El Padre.
Luis Felipe era un niño normal o por lo menos eso le dijeron cuando se lo fueron a entregar aquella tarde lluviosa. Para El cura Juan, el nombramiento fue inesperado y, cual veterano de guerra, asumió con entereza su nueva designación.
Aun cuando nadie al principio se extraño al ver llegar al padre Juan en compañía de su hermana a la casa parroquial, para las gentes del pueblo resultaba poco común el observar como el cura diariamente, en compañía del niño, salía a pasear.
Luis Felipe era un niño delgado, seguramente debido a la extrema desnutrición con que fuera entregado en la casa parroquial. Luis Felipe creció solo, nunca fue a la escuela, su tía y su tío se encargaron de su educación, los niños del pueblo que lo conocían, decían que no hablaba, que era retrasado; pero los que frecuentaban la casa decían que solo era tímido, el problema su tartamudez lo inhibía de iniciar cualquier conversación. Tampoco lo favorecían su enorme nariz, ni las gafas enormes que debía (so)portar.
A Luis Felipe le gustaba dibujar. Todos los días era posible verlo en algún asiento de la parroquia, sentado entre los feligreses tratando de copiar los enormes cuadros alegóricos que ornamentaban el templo. Las replicas de El Giotto era sus preferidas, se sentía atrapado por el influjo de su obra.
A la hora de comer, Luis Felipe, sentado en la mesa familiar no acostumbraba a hablar, solo se limitaba a comer y a observar como su tío el cura devoraba los numerosos platos que componían su abundante dieta eclesial, y que luego del letargo provocado por el dulce vino parroquial lo invitaba todas las tardes a caminar.
Todos los domingos eran un día especial, Luis Felipe en pie desde muy temprano, tras ayudarle con el desayuno a su tía, debía transformarse en sacristán.
Antes de las 8:00 de la mañana, ya prontos a empezar la misa, luego de abrir las puertas de la iglesia y de asegurarse de que todo estuviera listo, iba en busca de su tío, el cura Juan.
Sin duda no le resultará difícil al lector el imaginar la abundancia de comentarios, que desde su llegada al pueblo despertó la presencia de Luis Felipe en casa del cura, viviendo casi como una familia. Ni siquiera sus superiores tenían muy clara las razones para mantener esa velada adopción.
Definitivamente el lo sentía como un hijo, le había visto crecer, pero sentía que ya se acercaba la hora en que debería partir a tomar su propio rumbo, consciente de que en el mundo exterior Luis Felipe se encontraría indefenso debido a las graves limitaciones que, por decisión de naturaleza, habían marcado de antemano su destino, por lo que tal vez ese momento nunca llegaría....
Luis Felipe disfrutabas cada momento de la liturgia, su papel de sacristán era desempeñado con especial esmero. Conocía cada parlamento, cada movimiento, sabía donde ubicarse exactamente y en que momento hacer sonar la campanilla...
Pero para el cura Juan cada resultaba más complejo y difícil verlo así, ya grande, más ahora que pronto cumpliría 18 años, por lo que debería dejar de ser el niño-sacristán, sin embargo, y no obstante las implacables miradas de los feligreses, Luis Felipe se resistía a cualquier posibilidad de ceder o compartir el sitial ganado, ese que algún día le permitiría volverse uno con Dios...
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