El reloj dio las diez, ya había pasado media hora y el no había regresado. Maria observo la mesa desierta de comida, con platos de cartón y un cubierto para cada uno. Trataba de mantener a sus hijos siempre bien aseados, aun cuando el agua fría de invierno dejara sus tibias pieles ardiendo.
Los ojos calidos de Lorena la estudiaban detenidamente, Maria sonreía para no llorar, Tomas a su lado preguntaba porque papa no regresaba, y ella no encontraba respuesta para una pregunta tan simple y desdichada a la vez.
Se levanto de la mesa, sus hijos la siguieron con la mirada, se paro en la puerta, o mejor dicho, en aquella cortina que pretendía ser una puerta, esa cortina rasgada y llena de agujeros como su vida, Observo detenidamente el cielo, la infinita y maravillosidad del universo parecían ser solo un pedazo de excremento al lado de su vida, pregunto, calladamente, por eso Dios que todo lo puede y lo perdona, intento escuchar esa vos, la conciencia, pero su mente, su alma y su corazón permanecían vacíos, había ecos de desiertos en su ojos, todo lo que había soñado permanecía intacto, fuera del alcance de sus manos.
Lorena se acerco y pregunto por su papa, Maria tenía furia y no atino a más que pegarle un cachetazo y mandarla a la cama, Tomas lloraba desde la mesa y fue a socorrer a su hermana, dirigiéndose a la habitación. Esa habitación que pertenecía a los cuatro, donde en verano sufrían de las picaduras de los mosquitos y en invierno no eran más que hielos al río.
Hasta sus hijos la odiaban, pensó.
Ya habían pasado dos horas, cuando ella entro en la habitación sus hijos estaban dormidos, deseaba que sus sueños contuvieran la felicidad que ella no les podía dar, la cama estaba deshecha, ni siquiera en eso podía ser buena. Acaricio los pequeños pies de sus dos hijos, los beso y deseo que se consumieran en un sueño hermoso y eterno.
Se recordó esa misma mañana en donde sospechaba que su esposo la engañaba, ella le recrimino que su vida desdichada era por su culpa, y lo único que el hizo fue tirarla al piso y pegarle un patada, recordó su mirada, la mirada de Juan, esa mirada en donde decía que nada le importaba, entonces supo que era la ultima vez que lo volvería a ver en su vida.
Los ojos de Juan estaban surcados de arrugas, ya no eran hermosos como la primera vez, sus manos eran ásperas y frías y su miembro hacia temblar su interior cada vez que entraba en ella friccionando y doliendo su existir.
Maria cortó sus venas en la cocina, se desvaneció en el piso y aun consciente vio como el rojo río de sangre iba manchando su camisa blanca de dolor. |