[lo escribí porque si, no me llega e incluso diría que es un desperdicio de palabras. intento cambiar mi estilo, por ahora solo tengo ensayos. Además, no quiero triturar mis sesos aún. me falta terminar algunas secuelas.]
Como si importase morir o beber sangre, al final de cuenta es casi lo mismo. Alberto dijo que la cena estaba servida, e incluyéndome, todos fueron a cenar. El pato debía estar en caramelo y lo estaba, el asesino debía estar afuera y por un instante, lo estuvo. Segundo a segundo el matiz se volvió rojizo y la noche destiló aromas de roble cuya ilusión espantó al hombre que yacía expectante en las afueras. Todos reían sin duda y sin exclamación, imaginando situaciones convexas a lo concreto. Poco a poco el vino se acabada y los invitados de Alberto derogaban la caída del nuevo fermento que habría de llevarlos a un nuevo estado. Para su sorpresa el invitado trajo el vino, tan solo que ya fuera de caza, tanto Alberto como su festeja improvisaron vino color escarlata cuya acidez les hizo sentir un leve escalofrío en la garganta, como si es que su cuello estuviese ardiendo y si todos sus bienes le fueran arrebatados. La ilusión cambió un segundo, para cuando se despertaron creyeron seguir dormidos, vieron una fiesta delirante y colores cálidos que emanaban un olor a muerte. Días después se habrían enterado de los gritos silenciosos que ninguno gritó y de las palabras sucias que ninguno llegó a pronunciar. Alberto y sus amigos hoy duermen en el césped, realizan fiestas un poco floridas y meditan el cómo llegar al cielo, para mi suerte yo logré escapar, y no es una mera coincidencia, es simplemente que detesto ver la suciedad de mis crímenes, para eso, prefiero beber vino, comer pato e invitar a algunos amigos de Alberto.
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