Las adulaciones y el éxito.
Ingrid Nadina Khatcherian.
Las adulaciones y el éxito ¿alientan la calidad de las producciones artísticas o la esclavizan? ¿Incitan la inspiración o la hipnotizan? ¿Componen un círculo vicioso de repeticiones acertadas?
Un halago que proviene de personas entendidas actúa siempre como un incentivo, estimula al artista a continuar su camino.
Pareciera, también, que mucha adulación sobre la obra genera una gran exigencia al artista. Y, la consecuencia directa para poder responder a tal requerimiento sería la repetición y la fórmula, el suponer que “esto funciona”, “esto gustó”, “este es el camino” y; la anulación de otras vías posibles. Entonces, desaparecen las dudas, no hay incertidumbre, ni idas ni vueltas. El artista se envuelve en las certezas de unas dulces palabras y se ve anclado.
Le dijeron que su obra es majestuosa, acertada; que tiene una inmensa vibración de color, fuerza y calidad expresiva; que su espíritu se ve reflejado en aquello que pinta.
Se siente un Artista Especializado. Le dijeron que es bello lo que pinta y que sabe darle una segunda vida a las cosas. Ahora, entiende que es un pintor que sabe transfigurar la realidad, no la copia, la reconstruye a su modo; se sabe un gran dibujante y un experto observador de su entorno.
Sigue pintando otras telas, continúan los aplausos. Se copia a sí mismo, repite el esquema del cuadro adulado. Empieza a buscar artistas consagrados a quienes asemejarse, pares en la historia del arte. Ve que puede tener afinidad con algunos y se siente un virtuoso, le entusiasma la idea, lo seduce una analogía.
Por qué será que la egolatría de un artista puede desarrollarse cuando siente que su obra tiene un parecido a algún otro acreditado. Por qué no repara en que de ese modo abandona su propio camino. Por qué no se da cuenta de que los Grandes Artistas lo fueron, justamente, por no parecerse a ninguno.
Entonces, pinta otras telas y, un día, la adulación se calla. Porque… ¿no resultó ser tan naturalista?, ¿el color parecía gastado?, ¿la combinación de lenguajes no tenía congruencia?, ¿las formas no fueron exactas? ¿Porque no decía nada nuevo?, ¿Porque era más de lo mismo? ¿Porque perdió la fuerza expresiva de lo único? ¿Porque no era único? ¿Porque pretendía ser lo que no era?
La sed por conformar a la fiera interior se acrecienta, porque se alimenta no de la obra sino de los aplausos. Entonces, se propone estrategias para buscar más cumplidos.
Las palabras ajenas parecen adormecidas, no dicen nada. Miran y sienten que “no hay como sus otras obras”. El desconcierto del artista no comprende qué tienen esas obras aduladas de estas otras sosegadas de cumplidos. La fiera interior crece, busca negociar la calidad al aplauso. Y la calidad cede; el aplauso no compra, necesita ver “otra cosa”.
La virtud del artista está siempre en marcha; un hacedor en acción continua; descubre o desacierta experiencias de vida. Su mejor “manera”, la lealtad a sí mismo pintada sobre una tela. El mejor artista, el que el que se parece a sí mismo… en verdad, el que no se asemeja a nadie.
Entonces, el Artista, que es un hombre, regresa al taller de trabajo, se vuelve a poner su camisa, toma un pincel con una mano; con la otra, la paleta. Recuerda que era un hombre, se mira a un espejo, observa sus ojos, abandona los ojos ajenos, se mira a sí mismo y crea.
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