Carta de despedida para Rosa Carballo
Querida Rosa:
Éste es mi adiós, para ti, querida amiga. Lástima que sea así, pero bueno, son los infortunios de la vida, me temo. Al menos, nos queda el tonto consuelo de que fuiste feliz con lo que más te gustaba, la enseñanza. Ojalá, este adiós, no fuese tal cosa, sino tan sólo un hasta luego, un me voy pero volveré, no te preocupes. Sin embargo, no es así, por desgracia.
Cuándo me comentaron la noticia, no la creí, parecía demasiado improbable. Sin embargo, al día siguiente, me temo, que ya todo fue diferente. Y es una pena, porque desde hacía algún tiempo, por rutinas y todo eso, no nos veíamos mucho. Hubiéramos tenido que conversar largo y tendido, para ponernos al día de nuestras vidas. Seguramente, tú tendrías que contarme más que yo, que como sabes, y salvo pequeñas excepciones, llevo una vida bastante uniforme. Hubiésemos reído y charlado durante un buen ratito, como siempre, en la academia, o por el barrio. Me habrías contado, que por fin te había salido la plaza docente que tanto ansiabas, que eras nuevamente feliz, y bueno, toda esa serie de cosillas sin importancia que nos contábamos.
No recuerdo exactamente el día que te conocí, se que era por invierno, y que como tantos, tenía cita contigo los viernes a eso de las 7, para que me ayudases con los análisis sintácticos, que tan horrorosamente se me daban. No me acuerdo muy bien cómo iban, pero se que gracias a ti, conseguí entenderlos. Así, entre análisis, comentarios de texto – eso ya no se me daba tan mal - y otras cosillas del programa de 2º de Bachillerato, fueron pasando las clases, y poco a poco, nuestra relación fue evolucionando de la meramente docente, a otra más personal y amistosa.
Desde luego Rosa, tenías una paciencia infinita. No sólo con tus alumnos, que no éramos precisamente angelitos, con las bromas pesadas que te gastábamos – eso sí, te queríamos mucho -, sino en general. No te costaba nada hacer horas extras por nuestro bien, ¡ si parecías tú más interesada en que aprobásemos que nosotros mismos ! Jamás te quejaste de los apretones de gente que tenías cuando llegaba la PAU, te llevabas el trabajo a casa, en fín, que eras un sol. De estar aquí, bajarías la cabeza y dirías “ que va”, entre risas, apartando la cara para otro lado, cuando te lo dijese. Sin embargo, tengo una cosa muy clara, añorada amiga, jamás podré agradecerte el tiempo que honestamente me dedicaste, fuera de horas de trabajo, leyendo y corrigiendo mis textos, como deberes voluntarios, ¡si hasta te leías “mis Revistines”!
Es posible – seguro diría yo-, que no cumpliré mi sueño de alcanzar a esos redactores de opinión, que los dos leíamos y comentábamos cada semana. Siendo francos, jamás seré Reverte, o Millás, o Guillén Caballé – ese último, no te gustaba demasiado, creo recordar-. Tampoco seré tan bueno como los autores de los libros que me decías, ni escribiré guiones tan intensos, como los de las películas que me recomendabas – aún no he conseguido ver “Solas”, lo siento - . Eso sí, si algún día, logro algo de eso, será en gran medida, gracias a ti, amiga mía. Te lo debo y te lo deberé siempre.
Me temo, que llegado a este punto, eso es lo único que puedo hacer, agradecerte infinitamente, que te hayas tomado todas esas molestias conmigo. De todo corazón, gracias. Y ya que no estás aquí, te desearía lo que decía – y dice- el viejo Dylan en una de sus canciones, pica fuerte a las puertas del cielo, Rosa, tiene que haber un sitio allí arriba para ti.
P.D. – Si desde algún lugar lees esto, seguirás viendo, que la puntuación nunca fue lo mío.
Saludos
Javi Miramontes
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