Desde entonces, llevan un hueso de cereza entre los dientes. Juegan a darle patadas con la lengua, lo mueven por las muelas y el güito afilado silba una canción:
“En la lucha entre dos almas cuerpo a cuerpo todo vale, en las batallas del amor unos matan y otros mueren, y nunca se sabe qué es mejor”
Ocurrió en verano. Ella hizo un paréntesis en la línea de su vida para venir a esta ciudad.
No se habían visto antes. Pero se habían hecho algún daño previo. Es decir, se conocían de un lugar recóndito de donde les nacía la voz a cada uno. Una nube los presentó y los dejó solos, no podía quedarse porque las nubes siempre llevan prisa cuando hay sed en todas partes.
Él no dijo si la amaba.
Ella no preguntó: ¿Me quieres?
Pero cuando se cruzaron las órbitas de sus planetas, salieron chispas naranjas de sus cortezas.
Se abrió un paréntesis de amor en el texto de sus vidas.
Porque sus bocas no pararon hasta probarse una en la otra.
Porque sus corazones se tendieron al sol de las ventanas.
Porque la primavera llegó temprano y muy caliente.
Él no le prometió nada, aparte de sí mismo.
Ella no le pidió al marcharse: Piensa en mí.
Dieron vuelta al reloj para medir un tiempo tan contado.
Necesitaban dos vidas por lo menos:
Una para quedarse en ese rizo espumoso del destino y otra para volver al tren de trazo recto.
Ella llevó su imagen al fondo de los ojos, para siempre.
Y le dejo muchos besos descritos en la piel, muy minuciosos.
Y el mar lloró unas lágrimas saladas, en cada ola, porque había lamido y añoraba sus cuerpos desnudos, él también.
Poco duró el festín de las cerezas, el baile de los rizos azules.
Pronto se les secó la gota roja en las comisuras de la boca.
Pero desde aquel verano los dos llevan la música del hueso entre sus dientes. A veces le dan patadas con la lengua, y entonces se oye el silbo, la canción de la cereza:
“En la lucha cuerpo a cuerpo todo vale, hasta dos almas. En las batallas del amor, uno gana y otro pierde, y nunca se sabe qué es peor”
Y un día de estos, cualquiera de los dos tirará el hueso. Pero la canción seguirá sonando dentro, en el pabellón abovedado de la boca, tocada por la punta de la lengua.
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