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Inicio / Cuenteros Locales / ulrichlopez / Un pequeño viaje musical

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“Sí, estas notas están de más”, se confirmó a sí mismo el compositor al tiempo que examinaba por cuarta vez su obra, “suenan bien, pero para incluirlas en la serenata sería necesario añadir tres compases más. Mejor las elimino”.
Y las notas en verdad fueron excluidas de la obra musical, pero el compositor no las borró, simplemente las apartó de su vista con un manotazo enérgico. Las tres notas se deslizaron hasta el final del cuaderno pautado, rebotaron en la mesa manchada de tinta, sudor y sangre y por fin cayeron al suelo.
Las notas consultaron entre sí y decidieron esperar, acostadas en el piso, el paso de algún grillo deseoso de mejorar la melodía de su canto. Pero ningún grillo pasó por ese lugar y las notas acabaron por dormirse.
Al día siguiente, muy temprano, el ruido de una escoba furiosa las despertó, y se volvieron blancas de susto al ver cómo el polvo y las basuras volaban por toda la habitación. Se tomaron las tres de la corchea y esperaron, temblando de miedo, el embate inminente de la escoba.
Cuando fueron barridas, las notas volaron ligeras a través de una ventana de la casa. Durante su vuelo forzado desearon convertirse en parte del canto de alguna ave, pero no se encontraron con ninguna, así que siguieron el curso de las corrientes de aire hasta ser depositadas suavemente por él en el patio de un jardín de niños.
En ese lugar las notas aguardaron por varios días el encuentro afortunado con un niño deseoso de aprender notas nuevas para sus canciones, y de hecho si recibieron la visita de algunos de los pequeños, pero ellos las encontraron tan difíciles de comprender, por ser ellas notas de conservatorio, que después de un momento de análisis se alejaron corriendo para seguir con sus juegos infantiles.
Por fin fueron levantadas por la maestra de canto quien, al encontrarlas, decidió llevarlas a su casa para utilizarlas en alguno de sus cursos; pero a causa de las prisas, los quehaceres y principalmente por la preocupación con respecto a la reforma educativa anunciada para ser aplicada en las escuelas de todo el país, la mujer olvidó a las tres amiguitas en el fondo de su portafolios.
Nadie puede decir cuánto tiempo hubieran permanecido las tres pequeñas solitarias en el maletín oscuro, sin ventilación, oloroso a piel gastada y a gis antipolvo, de no haber sido por la curiosidad de la hija más pequeña de la maestra quien, en un descuido de su madre, vació el portafolios y liberó a las notas de su encierro angustioso.
A sus escasos tres años recién cumplidos, la niña no supo lo que encontró, pero las formas graciosas de las notas llamaron su atención y pasó dos horas completas jugando con ellas: las usó como sombrero de su muñeca preferida, juntó a dos de ellas y las convirtió en lentes de sol para su osito de felpa, por último, las notas fueron sumergidas en una taza de té imaginario, usadas a manera de cucharas. Por desgracia, los niños pueden tardar muchos días para volver a jugar con el juguete una vez usado, y la niña olvidó ese mismo día a las notas entre el desorden de su cuarto de juegos.
Gracias a una casualidad afortunada, el día siguiente fue día de limpieza en la casa de la maestra de música, y al jefe de la familia le tocó en suerte ordenar la habitación donde yacían las notas, preocupadas ahora porque la niña pudiera dañarlas o romperlas. El hombre las vio, las examinó cuidadosamente, reconoció el re y el fa en dos de ellas, pero a la otra no pudo identificarla, quizá a causa de la angustia de la pequeña nota. El hombre pensó con acierto que ellas sólo podían ser propiedad de su esposa, y se las guardó en la bolsa de la camisa, pensando en entregarlas más tarde a su mujer.
Las notas se sentían en decrechendo, pues llegaron a pensar que serían arrojadas, dentro de la bolsa de la camisa, al interior de una lavadora, creyeron que el jabón y el agua las borrarían para siempre, y que nunca serían entonadas por instrumento alguno, ni por la voz de ninguna persona, mucho menos se desvanecerían suavemente en el canto melodioso de algún animal cantante. Una de ellas imprimió ánimo en sus compañeras y decidieron escapar de la muerte, así que comenzaron a escalar el bolsillo de tela.
Ese día estuvo muy soleado, sin embargo el clima no estaba muy caluroso, así que salí a pasear en mi bicicleta. Tú también quisiste disfrutar el día al aire libre, y fuiste a patinar. Esos dos hechos, y la falta de detergente en polvo en la casa de la maestra de música, nos reunieron a los seis: a las tres notas, al esposo de la maestra, a ti y a mí, en el parque que está junto al centro comercial del vecindario. Yo no creo en las casualidades, más bien pienso que todo fue bien organizado y ejecutado por algún poder capaz de hacernos coincidir en lugar y tiempo aquel día en aquel pequeño parque.
El esposo de la maestra llegó al parque murmurando su lista de compras, yo estudiaba en la mente la fórmula matemática que acababa de leer la noche anterior, algo así como la ecuación diferencial para el cálculo de la variación, sólo en los primeros quinientos nanosegundos, del ritmo cardiaco en una persona de veintinueve años cuando se enamora por tercera vez. Mis pensamientos se encontraban tan distantes de mis oídos que no te escuché cantar mientras te aproximabas patinando directo hacia mí.
Pero las notas, exhaustas a causa de la escalada hasta el borde mismo del bolsillo de la camisa, sí te escucharon. No tuvieron que consultar mucho entre sí para decidir por unanimidad el arriesgarse a saltar, en un intento suicida, desde su posición peligrosa hasta tus labios que se les aproximaban rápidos, vertiginosos. Cuando pasaste junto al hombre, ellas brincaron hacia ti, dieron muchas vueltas en el aire, variando su periodo y su tesitura, pero al final se volvieron a acomodar en tus dientes, recobraron su matiz, se deslizaron por tu garganta aspirando el aroma de tu aliento, y llegaron a tus cuerdas vocales en el instante justo en que pronunciaste mi nombre para saludarme.
Cuando escuché mi nombre en tus labios por poco caigo de mi bicicleta. Las notas, románticas de nacimiento, dieron un sentido nuevo a mi manera de ver mi propio nombre, pues yo nunca pensé que pudiera sonar así. Creo que tú también sufriste una transformación, pues desde ese día sonríes cada vez que escuchas mi nombre. Parece ser que las notas se quedaron grabadas en tu memoria, y al escuchar las tres sílabas de mi nombre, asocias esos sonidos con los que pronunciaste una vez, adornados por las notas viajeras.
Yo creo que las notas no se disolvieron en el aire al timbrar tu voz, más bien pienso que se multiplicaron indefinidamente, pues yo nunca olvidaré la forma en la que mi nombre puede sonar, y así las notas vivirán plasmadas en mi memoria. Yo espero que tú sigas sonriendo al escuchar mi nombre, para alimentar en tu mente el recuerdo de las notas que fenecieron felices mezcladas con tu saliva y el aire de tus pulmones.

Texto agregado el 18-03-2004, y leído por 489 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
26-05-2010 Magnífico trabajo, Lopez. Inocente-como-el-agua
18-11-2004 Perdón me Adhiero Saitek
18-11-2004 Gracias a la recomendación de< aaa-Alma-y-lluvia-aaa> llegué a este maravilloso cuento. Me adiero a lo que ella dice. Me encantó. Saitek
18-03-2004 !Que belleza de cuento! yoria
18-03-2004 Muy bonito Israel. Muy bien narrada la historia de las tres notas que olvidadas terminaron sonando para el amor. Saludos y mis estrellas para ti. juanrojo
 
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