Teodoro es un perro.
Ingrid Nadina Khatcherian.

Teodoro es un perro, se comporta como si no lo fuera. Se comporta... Cuando duerme en “su” camita – ¡de dos plazas!, ¿la mía? – apoya la cabeza en la almohada y el resto del lomito en la cama. Teodoro duerme como persona.
Sabe si estoy triste, siente si hay aire de enojo, no ignora los estados de ánimo de su entorno. Teodoro entiende si “el horno no está para bollos”.
La llegada a casa es “a movida de rabo”. Un rabito nervioso hace tic- tac de un lado a otro. Sea la hora que sea, esté cansado o durmiendo, Teodoro recibe con alegría un arribo.
Teodoro es miniatura. Pesa tres kilogramos y está a veinte centímetros del suelo. Llora por hambre y rasguña su plato para “jugar a comer”. Entonces, hace carreras persiguiendo cada granito que se le va tirando al suelo para que lo corra y lo coma. Teodoro no come solo.
No alcanza el diario, no trae las pantuflas, no abre la puerta de calle, no atiende el teléfono. Pero avisa. Avisa si hay gente afuera. Avisa cuando el timbre suena. Avisa si un gato camina por la terraza. Avisa si pasa algo raro… raro para él… como alarmas de auto activadas, ladridos de perro o maullidos de gato, sirenas de ambulancia, relámpagos eléctricos, fuegos artificiales… Y sí, ladra. Teodoro ladra.
Tiene incorporado el reloj despertador, se despierta y, nos despierta, a las siete AM cada mañana, todas las mañanas, sábados y domingos incluidos.
Teodoro mira a los ojos y habla. No usa palabras, habla con la mirada. Se acerca cuando quiere algún mimo, se acerca para darlo. Y si sobrevuela un pensamiento raro, refriega su lomito a una pierna, “golpea” con la punta del hocico como diciendo –“Acá estoy abajito, no estás solita”-. Teodoro me rompe el corazón de amor todo el tiempo.
Entonces, su lugar se confunde. Teodoro parece persona. A veces, parece un niño chiquito: el bebé de una casa sin bebés.
Llorisquea si necesita algo, pide mimo si estira las patitas y el cuerpo hacia adelante, tiembla cuando se pone nervioso, pareciera que tuviera frío. Tiene mudas para cambiarse. Y como le faltan un par de dientes, sonríe y se le forman hoyuelos. ¡Teodoro sonríe con hoyuelos!
Da besos húmedos. Rasguña el acolchado de la cama para pedir “upa”. Se va de vacaciones al mar para no quedarse solito en casa. Arrastra, con los dientes, su cuna hacia la estufa para estar más cerca del calor. Porque Teodoro tiene estufa en invierno. En verano, ventilador.
Juega con su chiche “Ventaja”. Ventaja es un ratón de plástico que tiene una bocina adentro. –“Dale ventaja así llega a atrapar al ratón”-. Y a su chiche le quedó “ventaja” de nombre.
Teodoro conoce muy bien una palabra: “pasear” y, si va acompañada de un “vamos a”, eso es lo más. Salta, corre veloz y frenéticamente por todos lados, se acerca a su mueble y juguetea arriba y abajo, hasta el cajón donde está la correa. ¡Teodoro ama ir a pasear!
Comparte con nosotros el idioma del amor… el que no ve pelitos por todos lados; el que no ve “las cositas” que deja por el patio; el lenguaje que no reta y, si reta, reta poquito, un ratito de enojo y ya está. También conoce un par de “no”… en verdad, casi no sabe que es un “no”. Bueno, sabe, pero no lo escucha muy seguido. Para Teodoro todo es “sí”. ¡Freedom para Teodoro!
E hizo familia a dos que se quieren. Por eso Teodoro no parece un perro. ¡Qué lindo seria que no lo fuera!