Recuerdo aquellos mohosos libros,
ajados por lo años,
con un olor a tierra y naftalina,
como si esos los protegieran
de quien sabe que gusanos
o polillas,
recuerdo su manos
entregándomelos,
con leves explicaciones,
teniendo cuidado de no atisbar el final.
Recuerdo las pieles
y las letras doradas,
de antiguos anuncios de neón
de una película sin cinta,
sin sonido aparente,
salvo aquel que resuena
y se convierte en imágenes
detrás de aquellas ventanas
que llamo mis ojos.
Recuerdo el croar
de las hojas,
como si encerrasen sapos
o ranas,
con miedo vierto una tras otra,
esperando en cada momento
que pierdan la vida,
arrancadas por el invierno
de mis torpes manos...