Existía, hace mucho, mucho tiempo, un hombre perverso, muy malo. Al verle venir, todos, mas que evitarlo, huían de él, pues corrían riesgo de sufrir tan solo cruzándose en su camino. Su maldad diabólica era acompañada de una inmensa furia, dejando una profunda desolación, su marca característica. Era mucho mas temido que odiado, por eso nadie era capaz de enfrentarlo y así andaba con total impunidad por todo lugar. La gente le nombraba débilmente, para no ser escuchado por él y verse envuelto en terribles problemas.
Un día, el perverso hombre murió y toda la gente festejó. Pero ¡ay de ellos! La celebración muy poco duró, porque su espíritu empezó a rondar por todas las aldeas, debido a que el cielo le rechazó y el infierno le expulsó, pues, se decía, el mismísimo Diablo le temía. Merodeaba como alma en pena, y su espíritu pendenciero se beneficiaba de su fantasmagórica forma para difundir el terror.
La gente decidió que nunca mas pronunciarían su nombre, que a su solo anuncio, él sentía que era invocado, y donde quiera que estuviese, como por encantamiento, ahí llegaba. Harían desaparecer su recuerdo borrando su nombre, reemplazándolo con apodos, sobrenombres, calificativos y seudónimos, pero jamás de los jamases siquiera balbucear, al ahora, innombrable; estaban decididos a borrarle de la historia.
Poco a poco el espíritu fue desapareciendo, pues su nombre ya no era invocado, quedando relegado, según decían algunos, al limbo.
El malvado hombre y su historia, había sido reemplazado por mil nombres, perdiéndose su verdadera identidad. Pero la maldad goza de astucia y sabe como extenderse, y de la mano del tiempo se agrandó la fama del innombrable, arraigándose en la colectividad con distintos nombres, en distintos lugares. Y su arcana leyenda pasó a cobrar mil formas.
Y así, el innombrable de los mil nombres, estaba vivo en toda comunidad, porque, a saber, la maldad nunca se deja olvidar.

Fin

Ninomarcelo