JOSÉ
Cuando nació lo llamaron José, por ponerle un nombre, por nada más. No es que el padre o el abuelo se llamaran así, no, nada de eso, solo que a Marlene se le ocurrió ponerle ese nombre a su nieto.
José nació de nalgas, de noche, sobre la tierra apisonada de la choza en medio de la nada. La nada estaba sobre un acantilado desde donde se podía ver, oler y escuchar el mar. Los gritos de José asustaron a las lechuzas esa noche, empezaron a chillar como él, huyendo espantadas de sus huecos en la tierra. José gritó toda la noche, se le brotó el ombligo y siguió gritando hasta que la abuela logró enchufarle la teta gigante de su madre en la boca. - No le sale leche, dijo la vieja mientras masajeaba con un cepillo de cerdas las tetas de su hija moribunda.
- Es que se está muriendo, dijo el padre, - se va a morir antes de que el sol nazca.
El sol llegó tempranito y José ya no chillaba. La agonía de la madre destilaba dulces gotas de amor en la boca nueva y ansiosa del crío.
El viejo salió a fumar un cigarro guardado, más viejo que él, mientras el sol aparecía en blancas líneas sobre el lila cielo del Este. El humo se mezcló con la vergüenza estrenada y el sentimiento extraño de desear la muerte de su hija. La abuela salió a acompañarlo, juntos miraron el amanecer. En el horizonte se puso la claridad y las luces lejanas de los barcos petroleros que cruzaban la bahía se apagaban de a poco, como perdidas ciudades flotantes que navegaban en silencio.
- Se parece a ti, dijo la vieja.
- Por desgracia, le contestó él
En silencio, le tomó la mano sin mirarlo. La raya infinita atraía desconcertada sus miradas. Horizonte perdido, fin de los sueños, límite de ballenas saltarinas. El llanto de José los trajo de vuelta…..
-Voy a ver a tu nieto……a tu hijo…..
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