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En el sueño era un varón. Estaba tomando un pocillo de mate cocido cuando le arremetieron unas ganas tremendas de orinar. Salió corriendo hacia el fondo, se paró junto al árbol, a un costado del gallinero y de la bragueta sacó un pequeño pito, orinó. Sorprendida de ser varón y de tener un miembro como aquel terminó de orinar. Gruñidos. Escucho los sonidos ásperos desde la garganta de un perro. Era el perro de la familia, un animal negro con amplias fauces y unos colmillos que ahora babeaban y temblaban. Ella, ahora varón, aún con el pequeño falo en su mano, retrocedió hasta apoyar la espalda en la pared. El animal dio un salto y se abalanzó sobre ella, la arrojó al piso y le devoró el miembro. Desesperada, empapada en una transpiración que la envolvía por completo despertó.
Estaba casi temblando, tenía la respiración entrecortada, y sintió una sensación húmeda y caliente entre las piernas. Llevó su mano al lugar y sintió un líquido espeso correrle entre las piernas, sacó la mano desde debajo de la sábanas y al mirarla se percató de que aquello era sangre. La confusión se apropió de sus sentidos y trató de dilucidar si ya había despertado o si aún estaba experimentando el tormentoso sueño. La habitación estaba casi a oscuras, así que se levantó y fue al baño, observó su mano, definitivamente aquello era sangre, corrió su ropa interior, estaba sangrando desde entre sus piernas. Recordó al perro devorando su falo y volvió a confundir el sueño de la vigilia. Estoy desangrándome, se dijo. Agarró un trapo, lo hizo un bollo y lo colocó ahí donde parecía estar la herida.
Las sábanas estaban manchadas con sangre. Pensó en su madre, en su padre, cómo les explicaría que un perro en un sueño le arrancó el pito y que ahora estaba desangrándose. El sólo hecho de imaginarse explicando la situación la sumió en la vergüenza y el estremecimiento. Arrancó las sábanas, y las enjuagó en la pileta del fondo. No había nadie en la casa. Todos habían partido al trabajo. Refregaba la sábana cuando recordó la presencia del perro, aterrorizada se dio vuelta y allí estaba el animal, manso, junto al alambre del gallinero, masticando un hueso de días anteriores. Ella sabía que ese perro era mas bueno que una oruga pero el solo recuerdo del sueño la llenó de temor. Volvió a mirarlo, a cerciorarse de que no era una amenaza, y después de colgar la sábana en el alambre se acercó al árbol, a un costado del gallinero, junto a la pared, para ver si observaba algún resto de sangre, o carne, o algo que le refiriese al hecho sucedido. Hecho que aún no podía terminar de dilucidar si era sueño o realidad. No encontró nada. Sólo un montón de plumas y algunos restos de caca de perro.
Sintió una gran humedad entre sus piernas. Volvió a revisarse y aún sangraba. Corrió hacia el baño, llenó el balde y se lavó frenéticamente. Me voy a morir, pensó. Desesperada salió corriendo hacia la casa de su amiga Mónica.
La abuela de Mónica había fallecido meses atrás. No recordaba de qué pero si ella se estaba muriendo seguramente le pasarían las mismas cosas que a la abuela. Trató de fingir tranquilidad, le preguntó a Mónica como habían sido los últimos días de la anciana. Ella le contó que estaba pálida, sin hambre y muy débil en cama, sin moverse. Te pasa algo raro, dijo Mónica, por qué estas preguntas; pero ella no contestó, evadió las respuestas, la saludó y se fue.
De nuevo en casa volvió al baño. La entrepierna húmeda de sangre le recordó la inminencia de la muerte. La cabeza se le llenó de pensamientos y padeció unos mareos. Agitada y de a sorbos bebió agua con ayuda de sus manos. No estaba pálida, se observó en el espejo y no estaba pálida, ni débil, había venido corriendo desde la casa de Mónica, y tenía hambre, el estómago se le estaba llenando de mariposas hambrientas. Salió del baño pensando que había algo de esperanza, a lo mejor le faltaba mucho para morirse todavía, semanas, tal vez pudiese conseguir ayuda, pero con quién, el solo recuerdo del sueño, el perro comiéndole el pito, ella varón, despertar sangrando, eran cosas que no se imaginaba relatando, se enrojecía con solo pensarlo. En la mesa de la cocina, solo iluminada por la luz que llegaba desde la ventana, masticó un pan untado con manteca. Movió las piernas y volvió a sentir la sangre encharcarse entre las piernas. En el fondo, el perro seguía masticando el hueso y movía la cola espantándose las moscas.
El calor se levantaba desde las calles de tierra. Había una leve brisa y remolinos de aire arrastraban algunas hojas de acá para allá. Caminó con el miedo de saberse próxima a morir. Pasos largos y rápidos. Llegó a la capilla. Dentro del edificio estaba fresco, luminoso, se sentó en uno de los últimos bancos. Uno de los monaguillos barría el lugar. Se puso de rodillas y pidió a Dios por su vida, le rogó la enviase al cielo si es que moría y que si podía salvarla que la salvase. Pidió perdón por haber soñado con ser varón y su pito. Con los dedos entrelazados en una expresión de ruego rompió en llanto. El monaguillo levantó la cabeza, necesita algo, preguntó, ella se levantó y salió corriendo de la capilla.
Cruzó el pueblo. Se fue a sentar junto al arroyo. Como no había nadie alrededor aprovechó para lavarse la herida. El agua pasaba junto a sus tobillos y una estela de sangre se disolvía en la corriente. Pensó cuales serían los últimos actos que realizaría en su vida. Si por fin se atrevería a decirle a Néstor, el chico del séptimo grado, cuanto lo amaba. Si le devolvería a Susana las hebillas que le había quitado una noche, desde su mochila. También pensó en el perro, en matarlo, pero después volvió a confundirse entre la vigilia y el sueño, y no terminó de entender que había sucedido. Al final una luz de esperanza se abrió ante sus ojos, hablaría con su tía Irma, con ella podría hablarlo, ella era media loca ya de por sí, no se asombraría de esta locura que ella le iba a contar.
Encerradas en la pieza, Irma y ella se sentaron sobre la cama. Trató de buscar las palabras para empezar pero un remolino de verbos y adjetivos y sustantivos se le atragantaron bajo la lengua. Solo atinó a correrse la bombacha y mostrarle aquello. La cara de Irma fue de sorpresa, después sonrió. Ella se desarmó en un llanto agudo y contenido. Irma la abrazó, no llores nena, la tía te va a explicar, dijo. Se quedaron abrazadas por un rato.

Texto agregado el 15-08-2007, y leído por 315 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
14-03-2008 ..esto está reamente para detenerse y pensar..una lectura no basta, atrapa demasiado. Mildemonios
30-08-2007 Muy buen relato. Me gustó mucho la forma de describir algo que pasaba antiguamente. Hoy, fracias a Dios, ya no pasa. margarita-zamudio
24-08-2007 Imaginate si las niñas no saben que onda con su suerpo, el susto que se llevan es enorme, como en tu relato. Muy bueno. Jazzista
16-08-2007 Muy buen cuento. Está muy bien escrito y la historia es hermosa y tierna. Tiene razón Omenia, ahora las nenas lo saben todo desde los diez años; y se sienten mal si a sus amigas les sucede antes que a ellas. marielavit
16-08-2007 Excelente y quizá más entendible para las mujeres, la edad de la pubertad le había llegado. Lo que sucede es que a veces las madres se olvidan de conversarlo con sus hijas y llegado el momento y sin que nadie les comente nada se asustan, claro que este cuento debio ser escrito cien años antes, ahora las niñas ya lo saben todo ¿verdad? omenia
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