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Esa noche tuvo un sueño: el mundo era un lugar donde el cielo era siempre azul, en el campo siempre había flores y los árboles estaban cargados de fruta madura.

En ese mundo los hombres y mujeres se sonreían entre sí, todos con la piel limpia y bien peinados. Ropas sencillas pero impecables: sin manchas, sin arrugas.

Los niños eran todos de mejillas redonditas, sanos, fuertes, afectuosos y despiertos.

Las casas eran unifamiliares y de cuatro vientos: no había bloques que estorbaran la luz del sol ni la brisa, no había cemento empantanándolo todo, ni el asomo de una grieta en una pared.

Las calles estaban limpias y cuidadas, repletitas de jardines y árboles de hoja caduca, para disfrutar del cambio de color de sus hojas con el devenir de las estaciones.

Había coches, sí, pero circulaban despacio, al ritmo de la respiración, no del angustioso estrés. Aunque la mayoría prefería desplazarse a pie o en bonitas bicicletas con canastas engalanadas de flores recién cortadas.

No se oían ruidos molestos: tan sólo el trinar de los pájaros (quizá, de fondo, se oía el noble sonido de la madera al ser cortada o clavada, señal que estaban construyendo una nueva casa, un nuevo hogar, una fuente más de alegría en el barrio).

La televisión se veía poco, y los noticiarios venían cargados de noticias amables, ya que el mundo era así.

Nadie consumía drogas ni sustancias extrañas, nadie se encerraba en lugares oscuros llenos de humo con la música a todo volumen, nadie cruzaba miradas sucias de lujuria provocada por el alcohol.

Las noches eran para descansar, para así poder madrugar y amasar el rico pan antes de ir a misa.

Y todos, todos, rezaban con fervor y al cantarle a Nuestro Señor quien más o quien menos dejaba escapar una sentida lágrima.

Todo era paz y dicha y felicidad, ya que todo se hacía según los mandamientos de Dios Nuestro Señor. Y a aquel que no obedecía, simplemente se le e...




... y entonces despertó, por culpa del vocerío de la habitual disputa entre las vecinas del piso de arriba, una madre anciana y una cincuentona amargada. Con el rostro sudoroso, el corazón palpitándole, echó un vistazo por la habitación y respiró aliviado al comprobar que todo seguía igual, que sólo estaba soñando.

A su lado estaba una revista, Atalaya, que tiró al suelo en un gesto impaciente. Se volvió a tumbar y, a tientas, buscó el paquete de tabaco que tenía en la mesita de noche para encenderse un cigarrillo.

Mientras afuera chillaba histérica la sirena de una ambulancia, fumaba con parsimonia, escapándose las caladas de sus pulmones como suspiros de satisfacción. La mañana se presentaba con resaca, pero no le importaba.

Porque era libre.


Texto agregado el 05-08-2007, y leído por 817 visitantes. (15 votos)


Lectores Opinan
04-04-2011 Qué alivio despertar y descubrir que todo ha vueltoa desordenarse... Felicitaciones. nanchogalarreta
12-11-2009 nomegusto el final todo era belloen elsueño pero si eratan bello por que terminar en resaca si la realidad era lo contrario al sueño? saludos compañero!!bye santacruz
25-07-2009 Fumar, beber, decidir por nuestro bien o mal no siempre nos hace libres, más bien esclavos de nuestras debilidades, aunque sí... Muy nuestras. Alguien djo que la libertad no existe. Por ahora solo no entiendo algunas cosas. Buen texto. Bien ilustrado. erasequeseera
14-04-2009 Con cierto tufillo incial religioso, de ilustraciones del Florido pensil, torna a la realidad. Imágenes de comic. Saludos iolanthe
19-11-2008 utopías para algunos, pesadillas para otros.. interesante texto, 5* saludos wbgg
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