[Lo confieso aún no he terminado de escribir mi cuento, lo subo solamente para tener opiniones y tal vez un consejo de si deber continuarlo o no, los chicos como yo no tienen mucha seguridad al escribir =) Bruno ]
Es probable que me quede en casa mañana dijo no tengo los mismos ánimos, supongo que uno va cambiando. Después de tantos años se atrevía a decirlo, finalmente se daba cuenta de que todos los prejuicios no habían servido sino únicamente para auto flagelarse. Los calendarios desangraban cuatro años de relación y dejaban atrás los días más felices que mi mente llegaría a recordar. La conocí en Starbucks, como todo lo bueno que había conocido en mi vida, es inusual vivirlo, mas poco a poco nuestros sueños se consumieron como en una taza de café recién servido. Es mi única tentación.
Para aquel entonces teníamos veinte años y ambos cursábamos el carnaval de exámenes estadísticos que cada año aniquilaba los sueños de miles aspirantes a ingenieros. La vida universitaria no es fácil, siempre creí que después del colegio todo sería un compilado de clases cliché y de amoríos Express en busca de una buena consolación nocturna. No nos fue así, en lo absoluto, mientras más tiempo permanecíamos estudiando, menores eran las posibilidades de conjugar el verbo amar.
Por las casualidades de la vida nos topamos en un café de la avenida Apoquindo, tratando de olvidar el estrés y todo lo que ser responsable implicaba. No lo sabíamos entonces, pero aquélla sería la última vez que sentiríamos algo parecido a la libertad. Como siempre, mi café nocturno abrió los poros de mi gruesa piel, algo así como un tratamiento facial, de los primitivos claro, pero con un olor a cafeína que nada en el universo podría reemplazar. Me senté en la silla más alejada y recóndita del establecimiento, creí entonces que esa sería la única forma de no desviar mi mirada de mi único objetivo, observar la sonrisa menguante de la noche del seis de agosto. Recordé de inmediato los momentos que aún no estaba por vivir, divisé el cuerpo de Beatriz, sus colores, sus entrañas, esa calidez innata que todo su ser emanaba con una sutileza absoluta. Divisé las dagas, el perfume a muerte, el arrepentimiento y un conjunto de sabores a miel cuya agonía me tendría embrujado hasta hoy. De un momento a otro se sentó a dos sillas de distancia, era perfecta, un ángel caído desde los submundos perdidos. De inmediato se cruzó su mirada con la mía, mi plan era perfecto: terminaría de beber mi café, me marcharía a casa, y pensaría en cómo perseguirla nuevamente, tal y como lo venía haciendo hacía meses. Destinado al abandono, un chispazo de intromisión bloqueó todas mis expectativas, ella seguía mirándome, fija, con esos ojos grises que años más tarde me llevarían a la perdición.
Yo te conozco dijo con una voz entre asustada y sorprendida - creo haberte visto en la u.
No lo sé mentí de todas formas no tengo buena memoria.
En cuento le respondí, supe de inmediato que nuestros segundos se unirían de por vida. ¿No tener buena memoria? Que falacia más ridícula, de todas las cosas en este mundo lo único que hago bien es recordar, incluso aquellas recuerdos que aún no he visto venir. La noche se alargó con suma exquisitez hasta las doce menos quince, supuse que nos volveríamos a ver, que nos amaríamos y que años más tarde dibujaríamos corazones sobre los brazos. En la noche del seis de agosto, olvidé por completo la divinidad de la luna, dejé enfriar por completo mi café e incluso reinicié mi tabaquismo por parecerle amador de los cigarrillos Marlboro que ella fumaba.
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