"Hay un único lugar donde ayer y hoy se encuentran y se reconocen y se abrazan. Ese lugar es mañana" Eduardo Galeano
Una mudanza no es cosa de todos los días. Tanto es así que aquella era la primera vez en su vida que iba a cambiar de casa.
La muerte de su madre había precipitado la decisión. Siempre había querido aquel lugar donde transcurrió su niñez. Pero ahora la casa era demasiado grande y Cecilia se sentía muy sola en ella.
Munida de su título de maestra decidió enfrentar una nueva vida y eligió hacerlo en un pueblo alejado de su viejo hogar.
Entre cajas a medio llenar y papeles que debía desechar, encontró un montón de fotos viejas. Su madre era una fanática de la fotografía y había muchas de ellas, la mayoría en blanco y negro.
Se detuvo un rato en varias de esas imágenes que le traían recuerdos de su propia vida, y de gente querida que la había acompañado a través de ella.
Su mirada tropezó de repente con una foto desde donde la miraba la figura de una mujer que no reconoció, pero que aún así, le resultaba vagamente familiar. Estaba parada, con los brazos cruzados y recostada en el marco de una puerta.
Buscó en su memoria, pero no recordaba aquel rostro con el seño levemente fruncido en un semblante de una edad indefinida. Seguramente sería alguna amiga de su madre.
Advirtió de repente que si no se apuraba, no terminaría a tiempo con la enorme tarea de vaciar la casa. Venciendo el impulso de arrojar aquella foto a la basura, la guardó junto a las otras y las acomodó en una caja que se llevaría con ella.
La señora Cecilia se apuraba con los preparativos del almuerzo. Hoy cumplía 60 años y la familia llegaría en un rato para festejarla.
¡Dios mío! Parecía ayer cuando llegaba a aquel pueblo, hacía ya 35 años.
Aquel pueblo, donde con mucha ansiedad y un poco de temor, había recomenzado su vida hacía ya tanto tiempo. Aquel pueblo donde supo conquistar a los niños a los que se dedicó a enseñar. Y donde también logró conquistar al hombre que la acompañaría por siempre.
Tuvo marido, hijos y ahora tenía dos nietos adolescentes que se repartían por igual su amor de abuela.
Ya era la hora ya llegaban, aquí estaban.
Ella había salido a esperarlos y así la encontraron, apoyada en el marco de la puerta con los brazos cruzados y frunciendo un poquito el ceño porque el reflejo del sol le molestaba.
Sebastián, el nieto mayor, la vió, y le gustó tanto la imagen, que comenzó el rollo de su cámara con una foto de su abuela en aquella pose tan familiar.
Pocos días después la visita se repitió, esta vez para mirar las fotos de la celebración.
Mientras la señora Cecilia las miraba, sus ojos se posaron en la que su nieto había tomado en primer lugar.
Como un relámpago, apareció en su memoria el momento en que hacía ya tantos años, justamente el día que se mudaba a su nueva casa, había encontrado entre viejos papeles, la fotografía de la mujer que no podía identificar.
En un eterno segundo, no pudo saber si tenía 25 o 60 años.
Ante el asombro de todos, corrió escaleras arriba y sacó del lugar donde había estado guardada durante tanto tiempo, la vieja caja. Cuando encontró lo que buscaba, comprendió que por una trampa del tiempo, había quedado detenida bajo ese dintel, y que dentro de otros 30 años, alguien con su mismo rostro, volvería a cruzar los brazos y a recostarse sobre el marco de aquella puerta para sacarse una foto. |