Ahí estaban esos pómulos que antes rebozaban de gran belleza, ahora marchitos, marcados por la muerte, tendida, desnuda como la innegable verdad que vestía esa carne cuya belleza estaba en descomposición, yo tenia entonces la responsabilidad de prepararla para su entierro, debía maquillarla para que luciera todavía radiante de belleza, cosa mas extravagante e hipócrita que se haya oído, por que no importa cuantos falsos rostros pudiera yo poner en sus delicadas facciones, ese rostro de tan bello paisaje sonreír ya nunca mas lo haría, y cualquier emoción que pudiera dibujar yo en ese lienzo de piel difunta era una mera apariencia de lo que en vida fue su jovial gesto.
Su nombre era Norma, lo vi en su registro, cuan frías eran esas palabras plasmadas en ese papel de fúnebre contenido, de funesta finalidad, era Norma solo una trabajo mas, pero se veía tierna, culta tal vez, asidua a las novelas de humanismo, a los relatos cuyo final era el triunfo del amor que perdura después de la muerte, eso tal vez era Norma, una persona con conflictos y desamores, con moralejas en días de lluvia y nostalgia, y tragedias tostadas bajo el romántico sol perfumado de primavera, todo un cóctel de múltiples risas y miles de formas de llorar, de amar y de odiar, y al verle ahí, sin ropa, vulnerable con su rostro atrapado en un tiempo pasado, por un pequeño momento en medio del ir y venir de pensamientos, de palabras que ya no importaban y de brillantes metas que ya no se cumplirían, me puse a llorar empapando las mejillas de la joven, por su muerte y por la mía que es mas lenta, pero no deja de ser muerte.
Tal vez de haberla conocido en la calle, no nos hubiéramos hablado, tal vez si, tal vez pudimos habernos saludado y de la forma apropiada en que un patán bohemio pretende dirigirse a una dama que de forma delicada pero enérgica se niega a un piropo insano cuyo objetivo era el llegar al sagrado recinto donde los amatorios arden; amigos y novios y amantes, esposos cuyo odio mutuo aumenta con una traición sazonada con el aburrimiento que la falta de misticismo pudo haber sido sembrada en nuestro hipotético matrimonio, todo eso pudimos haber sido junto a Norma, pero ahora no es mas que eso, una suposición y nada mas, una dulce sombra en la tela dimensional que empaña el transcurrir de mi tiempo, que con el tiempo se terminara por borrar por completo, pensando en eso vestí con un bello vestido de color rojo, muy reservado y a la vez muy digno de ser el ultimo traje que engalanaría su cuerpo en el flujo de la eternidad.
Después de terminada la farsa, su rostro reflejaba mucha felicidad, así se me ordeno que lo hiciera, que la plasmara como una doncella bailando bajo la nieve, la cual nunca conoció, que en su semblante fuera desconocido el significado de la palabra tristeza, y cuan mentiroso sonaba eso por que lo que mas llanto hizo brotar de mis ojos se que Norma se había quitado la vida en un suicidio, victima por una depresión y ni en la muerte le era permitido demostrarlo, aun recuerdo que lo que mas tristeza y ternura me causo era que bajo las mangas de su traje, estaban ocultas, como los pecados del sacerdote o los asesinatos del tirano, las heridas aun entreabiertas de sus muñecas por las cuales su vida se fue filtrando, nada mas que un beso en la frente le pude dar, y me volví de espaldas cuando la colocaron en su féretro, cama de satín que como cuna final la arrullaría hasta el fin del tiempo.
Norma fue enterrada esa misma tarde, con ella se fueron mis lagrimas impregnadas en su mejilla, por un breve instante fue un objeto de profunda inspiración, pero después cuando me tendí en mi cama, convirtiéndome en un no muerto, pensé con mas claridad, y vi que Norma no era mas que un alma humana y que tal vez había encontrado paz...
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