Una gota cae en mi cabeza, la gente comienza a mirar hacia el cielo, segunda gota en mi cabeza, la gente comienza a protegerse, tercera gota, la gente que lo tiene, abre su paraguas, cuarta gota, le gente apresura el paso, quinta gota, la gente que, “como yo”, no tenía paraguas se refugia en algún alero. Corro, ya no quiero mojarme más, corro, ya no quiero denigrarme más, corro, ya no quiero ser humillada, aplastada como siempre lo han hecho, ya no quiero que desprecien mis derechos, ya no quiero que desprecien mi persona, ya no quiero que desprecien mi valor, ¡ya no quiero que me desprecien! Llueve a cántaros en la ciudad, corro, un hálito desenfrenado, un hálito rumiante me persigue, estoy exhausta, exhausta y empapada. Llego, al fin un refugio, penetro en la muchedumbre que intenta guarnecerse en la parada de buses, me integro a todos lo que, “como yo”, se dirigen a su morada, ¡pero si nadie es como yo! ¿Qué cosas digo?, nadie es como yo, al menos en esta comuna, al menos en este barrio, al menos en estas calles, y me lo hacen saber, me dan a entender su clase, me dan a entender su categoría, ellos están en la cima, yo en su homófono, ¡como si fuera ignorante!, es cierto que no tengo sus estudios, pero sí tengo lo que a ellos les falta, humildad, sí tengo lo que ellos desean, felicidad, sí tengo lo que a regañadientes me han dejado, lo que casi se han llevado por completo pero que atesoro como si fuesen cristales, mi dignidad, cristales, ¡claro!, frágil es como cristales, mi dignidad es tan valiosa como los cristales más valiosos en la casa de mis “empleadores”.
Llega mi bus, me esperan 30 minutos de viaje, viaje a mi hogar, donde los míos me esperan con sus caritas agotadas sí, pero sonrientes, con sus estómagos hambrientos, pero siempre los encuentro brincando a mi alrededor, viaje hacia mi hogar, pequeño pero reconfortante, viaje hacia mis hijos, mi medio, mi entorno, mi familia…mi vida.
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