¿Me amaste?
Sí, me amaste, con desesperación, con furor,
con el deseo desbordante
del que sabe que muy pronto no será.
Sí, me amaste, con rabia y con ira,
intentando concentrar el tiempo en un punto,
haciendo agujero negro donde se estira el lapso.
Me amaste, con la incontrolable fuerza
del mar embravecido rompiendo en la costa
-yo, cristal, arenisca roja; tú, ola desfalleciente-.
Como el retumbar de mil campanas en la vigilia
ensordeciendo los oídos abiertos y expectantes
-repiqueteo intenso que no termina en ningún tiempo-.
¿Me amas? Sí, me amas.
Sin cuerpo, sin alma, sin corazón, pero me amas.
Sin corazón por que de tanto sembrarlo
-abierto por el arado y la azada violenta-
el fruto lo desangró al germinar, dejando la tierra seca.
Sin alma por que de tanto darla, entregada a mí,
-ofrecimiento acabado entre soplos gratos-
te quedaste sin ella, se te perdió en el ir y el venir.
Sin cuerpo por que de tanto amarme y tanto amarte
-besos irradiados de exasperación en el querer-
se deshizo entre mis brazos y mis labios.
¿Te amé, te amo?
Sí, con el arrebato que se siente en el amor imposible,
con el ímpetu del que sabe que el tiempo se escapa,
con el desorden de lo no fraguado en la conciencia,
con la pasión enfermiza de lo que no se controla.
Sí, te amo, te amé
-aunque la garganta mantenga el grito desgarrado,
los hombros se quiebren con el peso de este amor
y me consuma en este sentir estrangulado desde su origen-.
Sí, ¡te amaré!
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