Ambos se amaban, pero algo les impedía poder estar juntos.
El era de fuego y ella de hielo.
Sin embargo, en ciertas ocasiones, con la única condición de que nadie los estuviera viendo; el la besaba con sus candentes labios de brasa. Pequeñas nubes de vapor sumergían el entorno en una extraña neblina de placer y deseo.
Un día, sin previo aviso ella decidió irse. Temía que sus furtivos encuentros terminaran derritiéndola por completo. El la contemplo hasta perderla de vista, y no pudo evitar derramar dos humeantes lágrimas que cayeron como pequeñas cascadas de fuego por sus mejillas.
Ambos recordaban con lágrimas y sonrisas sus encuentros y así pasaron años hasta que sus caminos volvieron a unirse un día.
Se encontraron de frente y se contemplaron con inseguridad por mucho tiempo, pero luego las miradas de inseguridad se endulzaron, y ella olvido que se derretiría si lo tocaba.
Le tomó la mano y un chorro de vapor los envolvió al instante. No les importó.
Después se besaron como antes y más vapor nubló el lugar. Ni se percataron.
Cuando el vapor invadió por completo sus elementales cuerpos desnudos, interminables suspiros y gemidos flotaron junto a la densa nube vaporosa.
Después del acto de amor, ella trato de besarlo pero no lo vio.
El tampoco la sintió cuando quiso rodearla con su brazo.
Sin embargo el miedo no los invadió, ellos comprendían perfectamente que sucedía; el ya no era fuego y ella ya no era hielo.
Ahora ambos eran vapor…
Sonrieron y se fueron volando a las nubes que solo los verdaderos enamorados son capaces de alcanzar…