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Inicio / Cuenteros Locales / ereskigal / Aguas turbulentas (Y en donde terminas).

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Ocurrió de improviso. Ella sabía el motivo del por qué estaba en esa habitación con él. Había inventado coartadas que ni ella misma se creía; así que de improviso y decididamente decidió sacarse la polera, a continuación se sacó los bluyens y luego de eso el sostén. Él en realidad no estaba sorprendido, y se dejó acariciar por esas imágenes que lo envolvían y prendían como si fuera lava volcánica. Ella sólo tenía su calzón blanco con bordes rosados y él tenía toda su ropa puesta, y sin embargo, algo anómalo brotaba bajo su cintura. Ella se acercó y posó su lengua entre los labios del hombre, entonces ambos sentían la respiración mutua del otro; finalmente, él la tocó y sus manos fueron a parar a su cintura, como queriendo resguardar aquello que se le ofrecía, no quería agotar todo el terreno fértil para cuando ambos se refugiaran entre las sabanas. Ella seguía jugando con sus labios y con los de él, hasta que el hombre cedió a sus encantos y respondió a aquella lengua con una boca abierta que dejaba que un músculo ajeno pudiera revolverse con el suyo propio. Ella tocó su camisa y en cierta medida se aferró a la de él, mientras lo desabotonaba lentamente. Ahora él estaba sin camisa pero con un pantalón y su erección. Jugaba con aquella prenda de aquella niña-mujer pasando sus manos por encima y por debajo, a la vez que lo sacaba y lo volvía a dejar en su exacta posición. Ella tenía sus manos por encima del pantalón, a la altura de su miembro. Su abrazo pronto se convirtió en una exploración de aguas turbulentas que hizo que ambos zozobraran en la orilla de la cama, que estaba llamándolos desde que ambos se conocieron; ahí ellos se perdieron, y se amaron, y se acariciaron; y se lamieron los ombligos; primero él, puso sus manos como si formaran un cuadrado en el ombligo de ella, como queriendo registrar un mapa que se había perdido hace tiempo; había marcado el camino para que la lengua no se perdiera en territorio escondido; y así fue como una lengua roja, grande y poderosa se paseó, humedeciendo la piel que pisaba, a la vez que ésta se agitaba en una especie de marejada sinuosa. Pero inevitablemente la lengua naufragó hacia abajo, y se perdió entre los gemidos de aquella hembra y sus manos que se aprisionaban contra las sabanas que ahora eran ahorcadas por su fuerza. La lengua bajó y se quedó estática por un tiempo, con sólo un ruido de fondo que era el acompañamiento para aquella ventisca. Pronto comenzaría a bambolearse en un ir y venir cada vez más violento, mientras que ambas manos desabrochaban el botón y bajaban la cremallera para bajar el pantalón y aquel calzoncillo que ya estaba algo mojado de tanto lubricar. Con un movimiento inesperado, ella logra darse vuelta para quedar sobre aquel que la estaba haciendo explotar de deseo. Quedó arriba de él y se juró que lo disfrutaría, y que él también. Pronto tomó con ambas manos el miembro del varón, y este, sorprendido, no dejó de mirar incrédulamente a aquella que en ese entonces era su hembra. Pero ella no cedió. Acercó su rostro y por fin introdujo su húmeda boca en esa estaca de la que brotaba energía. Comenzó como algo lento, tenía que acostumbrarse a la textura, al olor, al tamaño, mientras que él miraba el techo y abría su boca de par en par esperando de que algún modo eso hiciera menos rápidas sus agitaciones. Ella ya había tomado el ritmo y él no paraba de asombrarse de que aquella niña-mujer fuera tan buena con un hombre en esa situación. Finalmente, la lengua de ella descansó en el ombligo con pequeñas curvas de él. Su piel morena, ahora estaba cubierta de sudor y de ardor; mientras que ella se alejaba y se apoyaba en la cabecera, y como si fuera un elástico de cuerpo entero, abrió sus piernas de par en par, para el deleite de su amante, que no dudó en acercarse y de inyectar, sin cavilaciones, todo su miembro erecto. Ella se crispó de miles de sensaciones; mezcla de dolor inicial con sensaciones placenteras más bajas al orgasmo que se acentuaron con el ir y venir de aquel hombre. La cama se mecía y ya parecía que las tablas no iban a aguantar aquella tormenta que se desataba por encima de ellas. La que se hacía mujer ahora tenía un dedo de él en su boca, mientras ambos se miraban fijamente mientras eran uno solo. También los gritos y los gemidos se unieron y se volvieron uno solo, aumentando de intensidad hasta que en un momento infinito, todo cesó. Y ahí quedaron aquellos dos cuerpos desnudos, absortos por el cansancio y por el placer, mientras ella le acariciaba su espalda, él tocaba su ombligo con su mejilla, lamiendo con ternura aquellas gotas que brotaban por los poros de aquella chica. Para ella, esto de haber descansado fue como haber hecho el amor por segunda vez, mientras que él fumaba un cigarro y parte del humo iba a parar a la cara de ella, que hacia como si su olfato fuera el de un topo. Ella acariciaba el pelo de su pareja mientras tenía los ojos cerrados, y bien habría podido seguir así de no ser porque él de pronto se incorporó, y en dos minutos se vistió, hundió el cigarro que le quedaba en el cenicero, se vio en el espejo para no ver ningún desarreglo y al fin abrocharse los zapatos. Al fin cuando estaba listo y ya casi tocaba la manija de la llave, se olvidó de un detalle: Ella. Volvió, besó los labios de aquella niña que ahora era mujer con ojos perplejos, besó su ombligo, besó su pubis y luego se marchó, dando casi un portazo y dejando a una mujer que había comenzado como un niña en un lugar que no fue el mismo en el que terminó.

Texto agregado el 05-08-2007, y leído por 74 visitantes. (0 votos)


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