El solitario marinero camina por la playa, muy de mañana, al despuntar el alba. Disfrutaba así de su día de descanso, cuando sintió que su pie chocaba con un objeto duro, al parecer metálico, que se encontraba medio enterrado en la arena. Era una lámpara, muy parecida a las de los cuentos de las mil y una noches.
Le dio risa la idea de que, si la frotaba, pudiera salir de ella un genio de esos que conceden deseos a quienes los liberan de sus prisiones milenarias.
Pero las ideas, cuando se posesionan de la mente de los hombres, se convierten en una especie de demonios que los atrapan de una forma por demás misteriosa, pero muy real. El marinero volteo hacia los cuatro puntos cardinales para cerciorarse de que nadie le veía.
“Bueno --pensó-- si paso por un idiota será conmigo mismo, pues no hay nadie a la vista con quien hacer el ridículo.”
Así que se dio a la tarea de frotar aquella lámpara. De su interior afloraba ese corazón de niño que en el fondo guarda la esperanza y la creencia en los sueños, esos sueños que la mayoría de los adultos ha olvidado al dejar de ser niños.
En menos de lo que se imaginó, de la lámpara surgió una nube de vapor caliente, más caliente del que expulsan las teteras cuando están listas para hacer el café de las mañanas. La sensación de calor y el susto de tal fenómeno no hicieron lanzar la lámpara por el aire. Y Él salió expulsado hacia atrás dejando su trasero dibujado en la arena como si fuera un enorme nido de tortugas.
Al recuperarse un poco de la sorpresa, pudo ver frente a sí a un genio vestido con ropas orientales y con una cantidad enorme de joyas y piedras preciosas incrustadas en sus ropas.
El genio, cruzado de brazos, parecía el tipo más malhumorado que jamás hubiera existido. De ser un humano, el marinero hubiera pensado que se trataba de todo un señor “amargado”.
--¡Bueno, --dijo el genio con una voz por demás cavernosa-- ya debes imaginar de lo que se trata. Estoy aquí para concederte un deseo, el que se te antoje, como recompensa por haberme librado de mi prisión!
--¡No te pases de listo --replicó el marinero--, los genios conceden tres deseos y no tan sólo uno!
--¡No, claro que no! Eso sólo pasa en los cuentos, así que la oferta es sólo un deseo, ¿lo tomas o lo dejas?
--Está bien, lo tomo. Un deseo es mejor que ningún deseo.
--¿Y bien? --preguntó el genio esbozando una picara sonrisa.
--Este es mi deseo --dijo el marinero con toda calma--, quiero que me construyas una carretera que me lleve en línea recta desde aquí, desde mi casa en América, hasta Hawai en donde desbocará hasta la puerta de una gran mansión, la más lujosa del mundo.
--No --protestó el genio--, eso es muy complicado. Piensa en las enormes cantidades de concreto que se necesitan, crearíamos un caos en el mercado mundial. ¿Y los problemas atmosféricos? ¿Y los ordenamientos referentes a la navegación internacional? ¿Y los activistas de greenpeace? No. Definitivamente, no. Tendrás que pensar en algo menos complicado.
--Ammm, bueno --dijo al fin el marinero--, dame el don de poder entender a las mujeres. Quiero saber cómo piensan, sus gustos, sus sentimientos; en pocas palabras: cómo son ellas. ¡Entenderlas, pues!
El genio, pensativo, se rasca la cabeza y permanece con la mirada perdida en el horizonte. Con la mano derecha en el mentón, y después de meditar por un buen tiempo, gira la cabeza y le dirige la mirada al marinero. Con voz pausada y un tanto nerviosa le pregunta:
--¿De cuántos carriles quieres tu carretera?
Así es mi querida Vilma, la idea original es de un viejo chiste de mis años escolares; de no hace mucho tiempo por supuesto :)
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