-¿Qué haremos esta noche?
-¿Qué tiene de especial?
-Hoy es la noche del diablo.
-Tonterías-si bien Esteban no es el hombre más listo del mundo es siempre el que nos da ideas para divertirnos.
-Entonces, ¿van a ir al Batán?
-Yo no- contestó Mario.
-Hoy no puedo-repliqué
-Cobardes es sólo una casa.
-¡Sólo una casa!
-Sí, y para que lo crean pasaré allá la noche.
-¿La noche del diablo en Batán?
-Sí.
Y no acabó nuestro asombro de verse en nuestros rostros, Esteban ya se había ido. Era una noche limpia y clara, y la luna brillaba por su ausencia. Los astros a lo lejos dibujaban figuras familiares. Era la noche del diablo más acogedora que puedo recordar.
Y en esta noche de parcimonia emprendió su viaje Esteban mientras Mario y yo continuamos charlando por un rato más, hasta que, no hubo más remedio que despedirse.
Tomé mis cosas y me fui caminando a mi casa. Era una noche estupenda, ni un carro en todo el camino, ni una sola persona se atrevía a salir en la noche del diablo. Si bien yo no era del todo ortodoxo en trono a estas costumbres al menos las respetaba, después de todo cada quien es libre de no ser lo que no quiere ser. En esto meditaba cuando de repente al dar la vuelta a una calle se me apareció una mujer delgada, fina, con aspecto extranjero, y no pude dejar de asombrarme y de mirar sus ojos. Ella tenía unos ojos inusitados. Me sorprendió el hecho de verla allí, pero lo que en realidad me impresionaba era el hecho de que esta persona fuese un tanto familiar. Bueno, no es que conozca a mucha gente, sino que se me hacía conocida.
Por estar recordando de quién pudiera tratarse no me percaté de un pequeño obstáculo que interrumpió mi camino. Al levantar la vista nuevamente la delgada figura no era otra cosa que mi sombra.
No pude dejar de pensar en ello, aún cuando ya estaba en casa, me recosté un rato y seguí tratando de recordar quién pudo haber sido.
A la mañana siguiente, cuando disponía a irme a casa de Mario encontré en el piso una nota, que decía que Esteban no había regresado aún a su casa y que me invitaba a jugarle una mala pasada ya que se encontraba Batán. En la nota también se encontraban algunas especificaciones y detalles para hacer creer a Esteban que se encontraría con actividad paranormal.
Me dirigí al lugar marcado, a la hora señalada y siguiendo todas las indicaciones. Llegué por la puerta de atrás pero me encontré a Mario, muy solemne, y con los ojos llorosos. Comprendí que algo había pasado.
-Mario, ¿estás bien?
-Esteban…
-¿Esteban? ¿Qué le pasó a Esteban?
-Esteban…
No hace falta tener dos dedos de frente para saber que estaba en una crisis nerviosa, así que lo senté y fui al interior de la casa, a ver a Esteban. Tuve que golpear fuerte la puerta, pues estaba atorada. No comprendo como Mario pudo entrar o salir. Parece mentira que se tratara del mismo lugar al que íbamos los Viernes, a jugar ajedrez, conversar y reír un poco. Esta vez parecía un lugar abandonado, en ruinas, perfumado por aceites para mí desconocidos. Entre estos perfumes se distinguía uno de particular exquisitez. No pude dejar de abstraerme y seguirlo. Entonces encontré a Esteban tirado en el piso. Es tal mi asombro aún hoy al recordar aquel aroma tan delicado y el aspecto tan demacrado de Esteban, como si hubiera vivido mil vidas en una sola noche. Levantó su mano agrietada y me llamó. Su voz era muy ronca, apenas si podía entenderse.
-Nada vale la pena.
-Esteban resiste, vamos a sacarte de aquí.
-Váyanse, aléjense de esta casa.
Y sus ojos cristalinos quedaron mirando al techo, como buscando respuesta a una pregunta que sólo él había formulado. Entonces solté su mano, y al hacerlo ésta de hizo trizas, como si se tratara de una figura de porcelana. Me asusté tanto que salí corriendo de allí. Ya afuera noté que me faltaba el teléfono, tenía que llamar a una ambulancia y decidí entrar de nuevo. Esta vez la puerta lucía más pesada, pero tenía una perilla, la giré y entonces pasó…
Pude ver cómo había sido todo, Esteban había entrado a la casa en la noche del diablo, caminó, se sentó bajo el tragaluz que permite ver las estrellas. Todo era genial, cielo despejado, pero no pudo dejar de ver aquel objeto de la esquina. Ese que le habían prohibido tocar puesto que no sabían de qué se trataba. Mario decía que contenía la magia de ocho siglos de la mejor familia de hechiceros y que había sido un regalo para un rey tirano. La leyenda narraba que esta figura tenía el poder de expandir los sentidos hasta el infinito, y que ese había sido el castigo para el rey. Pero nadie podría precisar que este objeto fuera, en realidad, el de la leyenda. Esteban había tocado este objeto, eso era seguro.
Abrí los ojos, la puerta ya estaba abierta. Debía buscar el teléfono, así que seguí el mismo camino que había tomado la vez primera.
Y allí estaba. El teléfono estaba junto a un objeto brillante. Era un arete, lo alcé para verlo mejor y sucedió de nuevo…
Esta vez fue más fuerte. Pude ver cómo un muchacho se metió a robar una joyería, para darle un regalo a una mujer. Ella era en verdad la persona a la que amaba y este era el último robo, le daría los aretes y le pediría que se casara con ella. Pero algo salió mal. Al salir de la tienda, recordó que le faltaba el anillo, regresó por uno y dos policías le llenaron el corazón enamorado de plomo. Aquel policía le disparó tres veces más, cuando él estaba en el suelo. Se carcajeó tomo el par de aretes se los regresó al comerciante, pero se quedó con el anillo.
Después de haber visto como en una película esta historia me empezó a llamar la atención estos nuevos poderes que tenía. Encontré cierto miedo de tomar mi teléfono pero hundido en la curiosidad lo tomé, pero no pasó nada. Que aburrido teléfono tenía. Salí y marqué a la ambulancia, pero justo al buscar a Mario empezó lo realmente aterrador.
Mario estaba tirado, junto a él Esteban, quien se retorcía y gritaba de forma tal que tiré el teléfono. Junto a ambos estaba el policía disparando una, dos, tres, cuatro, cinco veces al ladrón, y seguía carcajeándose. No podía dejar de verlos, ni cerrando los ojos, ellos seguían allí. Sobrecogido por el espanto decidí tomar mi teléfono, pero esta vez pasó…
Justo ahora se ponía interesante mi teléfono. En realidad me lo había regalado mi mujer, así que la historia debía tratarse de ella. Pero no, la historia era mía. Allí estaba yo tirado en el piso retorciéndome, estrellando mi cabeza al piso, y entonces me asusté.
Desperté, por suerte ya había marcado, y pedí a la ambulancia que viniera por nosotros. El tiempo es tan largo cuando estás con varios entes en percepción extra sensorial. Decidí sentarme, ya había tenido suficiente. Y pasó de nuevo…
Si bien las veces anteriores había pasado mientras tocaba algo esta vez fue al oler las rosas que estaban afuera de la casa y que nosotros encontramos casi marchitas, las cuidamos con tanto cariño. Pero eso no fue lo que vi, en efecto las rosas cubrían una vieja fosa, donde una mujer había enterrado, después de matar, a sus dos hijos. Los lamentos infantiles son más ensordecedores que los adultos.
Y allí estaba yo, con los gritos, carcajadas, sollozos de todas esas personas, cada vez más fuerte. Todo esto me tenía tirado, sólo podía respirar.
La sirena de la ambulancia me trajo otra hórrida visión. Era mi mujer. Se veía más grande, estaba ensangrentada, tenía quemaduras de tercer grado y le faltaba un ojo. Esta visión fue la más espantosa de todas, me puse a llorar.
Dos paramédicos se bajaron uno de ellos me tocó y me desmayé, no vi nada esta vez.
Al despertar vi mi cuerpo tendido en el piso, miré mis manos y tenía guantes, uno de los paramédicos me llamaba:
-Ernesto trae a los dos cuerpos, ¿dijiste que no tienen pulso?
-No sé.
-¿No sabes? En serio me vas a matar de risa uno de estos días.
Llevamos los cuerpos sin vida a un hospital. Me las ingenié para zafarme del puesto y subí al cuarto piso, el de la morgue, para ver si era real todo esto. En el caminó estaba mi mujer, llorando por … ¿mí?
Mi amor, soy yo, ¿me recuerdas? Sé que tengo un cuerpo distinto pero te puedo explicar… Comprendí que era absurdo, así que la vi por última vez y bajé las escaleras. Al salir del hospital me encontré con la figura delgada de la noche anterior. Me miró, me sonrió y se perdió entre la gente.
***
-Vaya Ernesto qué relato.
-¿Quieres verlo?
Puse mi mano sobre la frente de Edgar y como tantas otras veces me senté a disfrutar cómo la gente enloquece con mi don. Es divertido ver gritar gente retorcida en el piso y dejarlas morir. ¿Lo pueden creer? morirse por unos simples recuerdos que dejas en la mente de otro. |