.
-¡¿Hay alguien aquí?!- gritó, y apareció un hombre mayor con algunas plantas en las manos.
-¡Sí! ¡¿Qué quiere, señor?!- gritó a su vez el anciano, medio sordo.
-estoy buscando medicina para quemaduras- dijo el elfo.
-¡¿Qué quiere?!!- gritó el anciano.
-¡Medicina para quemaduras!- gritó Garndred también desde atrás, pues Alduris ya se estaba yendo para evitar el alboroto que parecía iba a prolongarse.
El anciano revisó unos paquetes y sacó una botellita que, según decía la etiqueta, tenía aceite de Miasta dentro, una curación bastante común para todo tipo de enfermedades y lastimaduras de la piel. El Miasta es un fruto carnoso de gusto amargo que crece en ciertas enredaderas de Naignárid, generalmente cerca de las montañas.
-¡Con esto se va a curar en poco tiempo!- gritó más fuerte aún.
El joven pagó la botellita con lo que llevaba en los bolsillos y se retiró.
-¡Gracias!- dijo girando hacia el camino y al ver que el anciano no había logrado oírlo hizo un gesto con la mano y se fue con Alduris, aunque se había dado cuenta de que el hombre tampoco lo había entendido.
Caminaron un poco alejándose del alborotado negocio y se detuvieron en un lugar apartado, Alduris destapó la botella y le puso algo de aceite en las manos a Garndred, salía un olor muy fuerte del líquido, que se le chorreaba de entre los dedos y caía al suelo. Cuando desparramó el aceite por sus manos Alduris lo vendó y siguieron recorriendo la ciudad, el muchacho sintió un alivio repentino, como un soplo de aire fresco.
Por todas partes había gente llevando armas y madera a la puerta del sur, todos corrían frenéticos de un lugar a otro sin desperdiciar un minuto de su tiempo, repartían flechas, reforzaban las paredes, afinaban las pocas armas de largo alcance de la ciudad y se organizaban como podían con los elementos a su disposición.
Alduris consideró su situación personal con respecto al equipo que llevaba y decidió revisar la condición de sus armas. La espada reluciente estaba poco afilada debido a los enfrentamientos con los Enurcos, así que le dio unas pasadas con una singular piedrita de afilar, que estaba marcada con una runa en el envés. Luego de comprobar el estado de la cuerda, el arco no tenía defectos que debieran cuidarse y lo dejó de lado. Las flechas eran el mayor problema, pues la lluvia había estropeado algunas plumas y el elfo debió acomodarlas para optimizar su vuelo, las puntas triangulares, por su parte, se mantenían afiladas y las varillas a su vez rectas. No había grandes problemas por solucionar.
Garndred observaba a Alduris trabajar minuciosamente y sin descuidar los detalles, el muchacho siempre había querido usar el grueso arco de su padre, pero no lo había logrado porque carecía de la fuerza necesaria para tensarlo; a veces había intentado fabricarlos él con sus propias manos y herramientas, pero a falta de buena madera, nunca lo había logrado.
Alduris lo notó contemplando su arma con cierto interés y se lo dio para que lo sostuviera.
-¿Te gustaría probarlo?- le preguntó.
-no sé si podré por mis manos- contestó el muchacho -con los dedos sanos nunca pude tensar el de mi padre-
-intenta, si te duele, déjalo No te preocupes por la fuerza, usando poca se logran tiros muy veloces y de gran poder, no olvides que maté a uno de los bueyes de Amalrod- dijo el elfo recordando a la pobre bestia y enojado consigo por haber dicho eso sin considerarlo.
-entonces voy a intentarlo, a ver qué logro- dijo Garndred comprobando que podía tensarlo con cierta facilidad, aunque debiendo soportar el dolor de sus dedos.
Alduris acomodó un barril roto a unos metros, donde no había gente, le dio algunas indicaciones de cómo usarlo y le pasó una flecha. El muchacho tensó el arco con poca fuerza y no sintió en sus manos más que una débil molestia porque se había envuelto con más vendajes, soltó entonces la flecha y esta silbó hasta el barril atravesando uno de sus lados.
-muy bien- dijo Alduris y le dio otra flecha para que volviera a dispararle.
Garndred cargó el arco y lanzó una vez más, volvió a atravesarlo centímetros más abajo que el tiro anterior.
-bien hecho- dijo el elfo -disparas bien para ser un principiante-
-en realidad yo he fabricado arcos desde hace unos años, a pesar de que no se usen entre los granjeros. Son de mala calidad y tiran a muy poca distancia por la mala madera que he usado, pero algo de puntería creo tener- dijo el muchacho, aunque algo avergonzado.
-eso es bueno, veamos si podemos conseguirte un arco parecido al mío y algunas flechas- dijo el elfo.
Luego sacó cuidadosamente los proyectiles del barril, sin dañarlos y los guardó; fueron caminando hacia la empalizada.
Buscaron por unos minutos al armero del lugar y les dijeron que las pocas armas que podían llegar a quedar en el lado norte se encontrarían en una herrería cercana. Entonces fueron hacia el lugar indicado y se encontraron con una casa grande en una esquina, había una parte que estaba al aire libre, cubierta solo por un techo de paja y no se veía ni humo ni los fulgores del horno.
Se acercaron al lugar y vieron a un hombre organizando escudos de madera y rodelas en un estante. Observaron un poco alrededor, notando la escasa cantidad de espadas, las pocas dagas y apenas un par de armaduras de cuero. El armero se dio cuenta de que los recién llegados buscaban algo y fue a atenderlos.
-¿Qué necesitan señores?- preguntó en un tono afable.
-estamos buscando un arco y unas flechas para él- contestó Alduris.
-lo lamento- dijo de forma sincera -pero las flechas y los arcos son los que más escasean por acá, lo único que puedo ofrecerles es lo que ven-
Garndred contempló las armas sin poder ocultar su falta de interés por lo que veía, debido a la escasa posibilidad de que ciñera alguna para combatir en el frente.
-entonces creo que lo mejor sería colocarle una armadura de cuero y una rodela, podemos buscar un arco en otro lugar- propuso Alduris.
-muy bien- asintió el armero, y buscó una armadura que le quedara al muchacho, luego le ajustó la rodela, firme en el brazo, y le ofreció también un hacha pequeña.
-supongo que buscas un arco para no ir al frente, pero es mejor estar preparado por si acaso- dijo el armero -no creo que te manden a pelear a pleno campo, pero no sería bueno que alguien escalara los muros y te hallara indefenso-
Garndred tomó la espada, se la colocó firme en la cintura y le agradeció al hombre.
-espera- dijo el armero que pareció recordar algo, revisó apurado entre las herramientas y los escudos y encontró un yelmo pequeño, bastante anticuado -si te entra- le dijo -si es de tu medida puedes llevarlo-
Garndred se colocó el yelmo, que le cubría la nariz y las mejillas, y le quedó bien ajustado. Alduris lo revisó a los lados y de frente.
-está perfecto- le dijo al armero -¿Cuánto le debo?- preguntó el joven, dudoso, tanteando el escaso dinero que le quedaba.
-nada, por ahora corre por la ciudad, si le cobráramos a los defensores de nuestros muros por su equipo no creo que hubiera muchos valientes que se arriesgasen con palos y picas- dijo divertido, Garndred pareció avergonzado -además no creo que a nadie más le quedara lo que usas-
-pero el hacha la podría usar alguien más-
-llévala- le dijo el armero, sonriendo, era una persona muy agradable.
-¿No sabe en qué lugar puedo conseguir un arco y unas flechas?- preguntó entonces mientras se sacaba el yelmo, a pesar de sus manos ahora torpes.
-al sur de la ciudad no van a encontrar ninguno, traten en la otra armería del norte, no creo que les quede ninguno, pero nunca se sabe-
Entonces Alduris y Garndred volvieron a la puerta por la que habían entrado, pues la otra armería del norte se hallaba muy cercana a esta; cruzar la ciudad nuevamente les tomó algo de tiempo y se sentían cansados. Se sentaron cerca de la puerta norte y descansaron unos minutos. Garndred contemplaba el cielo que aún seguía negro y recordó la lluvia pútrida de unas horas atrás. En esos momentos ni siquiera lloviznaba y parecía ser que en la ciudad tampoco había caído siquiera una gota de agua. No se oían truenos en esa región y no se veían relámpagos en el horizonte. A excepción de la gente que corría trabajando por todos lados, no había movimiento, sin viento y sin lluvia todo parecía calmo.
Alduris miró a los hombres de las torres y los notó algo inquietos, Garndred también los observó y vio que señalaban algo hacia el norte, por el camino desde donde ellos llegaran a la ciudad horas atrás. Se acercaron a la empalizada y le preguntaron a un guardia qué sucedía, pero sin obtener ningún tipo de atención. Subieron entonces al muro de madera y miraron sobre las colinas.
La causa del alboroto eran Losgan y Amalrod tirando de la carreta entre los pastos. Alduris les avisó a los guardias de la puerta que abrieran para recibir al renombrado comandante de Naignárid y corrió a ayudarles junto con Garndred y tres soldados. Los cinco juntos salieron a su encuentro y llegaron hasta la carreta en unos pocos minutos.
Losgan y Amalrod se veían agotados, no tenían aire y estaban colorados por el esfuerzo, ya llevaban varias horas tirando de ese gran peso. Cuando vieron llegar a los soldados dejaron todo y se desplomaron donde estaban.
Alduris y los soldados tomaron el control de la carreta entonces y con gran esfuerzo la hicieron andar; Garndred mientras tanto, ayudó a sus amigos a levantarse para ir a la ciudad, con el estado de sus manos no hubiese sido de gran ayuda. Ninguno de los dos habló hasta que entraron por la puerta y se sentaron agotados en unos cajones, detrás de la empalizada, a hartarse de agua fresca.
Minutos después de que hallaran su bien merecido descanso, regresaron Alduris y los guardias con la carreta, agotados y preguntándose cómo habría sido posible que un hombre de edad avanzada y un enano halaran solos algo tan pesado y por un trecho tan largo. Los cuatro se dejaron caer y descansaron sobre el suelo por unos instantes. Entonces Amalrod se puso de pie y los hizo levantar con señas.
-suenen la alarma- ordenó -en el camino alcanzamos a ver una parte del ejercito de los Ekermas avanzando a pie desde el norte, si no reforzamos este lado de la empalizada van a destrozar nuestras defensas- ordenó el comandante, inquieto.
Sonó una campana de alarma. Enviaron un mensajero al otro lado de la ciudad para que alertara a todos. Los soldados que se encontraban de ese lado se prepararon sobre la empalizada y esperaron.
-¿A que distancia se encuentran, señor?- preguntó el jefe de los guardias.
-están a más de una hora de camino, venían desorganizados y tenían problemas para avanzar. De todas formas no se confíen en el tiempo, pues matamos a uno de sus exploradores y ya deben haberlo encontrado. Saben que conocemos su posición y podrían desviarse para reforzar el ejercito mayor- advirtió pensativo y se silenció por unos segundos -igualmente protejan con cuidado este lado de la empalizada, porque no creo que cambien su rumbo debido al tiempo que ganaríamos-
-¿Qué tan bien armados estaban?- preguntó el guardia.
-no podría decirlo, estábamos muy lejos, sobre una colina- contestó.
El guardia escuchó la respuesta de su capitán y se retiró de inmediato. Solo quedaron en el lugar Amalrod, Garndred, Losgan y Alduris. El enano miraba al muchacho armado y se preguntaba si pelearía realmente.
-¿Vas a acompañarnos en el frente?- le preguntó al fin.
-en realidad ese no es mi deseo, estaba buscando un arco para disparar desde la muralla, pero no he tenido demasiada suerte-
-¿Un arco? No te preocupes por eso- intervino Amalrod.
Revolvió un poco su carreta y encontró luego de unos minutos una caja de madera que traía debajo de unas telas. La abrió y sacó un arco corto, de tonos oscuros, adornado en oro y plata; había también flechas de plumas rojas y de puntas color cobre, y un carcaj de cuero pintado de negro adornado con dorado y marcado con runas del mismo color.
-es mío- le dijo al muchacho -puedes usarlo desde las murallas con gran comodidad, no te preocupes por las flechas ni por tensarlo demasiado porque no vas a romperlo-
Garndred lo tomó con ciertas dudas al principio, de peso era muy liviano y de rigidez también era bastante suave, lo tendió con más facilidad aún que al de Alduris.
-este es también muy liviano- dijo -son muy distintos del que tenía mi padre-
-es que hoy has tensado solo arcos élficos, y distan mucho de los fabricados por los hombres en su calidad y fuerza- aclaró Alduris -lo que entre otros se considera un trabajo de campesinos, los elfos, los Anarassar al menos, lo consideramos un arte del que pocos son capaces-
-no podría, Amalrod- dijo el muchacho luego de oír la explicación -es muy valioso-
-llévalo y cuídalo, yo estaba temiendo dejarlo con alguno de los ineptos que andan por ahí y que algo le sucediera, confío que en tus manos estará seguro-
-muchas gracias, voy a devolvértelo más tarde… si vuelvo a verte- dijo Garndred temiendo más por su vida que por la del comandante de Sarlos. Fue interrumpido al instante por uno de los mensajeros que venía del otro lado de la ciudad.
-señor, los jinetes Anarassar quieren salir a hostigar a los Ekermas antes de que lleguen a la ciudad. No quieren darles tiempo de descansar- aclaró el mensajero, agitado.
-¿Cuántos jinetes son?- preguntó Amalrod, considerando la propuesta de los elfos.
-no estoy seguro, señor, pero creo que más de trescientos-
-toda la caballería que enviaron- murmuró, dudando.
Amalrod cruzó unas miradas con Losgan pensando en el número de enemigos y en qué tan grande sería la ventaja de los jinetes.
-¿Qué crees?- le preguntó.
-me parece que si el ataque es bien organizado y aprovechan bien sus flechas pueden causar estragos con pocas bajas- contestó el enano, a pesar de desdeñar las armas de proyectil como medio de ataque.
-entonces coincidimos en eso- dijo Amalrod satisfecho -díganle a los capitanes de los Anarassar que tienen mi consentimiento para atacar, siempre que no se arriesguen a cargar- le dijo al mensajero.
-muy bien señor ¿Desea que lleve algún otro mensaje?-
-sí, informen que ha llegado una nueva carreta con armas y alimentos-
-sí señor- respondió el mensajero y salió corriendo al instante hacia la puerta sur de la ciudad -por poco que sea… -se dijo a sí mismo.
Amalrod observó alrededor, el trabajo sobre las empalizadas estaba bien hecho, entre las capas de troncos había barro y piedras para amortiguar golpes y las puertas, de numerosas capas de madera hierro y cuero, estaban firmes y bien cerradas. Había buena cantidad de arqueros sobre las torres, listos para cualquier ataque y las provisionales balistas que poseían, estaban casi terminadas de ajustar sobre las empalizadas. Unos bueyes traían hacia las puertas una carreta con barriles de aceite y de agua lista para calentarse y echársela a cualquier enemigo que se acercara demasiado desde arriba.
El renombrado capitán estaba satisfecho con el trabajo que habían hecho sus hombres en la parte norte de la ciudad y debía ver cómo se estaban preparando las puertas del sur, el este y el oeste.
-voy a comprobar la seguridad de las otras puertas y discutir con los jefes de los otros sectores, los veré más tarde- con estas palabras se retiró y corrió flanqueando la empalizada hacia el este, el cansancio parecía haberse desvanecido en él.
Desde el sur sonó un cuerno y la gente se apartó de las calles, la puerta norte estaba abierta y esperaban el paso de los jinetes.
Los compañeros miraron la calle que se hundía entre casas hacia el sur, esperando la llegada de los elfos que cabalgaban a combatir. El murmullo de cascos se oyó desde lo lejos y se escucharon relinchos de caballos, en unos momentos aparecieron los primeros jinetes que iban al frente de la columna. El capitán avanzaba adelante, cubierto por una armadura de placas y un yelmo adornado con oro y plata, detrás de él iban dos jinetes que portaban estandartes con la estrella de cuatro puntas en ellos, más atrás llegaban todos los soldados a trote ligero, armados con cotas relucientes, más modestas que los primeros, pero igualmente bellas. Todos esperaban ansiosos a la batalla. La columna de jinetes pasó en unos minutos y las puertas se cerraron detrás de ellos, cuando se organizaron en el campo, aumentaron la velocidad y se perdieron en el horizonte. Adentro, en las calles, todos volvían al trabajo y el ruido de antes invadía el lugar nuevamente.
El sol se levantaba en el cielo sobre la ciudad, alcanzando su cenit, y mostraba algunos rayos de luz entre las nubes, ya era el mediodía y no sabían nada de las fuerzas enemigas que venían desde el sur. Si es que el ataque mayor llegaba desde esa dirección, Losgan, Alduris y Garndred (a pesar de su miedo) querían encontrarse listos para hacer frente al enemigo de inmediato.
El elfo se mantenía calmo. La guerra lo preocupaba, pero ya estaba tranquilo en otro aspecto, ya que había llegado antes que Dirmalden a la ciudad, llevando su corta empresa a buen término y no iba a tener que preocuparse más por la amenaza de su capitán. Suspiró, se puso de pie frente a sus amigos y les habló.
-¿Vamos a la empalizada del sur?- les propuso con cierta simpleza -el enemigo debe estar cerca en estos momentos y nosotros estamos acá sin hacer nada- Losgan y Garndred observaron unos segundos al elfo, sin contestarle.
-¿Quién viene a acompañarme?- preguntó Alduris, exhortando a sus compañeros.
Losgan se levantó y ayudó a levantarse a Garndred.
-vayamos- le dijo y los tres caminaron por la calle hacia la empalizada del sur.
Luego de un avance lento, llegaron a la puerta. La mayoría de los soldados estaban ya organizados en las empalizadas y las entradas estaban cerradas y apuntaladas con troncos desde adentro. Losgan tomó del brazo a un soldado de los que pasaban corriendo a su lado y lo detuvo.
-¿Qué saben del enemigo?- le preguntó.
-uno de los exploradores volvió hace un momento- respondió agitado, respirando con dificultad -está hablando con los capitanes, todavía no sabemos nada, pero creemos que ha visto al ejército enemigo en las cercanías y nos estamos preparando-
Alduris, Losgan y Garndred buscaron con la vista a su amigo, pero sin verlo. De pronto salió de una casa cercana y un cuerno sonó tras él.
-¡Estén todos listos!- ordenó uno de los capitanes -¡En cualquier momento veremos al ejército enemigo frente a nosotros!- luego de dar la alarma y repartir las ordenes, todos se armaron, Amalrod se colocó un yelmo sobre la cabeza y tomó su espadón, llamó a un mensajero y le ordenó que llevara el mensaje a la infantería para que estuviera lista.
Cuando los capitanes de los Nagnárdos se retiraban, Losgan llamó a Amalrod desde lo lejos.
-disculpe, capitán de grandes gentes- dijo en tono amistoso -pero me gustaría batallar a su lado-
Amalrod miró hacia atrás y se encontró ante el enano, armado con su hacha.
-entonces sería un honor para mí que así fuera- le contestó.
Losgan se despidió de sus amigos y se retiró siguiendo a Amalrod. Alduris y Garndred subieron a la empalizada a la derecha de la puerta y prepararon sus arcos. Unos truenos se oyeron retumbar por todo el lugar y comenzó a llover en la ciudad con poca fuerza, por primera vez en el día. En el horizonte pudo verse gente formando una línea negra que se confundía con las nubes, los Ekermas se acercaban finalmente.
Había tensión en el aire y la gente de las empalizadas estaba nerviosa. Los arqueros prepararon sus arcos y las balistas de las torres fueron cargadas para disparar de un momento a otro. Se escucharon cuernos de alarma por toda la ciudad y todas las puertas y ventanas de las casas se cerraron. Un relámpago iluminó el cielo y el viento comenzó a soplar desde el norte. Ya no había rebaños afuera, habían sido guiados a las pasturas del norte unas horas atrás. El preludio de un desenlace oscuro había sido anunciado por los elementos, los animales carroñeros ya se agolpaban cercanos al campo, en espera de lo que vendría. La batalla estaba por comenzar.
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