Tenía que escoger entre dos, pero quería cinco. Hablo de libros. El librero me miraba a otro lado, esperando al siguiente cliente. No, no me alcanzaba. Compré dos. Pagué y salí de la librería. Me sentí mal, quizá fuera una simple emoción, pero, quizá fueran los tres libros que me faltaban... Tuve una idea. Pensé en un préstamo. Llamé a un pariente. Le dije que necesitaba dinero para unas compras y que a fin de mes se lo devolvía. Ven mañana, me dijo. No, le dije, lo necesito hoy mismo, es urgente. Ok, vente a la casa.
Tomé un bus y me fui a la casa de este pariente. Llegué y le vi sentado junto a su esposa. Pasa, dijeron. Pasé y me senté frente a ellos. Saluda a tus sobrinas, me dijeron. ¿Donde están? En sus cuartos, respondieron.
Me paré y caminé hasta llegar al cuarto de mis dos sobrinas. Hola tío, dijeron, cuéntanos un cuento, pero, inventa... Ok, les dije. Les conté de un muchacho que no ve, pero que gusta tocar cuanto no ve. Una tarde, en que tocaba el piano, amaba la música, entró a su casa un perro. Este chico jamás había tocado a un animal como un perro. Lo tocó y le gustó mucho. Quiso quedárselo, y sus padres se lo regalaron, a pesar que era un perro de la calle que se había metido mientras el jardinero hacía su trabajo. Era una familia muy rica. No había día en que el chico no escuchara a su perro ladrar y este jugaba y se comía todo cuanto era para comer... Esto era así, hasta que una tarde, el perro vio a una perrita y se fue de la casa, dejando al niño ciego solo. Este lo llamaba y llamaba pero nunca regresó el perro callejero. Una noche, luego de algunos años. Este, el perro, volvió. Vio a este muchacho tocando el piano y entró a la casa. Ya estaba viejo el perro, pero el muchacho ya lo había olvidado. Llamó a sus padres y lo echaron como a un perro... El muchacho siguió tocando y cuando escuchó aullar al perro, lo recordó, pero no lo hizo entrar. Duele recordar más que no ver, pensaba... Dejó de tocar y se fue a su cuarto. Se echó en su cama y pensó en aquel perro que una vez tuvo y que se fue porque todo tiene que irse sin razón, así como se fueron los colores, las formas, y, así como se fue su mamá de una enfermedad, y, es seguro que también se ira todo cuanto una vez estuvo en sus manos, así como su propia vida...
Cuando terminé de contar este cuento, mis dos sobrinas estaban dormidas. Salí sin hacer ruido y fui a buscar a mi pariente. Le saludé y le dije si tenía el dinero que necesitaba. ¿Para qué es? Para mí, respondí. Ambos me miraron extrañamente, alzaron los hombros y me dieron el encargo en un sobre blanco... Gracias, les dije y, pidiendo disculpas por mi apuro, me fui de su casa...
Ya estaban por cerrar la librería. ¡Un momento!, les grité. No cerraron. Entré y compré los tres libros que me faltaban. Me sentí contento y regresé caminando a mi casa. En todo el camino me puse a observar las portadas de los libros. Uno me parecía más bello que el otro. Son cinco, son cinco, pensaba.
Entré a mi casa y encendí las luces. Caminé hasta llegar a mi cuarto y encendí las luces. Sí, allí estaban, sí allí estaban todos mis libros. Ya eran más de cinco mil y aún faltaban muchos más. Puse los cinco libros y me quedé observándoles... Al mismo tiempo pensaba: ¿Cuándo los leeré? Eso pensaba luego de darme cuenta una vez mas el porqué compraba libros y libros sin tener el tiempo suficiente para leerlos. De todos ellos, tan solo habría leído unos cuantos... ¿Los demás? Algún día, sí señor, algún día... Apagué la luz de mi cuarto y me senté en la sala para ver la televisión...
San isidro, Agosto del 2007
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