El mimo, que no pudo dejar de serlo...
Ahora ya ni se resiste y ha aprendido a convivir
con su mimo, incluso vive de él.
Miguel chispa González



En medio de la acera; un joven mimo palpaba con ambas manos; una sólida pared imaginaria.
La mayoría de los transeúntes pasaban a su lado sin prestarle atención,
y algunos generosos le ofrecían monedas a cambio de nuevas pantomimas.
Después de recaudar lo suficiente, levantó una mano, y cerró los ojos.
La ciudad entero dio vueltas y se concentro hasta quedar del tamaño de una bola de boliche, para luego dejarse caer con suavidad sobre la palma del mimo.
En la mitad de aquel vacío,
un colorido payaso apareció con una bola similar en sus manos.
¿Te fue bien en esa ciudad?
–Pregunto con voz chillona el payaso.
El mimo se limitó a guiñarle un ojo.
Una dulce sonrisa invadió el rostro del payaso,
intercambiaron bolas y se fueron a sus nuevas ciudades a probar suerte.