- Los encuentros inesperados incluyen una serie de pequeñas circunstancias no evidentes que pueden influir, a pesar de su aparente insignificancia, decisivamente en el curso de los hechos.
- Si, ya lo había pensado. El problema es que Martín está completamente convencido de que yo le he mentido. Yo en su lugar pensaría lo mismo. Es absurdo pensar en eso de las circunstancias, o al menos, tratar de explicarlo lógicamente. Creo que lo nuestro es un problema de confianza, y por eso no podemos seguir juntos.
El vapor del café con la lluvia golpeando el cristal es lo único que se interpone entre Antonia y Florencia. El novio de la primera, Martín Gutiérrez, laborioso oficinista a pesar de sus cortos 27 años, no es obstáculo para la tormentosa relación lésbica entre éstas dos ex compañeras de colegio. -Lo de “lésbica” es lo de menos- opina Julieta, una amiga en común que acaba de enterarse del secreto y que no oculta su preferencia por el alcohol aún cuando éste la haya acarreado más de un problema en su vida estudiantil. En tanto en el café Ventura, atiborrado de desafortunados –o desinformados- transeúntes a quiénes la tormenta sorprendió en la calle, Florencia se empeña infructuosamente en hacer meditar a su amante sobre la drástica decisión de terminar con su novio de hace cinco años.
-Óiganme ustedes dos!- dijo Julieta golpeando el jarro contra la mesa. ¡Aquí el problema no es la descofianza de Martín, es que tu Antonia quieras acabar la relación por ésa razón y no porque amas, como dices, a Florencia!
De súbito se produjo un silencio en el segundo piso del Café Ventura. Julieta hizo un gesto nervioso en señal de disculpa mientras Antonia se cubría disimuladamente el rostro dirigiendo la vista hacia la ventana. Florencia por otra parte, sentía vergüenza de Antonia y por ende, de sí misma. El mozo a cargo de la mesa se acercó para tratar de calmar el ambiente, y lo consiguió. Por otro lado la lluvia, ahora acompañada de truenos y relámpagos, ofrecía un nostálgico paisaje del parque central, donde las hojas repartidas como estrellas inauguraban un pequeño otoño en la ciudad.
- Aquí está la cuenta señorita.
- ¡Yo no le he pedido nada señor!
- Pero si acaba usted de levantarme la mano. Lo siento pero la boleta ya está impresa.
A lo lejos y en dirección oeste, dos paraguas y sus respectivos dueños caminan hacia la calle mayor. Minutos más tarde observan cómo la noche vuelve a iluminar la mesa cubierta de fantasías. El café, como siempre compartido, deposita sobre sus labios la amargura del reencuentro con esa morada que es el pasado. La gente observa de reojo la situación, y poco a poco, comienza a retirarse del lugar.
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