La luz entraba mortecina a través del cortinado, la luna mojaba de plata el piano mudo, solo el brillo del florero con cuatro claveles rojos daba algo de vida a la escena.
Otra había sido la vida cuando Estela aun vivía allí,
el piano llenaba con sus acordes timbrados la paz de ese salón, pero Estela ya no estaba y las sombras y el silencio llenaron el espacio.
Nadie sabe porqué esa tarde salió y ya nunca volvió, se pensó acaso en una fuga amorosa, sus veintitantos años y su leve belleza hacían pensar que el amor llegaría a su vida.

Esa noche Roberto pensó en salir y divertirse, le habían comentado de un sitio donde había señoritas
que sin mucho trajín complacerían sus deseos, así que se vistió lo más elegante posible y salió rumbo al lugar.
El recinto era oscuro y un aroma extraño lo envolvía, vio varias chicas en la barra y se acercó
a entablar conversación con ellas, al poco rato, una
hermosa rubia parecía dispuesta a seguir sus embates y de a poco fueron intimando, conversaron y bailaron un buen rato hasta que llegó el momento de irse, Marta, que así dijo llamarse ella, aceptó de buen grado ir con el a su departamento y una vez allí se entregaron mutuamente.
Siguieron la relación y todo seguía sobre rieles, Roberto se había realmente enamorado de Marta,
una noche, caminando por una calle céntrica se detuvieron frente a un comercio de instrumentos musicales y Marta quedó embelezada con un piano que allí se exhibía, y entonces comenzó a narrar una historia sobre su vida, aquella en un pueblo de provincia, con una familia y un piano donde expresaba sus sentimientos y del día en que confundida por un sentimiento extraño salió de su origen y terminó en un lugar del cual gracias a Roberto había podido salir.
Estela y Roberto se siguen amando.