Era un poco más de la hora en que siempre volteaba a ver el reloj. De pronto, alcé la mirada y allí estaba él, mil veces le había visto, algunas palabras habíamos cruzado, se podía decir éramos amigos-. Pero
ese día algo pasó, justo cuando me detuve a observar cada parte que construía la perfección de su rostro. Un algo pasó y me hizo fijar en la calidez de su mirada, en la espesura de sus cejas, en el grosor provocativo de sus labios. Era justo como imaginé, simplemente que la sombra espesa que estuvo cubriendo mis ojos no me permitieron dibujarle.
Su boca se abrió y con ella algunas sílabas resonaron en mi mente, una invitación o un plan, una situación poco provocativa, en un ambiente en el que definitivamente no me sentiría cómoda. Sin embargo ¡Me parece rico! , no acerté a decir mas nada.
Llegó el día, el reloj anunciaba otro amanecer y con él la ansiedad de decirle aquello que mi corazón sentía, miedo, preocupación, no se qué era más fuerte. Volví a verle, le acompañaba su color favorito, un juego apremiante entre la majestuosa noche y su sublime presencia. Nada más importaba, sus palabras acallaban cualquier sonido y su risa su risa como me gusta su risa.
No estábamos solos, sus amigos empezaron a llegar, y con ellos, el temor a mencionar dos simples palabras que abarcaban la inmensidad de mi ser ME GUSTAS -, el reloj reflejó el cumplimiento a la cita, nuevo dilema, dónde compartiríamos espacios no compatibles. Finalmente, el son provocativo y romántico de una salsa nos invitó a festejar con ella la sensualidad de la noche. Era poco más de la hora en que suelo dormir, pero ésta noche, el sueño abrigado entre la espesura de mi cama, se perdía provocado por su sonrisa perniciosa.
Unas cuantas preguntas afloraban indagando el motivo de mi presencia en una situación difícil de manejar. El reloj se detuvo,, el humo del cigarrillo se esfumó, el ruido de la música se disipó, la voz y el movimiento de la gente se congeló y mi boca se abrió para decir TU-. Los sonidos característicos de los lugares que incitan a los expectantes con los movimientos del cuerpo, volvieron a emanar; su rostro aturdido se sorprendió y antes de que el reloj volviera a su constante deambular, me marché con una sensación de derrota y con un argumento más, para no volver a insinuar mis pasos por la acorazada y expectante humanidad masculina.
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