Se acercó al objeto que atraía largamente su atención. Lo hizo poco a poco como esperando descubrir algo importante, con sigilo, pausadamente. Fue creciendo lentamente el ritmo de sus pasos hasta que se encontró sólo a unos metros de esa cosa extraña. Un contraluz le hizo ver cómo desprendía algún tipo de emanaciones gaseosas. El olor se fue haciendo más denso cuanto más se acercaba. Subió una pequeña ladera. La cosa se iba haciendo más visible pero no pudo catalogarla de ninguna manera conocida. Su vocabulario no era lo suficientemente rico para darle una denominación. Quiso tocarlo. Se arredró luego. Su arrepentimiento fue cautela, pero también miedo; un miedo atávico a lo desconocido, a lo no adjetivable, a lo inclasificable y aquello sin duda lo era. Quedó mirándolo pensativo, meditabundo. Oteó a ambos lados para ver si encontraba a alguien cerca. Por un lado, pensaba que era ridículo que lo viesen en esta situación, sobretodo si era un conocido, pero, por otro, necesitaba sentir la presencia de otra persona. Cuatro ojos distinguían mejor que dos. Buscaba corroborar. Necesitaba comunicarse, sin embargo no había nadie cerca. Retrocedió unos pasos intentando buscar a alguien. Aquella era una zona obscura, inhóspita,desierta... Si alguien deseaba esconder algo, aquél era el lugar idóneo.Se preguntó a sí mismo qué hacía allí. No recordaba cómo había llegado. No sabía cuál era el camino que había tomado ni por dónde continuar. Por un momento, su atención se alejó de la cosa. Pensó en sí mismo, pero fue un pensamiento fugaz pues, enseguida, miró otra vez aquello, intentando observar todos los perfiles de la forma. Se dio cuenta que era amorfa, difícilmente descriptible. La rodeó por todos sus costados desde una cierta distancia. Seguía emanando aquellos gases extraños, ajenos a lo conocido hasta ahora por él. Miró de nuevo a su alrededor y siguió sin ver a nadie. El cielo estaba obscuro y la luz empezaba a escasear, pero no había anochecido. Pensó si había bebido. Escudriñar dentro de su mente fue lento. No lo recordaba. Se llevó una mano a su pantalón intentando buscar su cartera. No tenía nada. Iba vestido tan solo con unos tejanos y una camiseta vulgar de una marca conocida. Se dio media vuelta con afán de marcharse, avanzando incluso algunos metros. Inmediatamente retrocedió. Se arrepintió. Tenía que acercarse.Decidió no mirar y, lentamente, el espacio se fue estrechando entre la cosa y él. Tenía la necesidad de saber qué era aquello.Por un momento creyó que sería imposible discernir su origen,su causa, su motivo.Seguía allí,inalterable, en aquel pequeño promontorio,desafiando todo lo que sus conocimientos le indicaban. Era grotesco,misterioso, siniestro. Se olvidó de su vida -que,por otro lado, tampoco recordaba-, de sus problemas, de todo. Decidió sumergirse en lo desconocido. No supo si era la decisión correcta pero era lo que deseaba. Le pareció que esa cosa empezaba a llamarlo, a rogarle que se acercara. Dio un paso más al frente situándose apenas a un metro. La cosa pareció no alterarse esperando el último movimiento de él. Por fin se acercó.Cerró los ojos y avanzó. El instante pareció eterno. Todo se deshizo. No encontró oposición.La tierra cedió a sus pies y cayó. El vacío se hizo infinito.Cayó durante horas. Cayó eternamente.Y la nada empezó a formar parte de su vida, a tener sentido en su mente.Recordó quién era, recordó a sus amigos, a su familia.Recordó lo que hacía allí. Y en ese último instante sonrió.
Al día siguiente le encontraron en el fondo de un precipicio. Estaba tendido en el suelo. Tenía una cara plácida. Era feliz.
Luis Vea García, 1997©
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