Confesión absurda
La vida me hizo cobarde y egoísta, condición oculta por mí ego que se refleja en mi cuerpo disfrazado de ángel. Sobredimensionado por terceros, me consumo y elevo a un estado de autosatisfacción evidente solo cuando la memoria ataca. Y produce con gran estupor una revelación de mi verdadero rol. No bastan las caricias de la mujer que ama sin saber que no es correspondida, que es traicionada por el anhelo del pasado, pero que sigue así, acrecentando los sentimientos de su corazón. Notas melódicas que en su momento rememoraban estados de felicidad, hoy son como agujas que se clavan en mi conciencia. Entretanto al otro lado del río juegan a ser felices y completos, camuflando lo que en realidad se vive, lo que está cubierto por el odio y la ignorancia de la realidad. Héroes musicales y filósofos de entonación no saben que aconsejar en este instante, por lo que prefieren repetir lo que dicen siempre en sus notas: nostalgia y melancolía. Pero a pesar de todo, mis ojos siguen parpadeando y buscando la dirección que señalan hermosas siluetas que se pavonean por los pasillos de labranza. He recibido lo que no he segado, he tomado los frutos de la delicia y aún no llega mi castigo, y es tortuoso esperar mientras disfruto. Y tan felicidad me da asco, me repugna ver a la gente sonreír y a las mujeres amarme, porque quisiera que todo fuera caos, que todo estuviera cubierto de gris, para encontrar la solución a la tristeza de los demás. Pero no soy Dios, y no quisiera serlo para no tener que lidiar conmigo. Miro alrededor de mis hombros, por encima y por debajo, y reconozco que sigo siendo anónimo, detrás de letras y de acertijos literarios, descifrables solo si decido dejar de ser taciturno. |