La noche regalaba un milagro ancestral, una madeja de luz posada en medio del río, copaba todo su ancho hasta las orillas, derramando plenitud mas allá de las arboledas y de las calles, débilmente alumbradas. Rebasó los techos resplandeciéndolos de un matiz plateado: en la oscuridad cotidiana parecía verse casi tan claro como de día. Mientras Vicky, por el través de la ventana, fijaba sus verdes ojos en la lejanía, Valdivia se iluminaba con la capciosa luna. Nuestras miradas se cruzaban con éxtasis en medio de la penumbra, conminaron el roce de la piel hasta caer magreandonos con arrebato sobre las sabanas. Vicky recostada cuan larga era dejó caer los brazos hacia la alfombra, muy despacio fue quitando la blusa, la falda,… todo, incitó con gracia a la desnudez jugueteando con mi pelo desordenado, de súbito, ingresamos en una luz nívea colmada de colores y de formas, su cuerpo bañado en una fulgurante blancura resplandeció toda su piel como en el mármol. Sentada se abrazó los muslos dejando caer la larga cabellera; ocultando así su delgada figura casi por completo, quieta, escondiendo secretos de mujer, esperó ser descubierta. Busqué esa boca resollando gemidos por la cama, anhelando escapar a mi boca que armónica atrapó sus senos, su vientre y sus pies rozándose en las sabanas, así jugando largo rato, exaltados y jadeantes nos tocamos profusamente. Proseguí sin apurarme, soplido a soplido por su cintura caliente y mojada, reluciendo pequeñas lentejuelas de transpiración, bebí aplacando la sed de deseo que me colmaba: recorrí descontrolado su cuerpo con mi lengua saboreando cada rincón, transformando sus quedos gemidos en sugerentes balbuceos de goce, los mordiscos, la lengua y los soplidos por todas sus exquisitas formas ¡Fue salvaje!. Embriagado de ella, de pronto comenzó a resistirse afligida: — ¡No! ¡No quiero! … ¡Basta! … ¡Basta!

Aún así no la dejé y continué adelante. Endureció los músculos juntando sus rodillas. Mas, sin obligarla, traté de abrirme paso apenas forcejeando, entonces pensé que era un juego. Continuó pidiendo que me detuviera, pero su voz encendida daba la impresión de querer lo contrario. Restregué mi vientre al suyo y temblorosa se retorció suplicando que no, sorpresivamente, en un rápido movimiento, enlazó sus piernas alrededor de mi cintura; apretándolas con fuerza, fue la rendición y se entregó cual gata salvaje, dando arañazos y mordiscos, rasguñando mi torso y espalda. Infundía una quemante animalidad para, en retribución, ser tratada con violencia: ¡Se lo gozó todo!

Mas tarde, mucho más, bañado en sudor respiré hondamente, la piel me ardía pero igual me había gustado. Vicky descansó mimando los rasguños, lamiéndolos despacio como una gata. Luego, lentamente, se durmió.

Transcurrimos quietos, apaciguados por el murmuro de las hojas, escabullidas entre los árboles y el viento. Más arriba un enorme globo traslucido flotaba en el cielo de Valdivia — era la luna en éxtasis— que semejando un planeta extraño: hecho de hielo, rodeaba su semblante de fascinantes aureolas difusas. En tanto que ella dormía pude ver a ratos estrellas fugaces rayar el cielo y desaparecer sin dejar ninguna huella. Igual que ésta extraña mujer pasaba por mi vida a la vez que yo por la de ella, como estrellas fugaces, sin pasado, sin futuro, en un tiempo breve, vívido, real e incomprensible.