El hombre rico vendió su sombra
y sobraron compradores,
la sombra de un acaudalado
es pieza valiosa que no tiene cualquiera,
sombra suntuosa, de estirpe,
sobraron, pues, compradores
y sólo uno se la llevó.
El hombre rico sin sombra,
caprichoso como era,
quiso recuperar su sombra
y ni con todo su dinero
logró que se la devolvieran,
frustrado, el rico sin sombra
contemplaba con envidia
la sombra de los mendigos.
El hombre rico sin sombra
no tuvo mejor remedio
que contratar a un mimo flaco
para que lo escoltara adonde fuera,
mimo flaco ataviado de negro,
imitaba cada gesto del opulento
y era en verdad un buen sucedáneo
de aquella sombra perdida.
Una sombra verdadera
es fiel a uno hasta la muerte,
no se despega con nada,
acompaña cada gesto, cada paso,
y mientras más se ilumina su dueño
más rotunda se hace ella,
pero el mimo era sombra supuesta,
un símil sin alma genuina.
Pronto la gente rumoreó
que aquel rico estaba embrujado
que algo extraño acontecía
con su sombra mal diseñada,
que a veces esta se iba
dejando al rico solitario
y regresaba silenciosa
cuando el hombre ya no estaba.
Indudable era que el mimo timaba
al hombre rico a sus espaldas
y sólo era sombra fiel
cuando el sol la dibujaba,
el rico estaba radiante
sin saber lo que la gente decía
y hasta de loco fue tildado.
Pero todo se descubre
se descubre y se castiga,
el hombre rico supo al fin
del engaño del mimo aquel
y sin más preámbulo ni discurso
le finiquitó el contrato.
El daño ya estaba hecho,
las habladurías continuaron,
el rico fue desprestigiado,
su locura estaba en boca de todos
y como el desprestigio abarata,
su sombra sufrió el desmedro
a tal punto que ni regalada,
la gente quiso tenerla
y fue así como el hombre rico
recuperó lo vendido
y ahora la porta orgulloso
como capa color azabache.
La gente, al verlo repuesto,
le devolvió sus bonos y prestigio
y ahora el hombre rico sonríe
y su sombra lo emula y le sigue
como un perro sigue a su amo…
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