No, nada es fácil cuando giramos en torno
a la lámpara que apenas nos alumbra,
no por falta de energia sino, porque estamos
en lugar poco distante.
Y nos llega la lumbre apenas oblicua y silenciosa.
Entonces, somos esas sombras de equinoccio
de su altiva omnipotencia.
Y nos lame las llagas del deseo a oscuras
entre el tremolar virtuoso del alma.
Sueña con la brillantez el espectro del fantasma que demanda ternura bajo el concierto de estelas en la noche del cortejo.
Cerramos los párpados en la espera por candela
de madrugadas mientras un barrilete vaga
en el viento nocturno y le alza y le tira de la cuerda.
E imaginamos las alturas donde tremola el astro carmesí.
Ahora es marioneta de matices esplendentes
que danza virtuosa.
Se sueña, se sueña que se llega mientras
dura la noche…
El sol alcanza el cénit con su planeta.
A la madrugada una chispa nos despierta
y somos nada más que el deseo que queda
entre las sábanas del infinito que se deshace.
El barrilete acurrucado sobre el tálamo espera
el mañana.
El astro se retira sigiloso alumbrando otros cielos
y otras marionetas de papel.
Una lejana brisa canta: esperar el mañana...