MÁLAGA, INFIERNO Y PARAÍSO
Al conjunto de Málaga y sus pueblos ribereños se la conoce por “La Costa del Sol”. Todo el mundo sabe de sus playas, de ese sol espléndido que tuesta las blancas espaldas de los turistas nórdicos, de sus hoteles de lujo, campos de golf, etc, es decir, lo que atrae a un turismo ávido de sol, descanso y diversiones. Su famoso verano, sobre todo el de Marbella, es la máxima atracción de un abigarrado público de todas las posibilidades económicas.
Hermoso verano, sí, pero lo que se debería promocionar realmente es el invierno. El invierno de Málaga es casi único, excepcional, mucho más delicioso que ese calor sofocante del verano. Su temperatura media es de unos dieciocho grados. Rara vez baja de los diez, y sólo en contadísimas ocasiones ha hecho frío, sobre todo comparado con las bajísimas temperaturas de otros países. Algunos lo saben, vienen y se quedan para siempre. Por algo será.
Monumentos, los hay, como su “Manquita”, la catedral a la que le falta una torre, la que se quedó con un sólo brazo al aire saludando al viajero, su plaza de toros, el Castillo de Gibralfaro, etc…mucho más cómodos de disfrutar con una temperatura primaveral que bajo el Sol apabullante del verano malagueño.
Málaga, la ciudad donde vivo, está viva, sueña, respira y late, tiene altibajos, cara y cruz. Es cuna de artistas, toreros, poetas y pintores, pero como todo ser vivo, también tiene sombras y callejones oscuros, ruidos y la despreocupación de cualquier ciudad costera bulliciosa que nunca se cansa del jolgorio.
Tengo muchos amigos, casi todos escritores, con los que de vez en cuando me reúno en una de esas antiguas tabernas convertidas en museo, en uno de esos lugares emblemáticos donde se encuentran cuadros, fotografías y carteles de famosos del cine, la televisión y el Arte, con mayúscula.
Málaga es tan acogedora, tan cosmopolita, que muchos extranjeros que vinieron de vacaciones, se quedaron aquí para siempre, como antes lo hicieron fenicios, griegos, cartagineses, romanos y árabes, de ahí su nombre, malaka, concha marina. De ahí que hasta una pareja de halcones hayan anidado en la torre de la catedral, halcones que se alimentan de palomas y sacian la sed en sus fuentes.
Málaga, Ciudad del Paraíso para el Premio Nobel Vicente Aleixandre, también puede ser un infierno cuando el terral, el viento ardiente que achicharra los cuerpos, sopla furioso sobre las pieles de los bañistas, levantando nubes de arena, y curiosamente, helando el agua del mar. Mi ciudad es un cúmulo de colores diversos, un arco de triunfo de leyendas antiguas y un señuelo de cantos bajo su Luna risueña, cuando en la Noche de San Juan se queman los “juas” , monigotes de trapo que representan a todos esos seres negativos que nos molestan, y luego, sobre las miles de hogueras que simbolizan el fuego purificador, bebemos el aire, pisamos la arena con los pies descalzos y nos bañamos en las oscuras agua del mar en un ritual antiguo con los cuatro elementos primordiales.
Mi ciudad marinera donde el pintor se queda, deslumbrados los ojos por el Sol que lo aplasta, la calma y la locura, laberinto y camino de andariegos y solaz del hastío. Mi ciudad es azul de mares que se pierden en los sueños, de bosques milenarios que luchan por la vida, de montañas peladas que se asoman al mar, y playas rumorosas donde tu pie se hiere y extravía. Mi ciudad, verde hierba de esteros en los ríos, negra roca de cruel acantilado y algodón en las nubes, de sangre en el ocaso, de amarillo de espigas y esplendor en las viñas, Jardín de las Hespérides y desiertos de cactus. Mi ciudad, caminante, es una encrucijada donde puedes perderte o encontrar tu destino.
La ciudad donde encontré mi pan de cada día, el amor y el desamor, la ciudad que me atrapó un día y de la que nunca he podido liberarme de su amor absorbente.
Esta es la ciudad donde me despierto al cielo azulísimo que veo desde mi ventana y donde me duermo a las sombras que velan mis sueños llenos de fantasías. Esta ciudad en la que no nací, pero que me ha acogido con sus brazos abiertos y en la que, seguramente, descansarán mis huesos.
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