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La Virgen del camino

Una de las muchas aventuras que recuerdo de mis tiempos de camionero, fue una que me ocurrió en el norte de Chile, camino a Arica. Tenía yo entonces 19 años y todas las ganas de vivir multiplicadas por mil. El camino difícil, largo, solitario y aburrido, me hacía desear la compañía humana, ya que no me bastaba la de mi perro, un cachorro de seis meses, que me acompañaba en todos mis viajes.

Casi siempre levantaba a alguna persona que parada a un costado del camino, me hacía una débil señal para pedirme que lo llevara. Nunca comprendí esa timidez del norteño, esa vergüenza ancestral que lo hace verse disminuido frente al extraño o al hombre de ciudad. Ellos parecían no comprender mi necesidad de comunicarme con la gente. Me costaba mucho hacerles entablar una conversación, ya que respondían a mis preguntas con monosílabos y si yo les contaba algo divertido, bajaban la mirada y se reían en silencio, mas con los ojos que con la boca. Casi todos eran descendientes de indígenas de la zona, o sea tenían abuelos bolivianos o peruanos. Les humillaba mucho que algunas personas los llamaran cholos o coyas y tenían una idea exagerada de la división de razas y culturas. Bajaban a trabajar a las minas, pero aunque trabajaban codo a codo con chilenos del sur, no se integraban en lo absoluto.

Una vez vi a lo lejos a tres personas a un costado del camino. Todas eran mujeres. Se reconocían fácilmente por sus amplias polleras multicolores. Me miraban venir, pero ninguna se atrevía a levantar la mano para que yo me detuviera. Pasé junto a ellas lentamente y me detuve recién a unos veinte metros de donde estaban. Les toqué bocina y entonces se largaron a correr hacia el camión. Les abrí la puerta y le dí la mano a la primera para que pudiera subir, ya que les quedaba un poco alto. Subieron calladamente y se apretujaron para viajar, ya que éramos cuatro en el asiento del camión.
Otros camioneros me habían aconsejado que no levantara nunca a mujeres coyas en el camino, ya que despiden un olor desagradable, porque no se cambian jamás las polleras. Cuando se les ensucia demasiado, se plantan otra encima y así sucesivamente. Yo puedo asegurar que esa es una mentira malintencionada. Estas eran tres mujeres, seguramente con más de una pollera cada una, pero exhalaban un aroma a flores muy agradable, pero yo me daba cuenta que no era un perfume común. La natural imprudencia de mis 19 años me hizo preguntarles que clase de perfume era el que usaban, pero contrariamente a sentirse ofendidas, se sintieron muy halagadas y la mayor de ellas me explicó muy detalladamente como elaboraban sus perfumes con flores y plantas de la zona. En este momento no recuerdo la receta pero sé que llevaba albahaca, jazmines, cera de abejas, etc. El resultado estaba a la vista. Un aroma peculiar muy agradable. Claro que no lo usaban todos los días, sino en ocasiones especiales, como ahora, en que iban a cumplir una “manda”, con la Virgen del cerro.
Al ver mi extrañeza, me contaron que una “manda” era una promesa que le habían hecho a la Virgen, siempre que la Virgen les cumpliera con su súplica, y en este caso les había concedido la gracia y ahora iban a pagar.

Se bajarían frente a los cerros de cuatro colores, donde detrás de ellos había un camino viejísimo que luego de adentrarse en las montañas, por unos 5 kilómetros se llegaba a una pequeña ermita, donde algunos piadosos, habían entronado a una pequeña virgen, a la que llamaron la Virgen del cerro y que era muy milagrosa. Inmediatamente me vino a la memoria el relato de otro viajero que me había dicho que siguiendo ese camino por unas 10 leguas se llegaba a un cementerio precolombino muy especial. Por eso, les pregunté a las mujeres si ellas sabían si ese camino continuaba y si así era, adonde llevaba. Se miraron entre ellas confundidas., y después de un silencio me dijeron que ese era un camino muy, pero muy antiguo, del que quedaban pocos rastros en la actualidad, pero, la gente vieja decía que llevaba al infierno y que todo el que se había adentrado en la montaña por ese camino no regresó jamás.

Se despidieron muy agradecidas por haberlas acercado a su destino y la mayor de ellas me regaló tres tortillitas de maíz para que probara cuando tomara el mate.
Mi imaginación quedó desbocada y fuera de control. Quería ir a ver a la Virgen y seguiría camino arriba hasta llegar a las maravillosas grutas, donde las paredes eran de piedras semipreciosas, cuarzos, ágatas, traquitas, etc. y en cuyos fondos estaban depositados cientos de “huacos”, que eran bellísimas ánforas de barro donde los antiguos ponían los cadáveres de sus seres queridos, ya momificados y en otras ponían sus ropas y joyas y todo lo que pudieran necesitar en el más allá.

Un buen día paré el camión a un costado de la ruta y me dispuse a caminar esos cinco kilómetros hasta la Virgen del cerro. Era temprano y yo iba adelantado en mi horario. Tendría tiempo para regresar antes de que se pusiera el sol, pues tenía miedo que me agarrara la noche fuera del camión, porque el frío que baja de noche es terrible. Además la “camanchaca” me podría hacer perder. Por ahora iría solamente hasta la Virgen para conocer el camino y prepararme para más adelante emprender el viaje al cementerio.

Comencé a caminar con mucha energía. Llevaba una cantimplora con agua y una barra de chocolate. También llevaba de compañía a mi perro, que se adelantó corriendo alegremente. Caminamos cerca de cuatro horas por lo que yo pensaba era el camino. Cansado me tiré entre los tamarugos a descansar y veía que los únicos seres vivos que por allí habían, eran unas escuálidas lagartijas que no atraían ni a mi perro.

De pronto se me acabaron las ganas de continuar, porque sospeché que estaba perdido. Había caminado cuatro horas y los 5 kilómetros ya los tenía que haber cubierto con creces. Además, pensé en la carga que tenía en el camión, (llevaba dinamita, pólvora y varios explosivos) y decidí dejar para otra oportunidad la visita a la Virgen.
Llamé a mi perro, pero este no apareció, y decidí empezar a bajar. El perro ya me alcanzaría. Después de apenas una hora de camino divisé el camión y me alegré haber llegado tan pronto.
El que no regresó fue mi perro. Lo llamé, le silbé, puse en marcha el motor para que el ruido lo guiara y no apareció. Cerca de la medianoche y cuando ya hacía un frío de los mil demonios me decidí a seguir, porque no podía esperarlo más sin que se me complicaran las cosas. Entonces se me ocurrió una idea. Le haría una promesa a la Virgen del cerro. Si mi perro aparecía antes de una hora, prometía regresar y visitar a la Virgen llevándole un arbolito que plantaría al lado de la ermita. Me arrodillé al lado del camión e hice la promesa en voz alta, no sea que la Virgen no me escuche.

Esperé una hora y luego media hora más y mi perro no volvió. Me puse en marcha y continué mi viaje hasta Arica. Llegué cerca del mediodía al galpón de la compañía minera donde trabajaba. Allí entre el capataz y los peones que iban a bajar la carga, estaba mi perro moviéndome la cola muy alegremente. No dije una palabra a nadie. Seguramente si hablaba de esto iba a acrecentar mi fama de loco.

Igualmente pensaron que estaba loco cuando me vieron cargar una pala y una damajuana de agua, junto con un pequeño arbolito que plantaría en medio del desierto, mejor dicho en las montañas, al lado de una gruta que nadie conocía.

Texto agregado el 14-08-2007, y leído por 380 visitantes. (5 votos)


Lectores Opinan
24-03-2009 Un gustazo leerte. Muy bueno! Capo! ElnegroHinojo
02-03-2009 Qúe bonitos lugares nos cuentas mi querido Zumm... Parece que iba contigo en ese viaje porque me imagíne las polleras y las mujeres que te acompañaron en tu viaje... ¡Hermoso relato! mis estrellitas y seguiré leyendote... Gracias por darnos tus letras!! maranti2
17-08-2007 Un cuento de excelencia !!! "El regreso del promesante" también uno de mis cuentos, y tal vez por el mismo camino, de las minas de cobre de Chiquicamata, cercanas a Antofagasta, o con las de Toquepala en Perú, cuyo centro de atracción y geográfico es el Puerto de Arica. Eso si... trae a mi memoria, los mismos explosivos y los mismos aborígenes explotados por esas companías mineras. El final, sin desperdicio, mas siendo perrero. Mis ***** chilicote_2
16-08-2007 ¡Qué hermoso relato! Muy bien escrito, muy tierno y piadoso, con perfectas descripciones de la gente y el camino. Mis 5* más que nunca merecidas. marielavit
15-08-2007 Sólo te diré una cosa: Se me saltaron las lágrimas con tu relato. margarita-zamudio
14-08-2007 precioso texto; cargado de emociones que se cruzan y se entrelazan mientras saboreas la lectura. Y algo más, me ha sorprendido muy gratamente tu exquisita manera de narrar... piq piq gaviotapatagonica
14-08-2007 es una hermosa y tierna historia5* tecclas
14-08-2007 Una hermosa canción, dentro de este coro de voces y ecos. No pude menos que asociarlo con "A la orilla del sendero", por esas manifestaciones de fe esparcidas junto a todos los caminos. Cumplir la "manda", la promesa, es una obligación que no puede ser pasada por alto. Una de las figuras criollas más venerada es la Difunta Correa, Deolinda. Dice la canción "Pie de Palo la custodia/el Vallecito la guarda/ y pa todos los paisanos/ la difunta es una santa." En la provincia de San Juan, en el norte argentino, se encuentra el santuario más importante, y pueden encontrarse allí los objetos más insospechados, que los fieles dejan, en pago de las "mandas" o promesas cumplidas por la Difunta. Felicitaciones, gracias por traer tan hermoso relato. 5* sara_eliana
 
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