Carruaje y pesadillas
El repiqueteo del carruaje, y el silbido maldito que hacen las hojas al viento; no era día para salir de noche.
- Caballero, lléveme a la plaza “El Carmín” por favor.
Asintió con su cabeza, de hecho no me había dicho nada en todo el viaje; era un sujeto encorvado, sombrío, con un sombrero que tapaba toda su cara; en todo el viaje nunca me mostró su rostro.
Creo que fue mala idea, cada vez que observaba un arbusto, parecía cobrar vida, en un sin fin de sombras alargadas, los árboles y sus ramas se movían al son del viento, y éste parecía que aumentaba con cada paso de los caballos. Pero el paseo seguía, y no había retorno. Imaginaba una oscuridad más allá de la posible, miraba la luna cubierta por una nube, y parecía sonreírme, como burlándose.
Y todo por un estúpido paseo de noche; creo que alguien me está mirando.
A mí alrededor sólo veía árboles, un corredor inmenso de árboles y la nada, ¡ah! No hay nada más terrible que la nada. Creía ver ojos, sonrisas, cabellos ondulantes, caras endemoniadas, pero nada.
Creía que llovería, no sé, me lo esperaba por la situación, una lluvia tormentosa, increíble, la más terrible conocida; pero nada.
O un incendio, que se quemara un árbol y éste incinerara al de al lado y así sucesivamente creando un infierno en vida, un pasadizo de rojo; pero nada.
Un latigazo al caballo me despertó de mi macabro trance. El conductor me señaló que me bajara, que habíamos llegado; con una voz extraña me dijo que tenía que atravesar una mata, y vería la gran plaza.
- Pero cómo me va a dejar acá, no hay nada, ¡nadie! Ni siquiera se escucha un santo, ¿por qué no me deja un poco más allá?
Pero ya era tarde, se alejó en un santiamén, como si una gran mano invisible empujara al carruaje, y con un horrible gemido de los caballos.
Tenía que cruzar la gran muralla verde, pero mis miedos me pesaban, mis pesadillas más terribles no se comparaban, enredaderas enmarañadas, el suelo pedregoso, el color de la noche y el incesante sentimiento de que alguien me perseguía, me miraba; no me dejaban avanzar.
Armado de valor atravesé la espesa mata; una luz me inundó, era la plaza, todo estaba en su lugar.
Supongo que mi imaginación para crear historias de terror ha vuelto
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