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Los días se pasan volando. He dicho esto miles de veces y es seguro que las diré muchas más. Veo mi vida que se pasa, es así de natural... Y siempre pienso que voy a vivir aún mucho más. Pero, veo a mis padres durmiendo, con sus cuerpos arrugados, gastados... y me preguntó: ¿Cuándo estaré así? No hay mucho que pensar. Es así. Viajamos sin saber, sin ver bien o claro. Hemos visto tantas cosas en la vida. Muertos. Vivos. Países. Mujeres. Amigos. Dolor... Temo al dolor más que la muerte. Recuerdo una noche en que estuve jugando con la muerte. Era joven y miraba el abismo de la noche. Decidí morirme. Tomé aquel líquido y no supe más. De pronto, vi que unas caras me miraban como si estuviera en un pozo. Y sus caras susurraban, más y más hasta volverse en voces y sus caras, caras reales como fondo de la noche... Había estado muerto por breves segundos, y mis amigos me miraban sin tocarme. Luego me contaron que mi cuerpo hacía espasmos, como si se estuviera apagando el motor hasta caerme al piso como un muñeco de trapo. Luego de esto, me paré y me fui caminando solo. Todos me seguían como si quisieran saber si era un fantasma. Desde aquel día me llaman el muerto. Casi no hablo. Y ya han pasado muchos años. Aun, cuando les veo, les miro en silencio y ellos me miran a mí. Estoy aún muerto, les digo con mis ojos. No he vuelto a hablar con ellos...

He leído unos cuentos colombianos. Entré a una biblioteca y vi la obra del autor, Rafael Humberto Moreno-Durán, "El festín de los conjurados". Lo estuve hojeando y pregunté el precio. Cerca de 20 Euros. ¿Por qué los libros buenos cuentan caro?, pregunté a la vendedora. Por el contenido, respondió. La Biblia la regalan, le dije. Ella calló y me fui de aquella librería. No estaba molesto con nadie. No me gustó el precio del libro. Vi en una parte que se había editando 1000 libros. Esa era la razón. Me pregunté tantas cosas aquella noche que decidí leer uno de los tantos libros que aún no leo. Cogí uno, y lo leí un rato. Luego me puse a ver una película y casi al dormir, quise escribir. Escribí algo raro, demasiado raro...
Volví a leer los cuentos colombianos. Quedé dormido o medio dormido, o algo por el estilo. Tuve una visión.
Yo estaba en una casa desconocida. Toqué la puerta y les pedí si podía venderles un libro de cuentos colombianos. ¿Cuánto?, preguntaron. Les di un precio cómodo. Déme dos. Tengo uno, sólo uno, pero, es un buen libro... Pase por favor me dijo esa voz que salía por la rendija de la puerta. Entré y vi que era una jovencita de no más de quince o veinte años. Siéntese, me dijo. Me senté. ¿Puedo leerle unos cuentos de mi autoría?, me dijo la joven. Sí, por favor, con mucho gusto, le respondí. Apenas abrió la boca, vi que le salían unas mariposas verdes, y todos con caras humanas, pequeñas caras humanas. Creí que soñaba pero no allí estaban las mariposas que salían de la boca de la chica, y se iban por la ventana de aquella casa... Fue extraño porque no me sorprendí mucho. Es bonito lo que sale de tus labios, le dije. De pronto, la joven enrojeció y de sus ojos salieron como escarcha que se esparcía por todo el cuarto, como si estuviera en el universo lleno de estrellas... ¿Puedo venderle un libro de cuentos?, le pregunté. Su rostro palideció. Y pude verle la cara mejor. No era tan niña, ahora se notaba que tenía más de sesenta años. Su cabello era negro y no tan largo. Sus ojos eran grandes y negros. Usaba un collar en su delicado cuello que soportaba una cabeza demasiado grande para su cuerpo. Ella sonrió y de rostro salió un fulgor dorado que sonó como una campanada de los Himalayas. Muy bonito lo que dices, le dije. Me paré y me fui, dejándole el libro en su mesita de su cuarto. Ya estaba saliendo cuando escuché una voz de hombre. Era un señor pequeño, muy pequeño para su voz. Parecía no tener cuello. Le vi caminar y cuando estuvo frente a mí, abrió la boca y salieron mas mariposas, pero estos eran grises, y sus cabezas eran viejas, como él mismo. Me voy, le dije... Ya estaba saliendo cuando la puerta se abrió sola y vi que en las calles pasaban muchas personas y todos saludaban a la gente que vivía en esa casa.
Salí de la visión y pude ver que el libro aún lo tenía en mi pecho. Lo terminé de leer, y luego, me fui a tomar más café. Mientras caminaba por la casa, me vi al espejo. Y pude verme más viejo que ayer. El tempo. Todo pasa. Hace poco se fue Bergman, y pronto, me iré yo, sin siquiera una página en los diarios, sin un adiós, nada... Me gustó ese final y decidí ver una película de Bergman. Siempre lo admiré. Era un genio. ¿Yo? ¿Genio? No, no y mas no. Sólo escribo un poco, y me gusta más que leer o ver una película, aunque Bergman haya muerto...


San isidro, agosto del 2007

Texto agregado el 06-08-2007, y leído por 324 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
11-08-2007 muy bueno, pero donde esta bergman??? solo lo mencionas al final. eldiablox31
07-08-2007 El comienzo es demasiado típico, no dan ganas ya de seguir. Saludos. cielovolador
07-08-2007 ¿Es un sueño? ¿O dos? Me parece que hay dos historias aquí: la del personaje que decide morirse y la del que intenta vender un buen libro. Las dos con un planteamiento muy seductor, pero a menos que se trate de un capricho, no encuentro solución de continuidad ni nexo entre una y otra. adso_demelk
07-08-2007 Homenaje narrativo que mete a uno en lo que fue Bergman. Te felicito. peco
07-08-2007 Me uno al homenaje y qué mejor que con tu propio texto. Se vale apropiarse? Yo creo que sí, aunque no estoy seguro de violar el copyright! un saludo cordial marxtuein
06-08-2007 Buena fantasía que has tejido con episodios reales. Lo mejor, quizás, sea la referencia a Bergman: ¿recuerdas "Gritos y Susurros", que mezcla la existencia con los sueños y los temores? Felicitaciones y votos. A. ricki
06-08-2007 Creo que escribes soñando, y eso debe estar bien. andrula
 
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