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Una mujer y su arte.
Ingrid Nadina Khatcherian.

Una mujer y su arte… y su arte de postergar… de postergarse postergando su arte. Se prorroga a sí misma cuando prioriza a los otros. Se apaga, entonces, se olvida, se deshace porque no crea.
Sus deberes y obligaciones se anticipan a ella. Se adelanta a los otros y se demora a sí misma. Deja de sentir, de sentirse. No vibra, no se inquieta. La pintura se endurece. El boceto previo pierde la sensación del color. Se desanima, disipa su motivación. “No tiene tiempo”. Entonces, copia esclava de la realidad; es prolija, acata lo que sus ojos ven, lo que su cuerpo no siente, aquello que meramente es.
Está atrapada en la rutina. El agujero negro se agranda. Piensa que “si tuviera el tiempo para”, “el lugar dónde”, “las ganas”, “si supiera hacer eso que”. Lo tiene. Está ahí. Lo sabe. Pero no lo ve, no lo genera, no se lo aprueba. Entonces, se esconde, se tapa, se cierra, se apaga, se arruga, envejece. No crece, retrocede. La vida cotidiana la esteriliza.
……….
Pilas de prendas para lavar. Otras, esperan su hora para ser alisadas. “Están en el medio”, por toda la casa. En el medio de qué… Los zapatos de los otros en un lugar común, un pasillo. Los abrigos fuera del perchero, sobre un silla cualquiera. La cama no está arreglada. Un cuarto sigue desordenado. Hay una vida desordenada. Falta poco para que llegue la hora de irse y hay tanto por hacer adentro.
Una taza de café humeante, una rodaja de pan tostado. El trabajo diario, las obligaciones de adentro y de afuera. Cumplir horarios, el cansancio y el hartazgo. Y ser persona.
Un espíritu deseoso de enmendar las horas. La rutina que no cesa y la demanda de los otros. Un espíritu inquieto necesita una ventana, precisa aire fresco y mirarse a un espejo; estar expectante, no perderse de vista.
En un alto del día, contemplarse a sí misma, observarse de frente, recordar su nombre, recordar quién era. Sus ojos reflejan que la mujer ocupada, mujer postergada, es mujer con deseo. Palpita su corazón. Por las venas se enciende su sangre. La aspiración y la pasión la invaden con violencia de espaldas. La envuelven, la abrigan. Ardiente, se siente viva.
Llega a casa. Se lava la cara. Se mira de nuevo. Se siente encendida. Entonces, busca pinceles, busca el boceto, busca pintura, una tela… se encuentra. Cree que lo consigue pero, en verdad, no pinta nada. Huele el aire, respira trementina, se empapa, se inunda, se recuerda “Bienvenida a casa”.
Entonces, divide las horas, organiza de otro modo su día, se invita. Prioriza su tiempo, se anticipa a sí misma. Se acuerda de ser, ya no se limita. La pasión la invade, otra vez y retoma la tela. Y, si no llega a la noche, y si no hay cena… la noche le llegará a ella.
Inquieta, apasionada, se adueña del tiempo, de su reloj, de las horas. Ella decide cuándo, ella establece dónde, ella constituye el modo.
Se abriga a una pasión, posterga la melancolía, camina a paso lento, establece su ritmo sincero. Pinta su rutina, entonces, su rutina cambia. Vibra, se mira, se acuerda, se sensibiliza. Entonces, pinta un cuadro.

Texto agregado el 04-08-2007, y leído por 93 visitantes. (0 votos)


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