Los Viernes Me Enamoro.
Cuando cumpliste dieciocho me pediste un disco de “A Perfect Circle”, una banda que por ese entonces estaba de moda. La verdad no me lo pediste, pero yo no sabía qué darte para tu cumpleaños, así que lo mejor que se me ocurrió fue preguntarte qué querías. Lo fuimos a comprar juntos, cuando volvimos, estaba todo listo, la fiesta sorpresa, que en realidad no era una sorpresa para nosotros, nos esperaba con las luces apagadas y con la torta que tenía dos velas, una con la forma de un “Uno”, y la otra con la forma de un “Ocho”. Cuando prendiste las luces y los viste, a todos, note la emoción en tus ojos, casi lloras, pero solo casi, tu no eres de esas chicas que expresan mucho, eres más bien fría o dura. Esa noche me dijiste que ese sin duda era el mejor cumpleaños de tu vida, y te veías realmente feliz. Están todos, me dijiste y eso te emocionaba. Tus viejos estaban de nuevo juntos en una misma habitación sin agredirse, tu hermano venía del norte y la Dani, bueno, la Dani siempre estaba presente. Yo por mi parte, te acompañé todo el día y te hubiera acompañado toda mi vida, pero creo que éramos demasiado jóvenes como para pensar en toda una vida o en el futuro. Y mientras veías como tu viejo jugaba ajedrez con tu hermano y tu vieja conversaba con la Dani y comían torta, yo te veía a ti, escuchando el disco que te había regalado, buscando alguna canción conocida. Yo miraba tu cara de cabra chica y pensaba que la felicidad a veces la puedes encontrar en una fiesta de cumpleaños. Dos meses después cambiaste el disco que te había regalado, por uno de “The Cure”. Me gusta esa canción, me decías. Cual, te preguntaba yo. “Friday I’m In Love”. Yo te miraba a los ojos, te tomaba las manos y te decía: los viernes, siempre me enamoro de ti. Hoy es jueves o martes o domingo, me respondías. Un día nos peleamos, por una estupidez, y no nos vimos en ocho años, tiempo suficiente como para volverme un desconocido o un pobre diablo. Y mientras miraba la vida pasar con las caras de los que salen del Metro República, esperando ver el rostro conocido de la certeza, te vi pasar a ti. Llevabas una faldita corta de mezclilla, botas negras y una chaqueta negra también. Tu cara se veía igual que la de los dieciocho, con un poco mas de cansancio tal vez. Me acerque. Me puse enfrente de ti, tu tratabas de pasar pero yo no te dejaba, me miraste a la cara y te costo dos segundos reconocerme, claro que es difícil hacerlo, ya que con los años parece que estoy más flaco y mas oscuro. Me acariciaste la cara, mi barba, yo te miraba a los ojos, a esos ojos verdes que siempre me hacían sentir así, vulnerable, indefenso. Caminamos por horas y hablábamos de la vida de cada uno. Te casaste, te separaste, tuviste un hijo y ahora eres enfermera, me mostraste el delantal blanco, yo te hice alguna broma sobre la fantasía sexual de la enfermera que tu no entendiste. Yo por mi parte, te hablé de mi eterna espera, del desamor y del trabajo, que hoy por hoy, se ha transformado en mi vida. Todavía escuchas a The Cure, te pregunté. Sí, todavía. Te miré a los ojos y te dije: “Los viernes siempre me enamoro de ti”. Sonreíste, me tomaste de la mano y dijiste: hoy es viernes. Nos fuimos tomados de la mano por la calle Brasil y nos perdimos un viernes en la noche, el sábado, ya no te encontré.
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