Se quedan en silencio cuando alguien tiene que hablar para romper el maldito frío y clavarle una estaca al agosto que se hace el difícil y no se lleva sus nieves y sus oleadas de aire cristalizado que a todos clava en el pecho. Me toca decir que no es un teatro de la osadía ni un arrebato. O tal vez – sí amiga “duda”- vuelva a creer que me estoy coludiendo con la mafia de sentir y respirar y ese error es tan caro como superficial. Nadie dice una sola palabra. Suena a lo lejos una llave que deja escurrir sus aguas como yo deslizo mis pensamientos acelerados en un lapsus de tiempo que va desde lo concreto a lo abstracto. Es una dimensión extraña. Y aún así me aferro a cualquier margen o marco, antes que desaparezca esta pintura que se lanzó a la vida con un soplo al oído. Suele suceder – la amiga “cotidianeidad”- que me detengo, observo de lejos, me hago la ausente, duermo, despierto, sudo, respiro, me muevo y callo. Silencio. No hay relojes cerca. No hay un solo maldito sonido que distienda la situación. Y si algo no es como lo deseo, está mal. Todo parece banal, superfluo, corto punzante. Me levanto con alas rotas entonces. Ya no espero que se mueva un solo centímetro mi cuerpo. Intento como puedo calmar el frío y entre añoranzas del verano me duermo, pálida, fría, seca, terca y a la vez sumisa para recibir un anticipo de diciembre. Estío, sol, color, calor. Se acaba la escena y todos se ponen de pie para aplaudir tan magistral actuación tenebrosa. Ella olvida su libreto y lo quema con su mirada llena de melancólicas llamaradas cada vez menos intensas. Su mano izquierda retiene una pluma temblorosa que no baila al mismo ritmo que lo solía hacer su intrínseca esperanza. Es un final más. Otra pregunta ha quedado rondando en su mente de memoria útil para situaciones latentes; vivas. Ahí comprendo que me llevo a cuestas una parte de mi que se fragiliza, que se empequeñece cuando pierde… esa maldita actriz que se embetuna de papeles llenos de diálogos fugaces más vacíos que el envase de rímel que me da la mirada intensa que, de no ser por aquel producto oscuro, me dejaría a la deriva, con mis sueños, con mis defectos, con mis fragilidades de patética muchacha que aún indaga entre las piedras y sólo encuentra libros y más libros bien escritos por manos más hábiles que las suyas. Ella es lo mismo que decir “esa otra”, ella es la que escribe con palabras extraídas de la sinceridad esquiva, extirpadas del corazón.
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