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A todo esto el martes fatídico había empezado frío pero pegajoso. La estación de tren estaba repleta de niños con sus mayores debido a las vacaciones de Navidad. Fue a la altura de la estación de Atocha cuando el coche que venía por la otra vía había despanzurrado a uno. Se montó semejante jaleo, algunos se asomaban para ver las tripas desparramadas y en eso llama mi viejo. —¿qué pasa? —dije antes de escuchar la voz porque sabía que era mi padre— Hola, parece que no funciona la página de los cuentos. Se murió.
Claro, él suele ingresar con mi usuario a leer al sitio y estaba preocupado. —Bueno, papá, capaz que se declaró la guerra entre algunos de esos países de mierda y se jodió algún satélite, ya volverá. ¿alguna novedad?— No —contestó— salvo que no anda la página de los cuentos y pensé que te habían echado por toca pelotas.
Llegué tarde al centro. El día seguía pesado y denso como un pedo en un ascensor pero frío y yo pensaba en los pedazos del tipo desparramados por las vías. No lo había visto porque viajaba parado. Nunca vi un despanzurrado por un tren, ni por un jabalí, ni por un obús. A lo sumo habré dado con algún depresivo porque lo echaron del curro o por un hijo enfermo o por la mujer loca. No pude menos que pensar que el tipo de las vías era uno de esos casos y que por alguno de esos motivos había acabado así.
Y sucedió que a eso de las tres de la tarde me encontré solo frente a una máquina. Era una oficina y entonces me dispuse a ver el correo y, cómo no, a ingresar a la página de los cuentos. ¡Mierda!: error no sé cuánto: mi padre tenía razón: colapsó la web. Entonces vamos a mirar en “El País” digital a ver si en efecto había estallado alguna guerra que pudiera hacer reventar un satélite pero puras noticias de deportes; algún tenista gilipollas de esos que son excéntricos cuando ganan pero se vuelven filósofos o humanistas maricones cuando pierden; que si la petarda de la Esperanza Aguirre anda fastidiando por ahí con las inauguraciones absurdas de transportes ridículos… Nada del otro mundo. O sea: nada de la página de los cuentos.
Porque tampoco me voy a andar haciendo el tonto… Me faltaba algo, no lo voy a negar. Y serían las seis y esa nochecita que se adivinaba anodina, frígida, destemplada, solitaria, y pasé por un bareto de la Gran vía y tras los cristales vi al Núñez que tomaba un café sentado solo y con el portátil, como un autista (el bar tiene Wifi gratis). Entré. Se llama “Login”, el bar.
—¿Siempre dando lástima…? ¿qué haces?
—Tengo un cliente en el Messenger, quiere comprar una memoria SD para una cámara. ¿Y tú, Tirillas?
No podía contestarle que estaba preocupado porque el sitio de los locos había chapado, menos que menos que mi verdadera intención en su mesa era corroborarlo con su ordenador y que si no, ni de coña habría entrado al bar ese día de mierda.
—Iba para casa pero te vi y entré, Núñez… eh, dime ¿hubo algún follón… se fue a la mierda la bolsa… algo?
—No sé, Tirillas, pero el tren que va a Chamartín iba con retraso, no sé si hasta ahora.
—Sí, ya sé, esta mañana atropellaron un hombre en Atocha, yo estuve por ahí.
—Con razón, ¡joder…!
En ese bar no se puede fumar, conque me puse a sacar los papeles que llevaba en el bolsillo para tener algo en las manos, para hacer tiempo a que el Núñez acabara con su cliente y pedirle el portátil un segundo. Sucedía que el viaje a casa era largo y tenía que ver si se había reparado la web, además pensaba ir a lo del Gabi que no tiene ni ordenador ni mucho menos Internet. Pensé entonces que qué hijo de puta este Gabi que nunca le interesaron esas cosas. Ya era una cuestión de síndrome de abstinencia. Había unas muchachas en una mesa cercana y entre ellas una gordita que tenía unas tetas más grandes que la cabeza. Me entretuve un poco escuchando la conversación tonta acerca de la película de “Los Simpson” que parece que estrenaron hacía poco. Una visión inequívoca de hacer clic en “ver últimos diez mensajes” para saber si alguien cambia de tema. Eso, y que a la única conversación que podía acceder con relativa claridad era a la de las jovencitas.
El Núñez parecía tarado, parecía esos policías que teclean en una caduca Olivetti la denuncia del tipo que acude a la comisaría, pero modernito, concentrado y sin despegar la visión de la pantalla. —¡Eh!, Núñez, ¿viste las tetas de la gordita?
—No.
Ya lo sabía, no había siquiera visto a las chicas y era una ventaja: si en esa mesa en vez del grupo parlanchín hubieran estado guerrilleros de Al Qaeda o extraterrestres el Núñez no se habría enterado. Pero necesitaba que me prestara el portátil.
— ¡Eh, Núñez!, el otro día salió en el diario que la circuncisión es buena para prevenir el sida, ¿será cierto?
—No creo, Tirillas.
—¿Sabes lo que creo, Núñez? Creo que una buena forma de prevenir el sida es vender memorias SD por Messenger. Eso creo.
El Núñez alzó la cabeza como quien escucha explosión muy cercana pero sus ojos parecían de vidrio. —Parece que somos dos los que hoy no contraeremos sida, Tirillas, pero tú no ganaste ni un euro. Ya termino.
El Núñez no es ningún palurdo. Eran las seis y media y el hijo de puta seguía con su cliente. El café estaba frío de haría horas y para colmo la moza tenía cara de culo porque yo no pedía nada y es que en ese lugar la cerveza es muy cara para mi gusto. El Núñez, por fin, cortó la comunicación y se llevó la taza a los labios. —Parece que se enfrió esta mierda —dijo con un ademán de asco— ¿Cómo vas, Tirillas?
—Más o menos, Núñez, tengo a mi tía enferma y mi prima Angélica que no me llama. Temo lo peor— No podía decirle al Núñez que necesitaba el ordenador y punto y por cierto que la excusa al segundo de pronunciada me resultó de lo más chorra.
—Bueno, pero tus cosas bien, ¿no?
Y en ese momento me sobrecogió la desesperación: mi amigo se disponía a apagar el portátil.
—¡No…! Eh, digo… sí, claro, mis cosas bien pero la tía… ¿no me dejas ver si Angélica me mandó un mail, Núñez?
—Pero ¿dónde está tu prima, Tirillas, que te va a andar mandando mails? ¿Qué, hay Internet en el hospital?
—Bueno… no sé, Núñez, déjalo; cosas que se me ocurren… pero mira si en una de ésas tengo un mail…
—Bueno, toma, fíjate si quieres pero no creo… —el Núñez dio vuelta al portátil y dejó la pantalla a mi merced. Estuvo bien porque cuando escribí www.loscuentos.net en el explorador él debió suponer que me loguearía en gmail o algo así, cosa que no iba a hacer, desde luego.
Error no sé de qué ni sé de cuánto (la mierda). —La mierda, Núñez…
—¿Qué, te mandaron el mail?
—¿Qué mail, Núñez? —Rápido me di cuenta de que ahora el autista era yo— No, claro, claro, qué prima despistada…
Giré el aparato hacia él.
—¿Y qué tiene tu tía?
—Cáncer, Núñez, no sé de dónde porque no me enteré de mucho, pero parece que es jodido. Creo que me voy a la clínica…
—¿Y por qué no llamas a tu prima desde el móvil?
—Nada, Núñez, deja; es que no tengo saldo.
—¡Pero no seas tonto, Tirillas, te presto el mío!
Entonces simplemente y sin quererlo me estaba complicando la vida. Mi amigo quería solucionar un problema que no existía mientras que yo había inventado dos problemas: el de mi tía y el de la página de los cuentos.
—No, es que Angélica no tiene móvil…
—¡Cómo que no tiene móvil, deja ya de joder…! Y además si no lo tuviera ¿de dónde te llamaría si tú no tienes saldo?— Su buena voluntad me arrinconaba. Sentí algo extraño respecto a mis mentiras y mi comportamiento en general, hasta pensé en decirle que era todo una trola, un cuento. Un cuento.
—Puedes llamarla a la casa, porque desde el hospital ella no te puede llamar porque no creo que le dejen un teléfono fijo para hacerlo; de un teléfono público tampoco porque tú has dicho que no tienes en la tarjeta. Pero si está en la casa y por despistada no te llamó, puedes usar mi móvil o un teléfono público si es que tienes monedas pero siendo que hace frío usa el mío y si todo está tranquilo nos tomamos un café y charlamos…
—No me lo puedo creer, las tetas que tiene esa chica, Núñez, no puede tener esas tetas. No pueden ser—. Corté por lo sano. No podía seguir ocupando la atención del Núñez en mis paranoias.
—Pareces autista, Tirillas, al final…
—Pero mírala, Núñez, mírala.
—La conozco. Se llama Miriam y está casada.
—¡¿Casada, esa niña?!
—Sí, tonto, pareces un viejo chocho. Está casada y tiene veintidós años.
—Bueh, con esos melones no me extraña que algún tío haya querido secuestrarla tan temprano.
—Es una gilipollas. La conozco. Él también es un gilipollas.
—Vale, pero eso es algo que envidio de las mujeres. Eso de no tener que hacer nada… una cuestión de código, digamos.
—¿De código?
—De código. Tú estás aquí hablando conmigo y nadie está diciendo nada de nosotros. Hay gente en el bar y te apuesto pelas a que más de uno está diciendo algo de las tetas de la lolita y si no lo está diciendo lo está pensando. Te digo más, las otras nenas también están diciendo de las tetas de ésta y dime, Núñez, ¿tú crees que alguien está diciendo algo acerca de nosotros en este momento?
—Sí, la moza y el de la caja están pensando que somos unos miserables ratones que estamos ocupando una mesa por un café de un euro, y que tú llegaste y no pediste nada. Por ejemplo.
Ese pequeño espetar del Núñez me recordó a la página de los cuentos: nadie consume nada ahí y todos están. Sería una especie de bar pero gratis. Exageraba.
—Llegado el caso, Núñez, pero ahí está. Son distintos códigos. Eso de estar del lado de acá o de allá. La gordita está del lado de acá con su monumento a la teta sobre la mesa y nada tuvo que hacer para que nosotros estemos hablando de ella. Además existen sitios en internet, tú lo has visto, que la gente va y expresa sus cosas; como los foros que vendrían a ser como los bares y ahí no hay teta que valga; no hay culo que valga ni pinta que valga y entonces es más ideológico, el asunto. Esta chica no hizo nada de nada, salió y se encontró con amigas aquí.
—Y tú estás como un bobo mirándole las tetas, Tirillas, aun habiéndote informado yo de que está casada y que es una tonta, sigues dedicándole saliva.
—¡A ella no, Núñez, atiéndeme! —lo interrumpí ya decidido a irme— Ella es aquí y ahora, ¡pero es una cosa que se da en todos lados…! ¡Es la no necesidad accesoria de expresión, Núñez, eso es lo que quiero decirte!
El Núñez hizo amago de llevarse a la boca la taza de café frío como por reflejo, miró de reojo a las muchachas de la otra mesa y se percató —como me informara luego— de que tampoco consumían demasiado y comenzó a ordenar sus petates en el maletín del notebook. Yo pensaba en las palabras que había dicho, lo de la no necesidad accesoria de expresión y en la función de ciertos sitios como excusas colectivas; en el cuento acerca de mi tía (quien murió de cáncer hace cinco años) y en que me había transformado en un ser terriblemente idiota sin siquiera darme cuenta cuándo; en que a mi amigo le importaba un bledo la rellenita de las tetas y en que todo aquello era un cuento, ni más ni menos, y que el Núñez, en resumidas cuentas, distaba mucho de ser un amigo porque lo había conocido de casualidad en un edificio de oficinas de la zona y nos cruzábamos con escasa frecuencia. Básicamente sabía muy poco de él. Cosas que pasan.
Era de noche cuando subí al metro. A esa hora había poca gente y me dio por pensar en qué pasaría si efectivamente la web de los cuentos había dejado de existir. Iba para casa de Gabi y luego iría a la mía donde seguro mi mujer me regañaría por la llegada tarde.
El Rober tenía medio vaso de cerveza y además estaban el cubano y Gabi. No es obvio que Gabi estuviera en casa, a veces pasa que él no está y sí los demás. La casa de Gabi es una especie de bar.
—¡Qué haces, Tirillas, ¿te enteraste de que a éste lo echó de nuevo la mujer?!— El Rober no soltaba el vaso pero exageraba su habitual elocuencia.
—¿Otra vez, cubano? A ti el único que no te echó fue Fidel y no contento con eso vienes a joder al barrio...— El cubano es Manuel, le decimos “Manolo” o “Cubano”, habla hasta por las orejas y bebe como parece que beben los cubanos; su mujer no sé cómo se llama a pesar de que hace años que la conozco de vista. Ella no habla ni se reúne con nosotros.
Mientras, yo seguía pensando en el mundo cibernético y el tema de la expresión. Bebía cerveza y escuchaba las conversaciones como pequeños monólogos, esos parches de los que nos servimos algunos para darnos cuenta de que estamos rodeados de gente que nos importa o algo por el estilo. Otros hablan de sociedad, digamos.
—Estás callado hoy, Tirillas, ¿qué te pasó?— Dijo Gabi como escapándose de entre las voces de los demás.
—Parece que cerraron una página de Internet, tío, y pensaba en eso. Nada del otro mundo.
—¿Y qué es esa página de Internet?
—Es un lugar donde va la gente a leer y escribir.
—¡Pero si eso es la escuela primaria! —bromeaba Gabi— ¿y qué mierda es el Internet?
—Es una red internacional de computadoras, so tonto, eso que te metes en el ordenador y buscas información y chorradas varias.
—¡Eh!, atención que el Tirillas está con el asunto de Internet, ojito —apuntó el Gabi a los otros que seguían con sus cosas— y parece que se ligó a una tía o algo por el estilo…
—¿Que yo me ligué a una tía, gil? ¡quién dijo eso!
—Si no fue así entonces no tienes ningún problema, al menos nuevo, y déjate de joder.
—Yo conocí una chica que se enamoró de un tipo raro por Internet y parece que era gigoló— dijo el cubano como para dar a entender que sabía del tema y es que para ellos las cosas pasan por lugares diferentes. Supongo que la expresión suele reducírsenos a la presencia inmediata, al cotilleo, a los amigos.
—Parece que después el maromo la judió bien por una tontada, a la chica, creo que porque se enteró de que le gustaban los canarios… —seguía el cubano.
—¿Cómo que por los canarios? —se interesó, de súbito, el Rober— ¿qué mierda tienen que ver esos pajaritos con la relación entre la muchacha y el tipo?
—Pánfilo, el canario es un bicho de mierda. Para mí que lo inventaron los chinos o algo de eso hay, porque si me dices que un pájaro es tan pero tan simple que cuando le abren la jaula no se va, es porque debe tener algún fin siniestro…— abrió el tema Gabi mientras bajaba el volumen del televisor.
—Bueno, pero eso vete a decírselo a este calaña que acaballó a la mujer, hombre. (El Manolo habla mitad castellano mitad cubano, pero se hace entender).
—Espera, Manolo, ¿a quién le gustan los canarios? ¿a la muchacha o al capullo ése? —pregunté.
—Mi abuelo decía que a esos bichos apestosos algunos les pinchaban los ojos con alfileres para que cantaran más y mejor; que si pinchas los ojos de un canario canta bien y si no, es un pajarraco insulso que sólo sirve para comer el alpiste.
—No, hombre, al tío le gustaban los canarios, no a ella…
—Solamente un estúpido puede querer ligarse a una tía por Internet. Son todos unos puñeteros de mierda…
—¿Vieron que el Chapu se fue a vivir a México?
—¿Quién coño es el Chapu?
—¡Momentito! Mi sobrino se ligó una chica por el Chat y estaba buenísima.
—¿Qué es el Chat?
—¡Qué sé yo…! Algo de eso del Internet, donde va la gente a ligarse a alguien… eso que parece que al Tirillas de los cojones se le jodió o algo así… ¿qué pasaba con el Internet, Tirillas?
—Ná, que había una página donde gente que escribe cuentos ponía sus cosas y parece que se jodió —aclaré— ¿Y qué pasó con el Chapu?
—Se fue a México y se enamoró de una tipa por Internet, el imbécil.
—Bueno —tomó la labia Rober— eso no está mal, vosotros porque sois unos paletos prejuiciosos, pero ahora hay mucha gente que follan con chicas que ni hablan… ¡qué mejor cosa se puede pretender! Parece que la muchacha está al otro lado de la pantalla y cuando ve que hay buen rollo se encuentran en algún lado, ponle en un bar, y ella va vestida de rojo, ponle que él va con una corbata verde o alguna ridiculez parecida y entonces se toman un café y van a follar. Eso le pasó a mi sobrino en el tema del Chat.
—O el comemierda que dio hostiazos a la mujer por el asunto de los canarios…
—Mi sobrino no usa canarios, Manolo, vete a la mierda.
—Es que ya no hay diálogos decentes, eso es lo que pasa.
—El otro día escuché en la radio que la mayoría de las averías en fotocopiadoras son porque la gente se hace fotocopiar el trasero, ¡manda huevos!
—Ahora la gráfica está de moda pero antes, en la época del microondas, decían que muchas chicas la palmaron al intentar secarse el pelo metiendo la cabeza dentro… eran otros tiempos.
—Eso le pasó a la del comemierda de los canarios, es como meter la cabeza en el microondas el tema del Internet, eso es.
—O la telefonía móvil que dicen que hay un rayo que te quema el cerebro.
A todo esto Gabi estaba callado y pulsaba las teclas de su teléfono con el pulgar, como si estuviera intentando marcar un número que no le salía… — No, no me jodan con el móvil que yo lo uso para trabajar, ¿eh?
—En serio, si te pones a pensar que esa mierda capta los rayos del satélite, no es descabellado suponer que esos rayos te perforan el cerebro…
—¿Tú sabes que el tonto del Chapu, hablando de esto de los rayos y el cerebro, se enamoró desde México de una pibita del barrio?
—Hay que ser gilipollas… ¿Y cómo sabes que es del barrio?
—Me enteré de coña. ¿Te acuerdas de la loca que te conté que me follé en la fiesta hace un mes? Resulta que anteayer fuimos a follar a la casa y tenía el ordenador encendido. Cuando se fue a bañar vi que apareció una pantallita y sonó como una bocinita rara. Me fijé y estaba la fotito del Chapu, cágate de risa, que decía “hola mi amor, te extraño” y ahora que lo pienso, ¿no?, eso de que el mundo es tan chico… ¿estás seguro de que el tipo apaleó a la chica por un tema de canarios, Manolo?
En ese momento fue Gabi el que captó el centro de atención. Estiró el brazo izquierdo sobre la mesa y la mano que sostenía el móvil. La pantallita tenía unos números de diferentes cifras que ocupaban todo el espacio. Sería: 8883383 2 5552 78882 62377733 778833 833 72777444666
—¿Saben qué es esto? —desafió al resto del grupo, Gabi, como un niño que está a punto de revelar su travesura.
—No —uno por uno repetimos la negativa.
—Quiere decir “Vete a la puta madre que te parió” en mensaje de texto, panda de gilis.
Pasaron unos minutos de risotadas y me di cuenta de que era demasiado tarde. Yo olía a cerveza y tabaco y fuera hacía frío y humedad. Entonces en la parada del autobús me dio por llamar a mi padre para saber si ya funcionaba la página de los cuentos pero no tenía saldo para hacerlo. Tenía, eso sí, alguna gana nerviosa de escribir algo.

Texto agregado el 04-08-2007, y leído por 1123 visitantes. (26 votos)


Lectores Opinan
01-04-2009 Creo que a más de uno nos hemos desesperado por no poder entrar al site. Me desternillé de risa por no decir que me meé en las bragas. Bueno creo que la locura colectiva es contagiosa en la "pagina de los locos". Felicidades Idaluz
02-02-2008 Se vería mejor si hubieras incluido nombres de cuenteros. Por ejemplo a rancho_mental, él siempre trae audiencia, de lo más corrientito de los cuentos, pero trae. errante_peruano
30-01-2008 pertubardora lección de optimismo... Aburre. Rancho_Mental
23-01-2008 Soy la visitante 563. Me divirtió mucho la historia y uno se hace adicto a la página. Mis ***** lesu
10-01-2008 Adicción delirante. Rosinante
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