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Heme aquí sentado en una precaria silla, observando directamente hacia la ventana. Mi única comunicación directa con el mundo exterior, que alguna vez estuvo a mi alcance y que hoy, un simple rectángulo de metal y vidrio me han separado de él para siempre. Afuera esa gente optimista que se mueve con displicencia es incapaz de imaginar siquiera el tormento que les espera de este lado de la ventana.
El sol derritiendo mi techo de chapa, el calor cocinando mi carne, y una gota de sudor que recorre elegantemente la superficie de mi rostro hasta abandonarme. Puedo verla evaporarse en su trayecto hacia el suelo como suicidando su existencia como gota, y condenándose a la eterna vida en el aire, como vapor.
A través de mi ventana veo las caras de esos seres ignorantes y decido entonces realizar el trabajo que ninguno de ellos es capaz de realizar por mí al estar abocados a su insignificante existencia materialista, tratar de encontrar la razón por la cual me encuentro en este desagradable lugar y, fundamentalmente, encontrar una manera de salir de esta habitación.
De repente una lapicera y un papel aparecen en cada una de mis manos, coloco el papel en una mesa cuya procedencia también desconozco, pero cuya precariedad me hace pensar en un origen común con la silla, y me dedico sin descanso a mi objetivo ya planteado.
Las horas pasaron, y yo nunca me detuve, seguí escribiendo iluminado por la roja luz producida por el metal incandescente de mi techo y la poca luz blanca entregada por la ventana. Las gotas de sudor siguieron deslizándose por mi rostro, una a una, siguiendo el mismo tortuoso camino hasta desvanecerse en el aire.
Fue entonces cuando de repente escucho una ensordecedora explosión. Dejo de escribir y permanezco inmóvil y en completo silencio durante un breve instante el cuál es interrumpido por una nueva explosión, seguida de un par mas.
Esas explosiones no eran otra cosa que el ruido del impacto de mis gotas de sudor contra el duro suelo. Inmediatamente pude oír también el constante rechinar del techo. Todo me estaba indicando que el calor había cedido y que el sol se estaba ocultando. Miro hacia arriba y veo como el furioso color rojo del techo comienza a transformarse en el natural gris metálico, veo también por mi ventana que aquella tenue luz blanca se fue apagando hasta que la oscuridad se hizo presente. Había encontrado la solución, mis días en este lugar habían llegado a su fin.

Desde el día en que perdí la vida, hace mucho tiempo, me encontré atrapado en el infierno. Mi existencia como ser humano mortal no había sido suficiente como para brindarme todas las enseñanzas que necesitaba y ahora, después de la muerte, el demonio, que solo reinaba dentro de esas cuatro paredes, me brindaba una nueva oportunidad de alcanzar el cielo.
Esto que yo llamé infierno durante mi prolongada presencia en esa habitación me brindó el tiempo necesario para aprender la última enseñanza que necesitaba para poder salir al exterior, al cielo, y encontrarme con esa gente que sólo podía ver a través de mi infernal ventana. Pasé cada día de mi tormento tratando de buscar una puerta, hoy logré darme cuenta que para poder salir es necesario romper algunas reglas. La solución comenzaba por abrir la ventana, y escaparme por ella.

Ahora ya estoy afuera, dudo que el demonio haya notado mi ausencia ya que no ha hecho nada para recapturarme. Probablemente otra alma, al abandonar la tierra, haya caído en la habitación que el demonio construyó para castigar a los seres en pena que por su ignorante existencia fueron rechazados por dios.
Antes de saltar por la ventana, coloqué esta carta que escribí sobre la mesa, con la esperanza que al ser leída sirva de ayuda. Arrastré la silla por el suelo que aún dejaba ver las cicatrices producidas por mis gotas de sudor, la coloqué junto a la mesa, abrí la ventana y me senté en ella con los pies hacia el exterior contemplando la oscura noche, con una fina brisa que pinchaba mi piel cual si fuesen agujas , y la luna brillando en todo su esplendor. Desde adentro no hubiese pensado que mi habitación estaba tan alto, el solo mirar el mundo allá abajo me producía vértigo, sin embargo junté valor y ayudado por una ráfaga de viento que me animó, me lance hacia el vacío. Fue una locura, una estupidez que por suerte resultó bien. No sabía que yo tenias alas.... no sabía que podía volar.... en el cielo y el infierno, todos pueden desplegar sus alas y volar, yo no lo sabía en ese momento, otros creen que no lo saben aún, pero de alguna manera, en el fondo, todos lo sabemos.

Texto agregado el 11-08-2007, y leído por 209 visitantes. (1 voto)


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