Resulta lamentable observar los hechos que en política internacional se están desarrollando en estos días, fundamentalmente en lo que tiene que ver con la guerra desatada entre oriente y occidente. Por un lado, el máximo exponente de los occidentales, el Sr. Bush, no trepida en echar mano a los argumentos más inverosímiles para mantener la estrategia hegemónica sobre su adversario, el terrorismo en lo global e Irak en lo puntual, amenazando que el retiro de tropas españolas de suelos iraquíes no sólo supondrá una derrota ante el terrorismo sino también, y quizá más importante aún, un desconsuelo para los propios iraquíes que ven en las fuerzas de ocupación la panacea para recobrar no sólo la estabilidad estatal y económica sino también la dignidad como pueblo. ¿Habrá alguien que lea de vez en cuando un periódico o contemple los noticieros capaz de tragarse semejante patraña?.
Si Aznar por una bárbara y mezquina mentira perdió el gobierno en un abrir y cerrar de ojos, ¿qué debiera ocurrirle a Bush que no ha parado de generar embustes prácticamente desde que asumió el gobierno de su país?
Los iraquíes ni por broma quieren a las tropas de ocupación en su territorio y una encuesta realizada por varios medios de comunicación internacionales, entre ellos la BBC, así lo dejó en claro. ¿Es ello sorprendente? Por supuesto que no: ¿A quién de nosotros le gustaría ver su país invadido u “ocupado” por fuerzas extranjeras si ni siquiera toleramos vernos sometidos por nuestros propios soldados?. ¿Cree alguien razonablemente que la ocupación de Irak traerá paz y prosperidad a esa conflictiva zona del Oriente? Evidentemente que no.
Gran parte del problema radica en la óptica que hemos empleado para verlo. El conflicto no es político sino económico y mientras Estados Unidos no sacie su voraz apetito por el oro negro que riega a esas tierras, no existirá la paz mundial, no desaparecerá el terrorismo. El terrorismo solo menguará en la medida en que los pueblos de culturas radicalmente distintas a la nuestra sientan que su diversidad es tolerada aún cuando no llegue a ser comprendida. Que su forma de vida y de ser es valorada en su justa medida por los pueblos occidentales y que, fundamentalmente, es respetada y no avasallada. El terrorismo es la respuesta, hasta cierto punto comprensible, de decenios de abusos y atropellos de los norteamericanos y sus aliados. ¿Es posible separar el atentado a las torres gemelas con décadas de intervencionismo y abuso yanqui en los países árabes? Por cierto que no. Como tampoco es posible separar el atentado del 11 de marzo de la política rastrera que hacia estados unidos practicó el gobierno de Aznar perdiendo estrepitosamente en su apuesta: No sólo le costó el gobierno que por méritos económicos no debiera haber perdido, sino que ni siquiera consiguió migajas del botín iraquí que los Estados Unidos no han repartido ni siquiera con sus esbirros ingleses. La política americana sólo favorece a los americanos y a nadie más. Que no se engañe Tony Blair: en su camino están puestas las mismas piedras que llevaron a Aznar al despeñadero: no sólo la pérdida del poder y la inminencia de un devastador ataque a su pueblo, también, como en el caso de su colega español, el repudio generalizado de su gente.
Allá ellos los gringos si quieren exportar sus pachotadas a los remotos confines de nuestro mundo, pero no le hagamos el juego. Nuestro países son lo suficientemente maduros como para no caer en actitudes tan cándidas y peligrosas y, lo que es más importante aún, somos todos si estamos unidos lo suficientemente fuertes para imponerles cordura y humildad a los norteamericanos si ellos no son capaces de imponérselas por sí mismos.
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